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No hay nada mejor para sentar cabeza que tener una hija, poner un negocio o casarse por amor pasados los 50. Y si no que se lo digan a Eric (Ernesto) Jiménez, legendario batería granadino de los KGB, los Lagartija Nick y Los Planetas y protagonista absoluto de este documental que, siguiéndole la pista, los quiebros y su arrolladora, bufonesca e incontrolable personalidad, nos sirve de guía por la escena indie granadina de los últimos 30 años, que es casi lo mismo que decir lo mejor de la escena indie nacional de las tres últimas décadas.
Intérprete y parodia de sí mismo, Jiménez se narra desde la infancia sentada en los tranquillos, el padre ausente y una madre a la que este le puso una pensión precisamente para no pasarle la ídem. Y lo hace con el desparpajo, la sorna y la mala follá granaínas por la que se le conoce en el mundillo más allá de su arrolladora potencia con las baquetas, su sonido y su estilo inconfundibles o esos ritmos arrancados del arte morentiano o la Semana Santa entendida como fuente inagotable de memoria íntima y sabiduría popular.
En La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric, Jiménez se nos revela así en su propia y constante performance, pero también a los ojos de sus colegas y compañeros de viaje, de su hermano mayor al inseparable Antonio Arias, de Jota a Soleá Morente, de los viejos punks que ahora peinan canas a los grupos que, como Lori Meyers, tomaron el relevo del rock local en las cuevas de ensayos del Sacromonte o los bolos de Planta Baja.
La ortodoxia documental del material de archivo + testimonios se rompe a veces en los pequeños relatos actuados de Jiménez, en su irreprimible tendencia a dar la nota, rememorar los pasotes y excesos con el alcohol y las drogas o su irreverencia para poner a San Bob Dylan a la altura del betún cuando les tocó hacer de maltratados teloneros.
Genio y figura, Jekyll y Hyde entre la acera del Darro y Pedro Antonio de Alarcón, Eric ‘Ernesto’ Jiménez demuestra aquí que bien se merecía un documental.
Parodiado con su inconfundible acento alemán en un capítulo de los Simpson y actor en la serie Mandalorian, Werner Herzog es ya para los norteamericanos eso que dice un personaje de la cultura popular, incluso aunque muchos de sus fans no hayan visto Signos de vida, Aguirre, Nosferatu, Gaspar Hauser, Fitzcarraldo u otros filmes de su gloriosa etapa en el Nuevo Cine Alemán.
A sus 81 años, instalado ya desde hace tiempo en Los Ángeles, el cineasta bávaro echa la vista atrás en este documental sobre su vida y sus películas que lo lleva a los paisajes rosebudianos de su infancia o al desierto volcánico de Lanzarote donde rodó También los enanos empezaron pequeños y donde ahora imparte uno de esos talleres de autor para futuros cineastas con dinero.
Tal vez lo más interesante del documental de Thomas von Steinaecker sea ver a Herzog algo desarmado emocionalmente ante la casa familiar o la cascada de sus primeras aventuras. Lo demás, terreno conocido, incluidas las imágenes de los rodajes en la selva, las peleas con Klaus Kinski, el peregrinaje a pie hasta París para salvar a Lotte Eisner o el zapato en la cazuela, desgrana los highlights de una carrera marcada siempre por el deseo de filmar lo nunca antes filmado y de desafiar a los elementos que se interpusieran en el camino.
A los 74 años, y a pesar del desgaste ocular de tanto mirar a través del objetivo, a Cristina García Rodero aún no le fallan las piernas y el discurso. Premio Nacional de Fotografía y Medalla al Mérito en las Bellas Artes, la fotógrafa manchega mantiene su frenética agenda de viajes, inauguraciones y reconocimientos mientras se deja filmar a duras penas por el equipo que la ha acompañado por el mundo para hacer este documental sobre su lugar esencial en la fotografía española, inaugurado con ese foto-libro fundacional sobre los ritos, fiestas y tradiciones de un país escondido, España oculta, y también sobre su insobornable trayectoria e independencia en un mundo que fue y sigue siendo de hombres. A García Rodero la emancipación le vino por la vocación de narrar en imágenes, y el prestigio merecido por su salida al encuentro con las emociones verdaderas de lo humano capturadas en el instante decisivo.
Prosigue en las tardes de los martes el ciclo ‘Classic’ en los cines MK2 Cinesur Nervión, en esta ocasión, día 30 (20h.), con uno de los grandes musicales del cine moderno, filme íntegramente cantado en el que Jacques Demy y Michel Legrand sublimaron el amor romántico con un esplendoroso uso del color y la puesta en escena y unas canciones que también hablaban de los tiempos y consecuencias de la guerra de Argelia entre la juventud francesa de la ‘nouvelle vague’.
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