Ruibérriz, el Barroco más barroco

Rafael Ruibérriz de Torres | Crítica

Ruibérriz, ante el retablo de Duque Cornejo
Ruibérriz, ante el retablo de Duque Cornejo / Lolo Vasco

La ficha

RAFAEL RUIBÉRRIZ DE TORRES

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Femás 2025

Rafael Ruibérriz de Torres, flauta travesera barroca.

Programa: The Godfather. Johann Sebastian Bach (1685-1750): Partita para flauta travesera sola en la menor, BWV 1013. Georg Philipp Telemann (1681-1767): 12 fantasías para flauta sola TWV 40:2-13. Carl Philipp Emanuel Bach (1714-1788): Sonata para flauta sola en la menor H.562 Wq.132.

Lugar: Capilla Doméstica de la iglesia de San Luis de los Franceses. Fecha: Sábado 22 de marzo. Asistentes: Lleno.

Atrás ya la generación que puso en primera línea del mundo clásico las interpretaciones historicistas de la música antigua, allá por las últimas décadas del siglo XX, es difícil conformarse hoy con las versiones académicas y de pretensiones objetivistas que todavía abundan en ese mundillo, por previsibles. Por el contrario el flautista sevillano Rafael Ruibérriz, artista en toda la extensión del término, imprime un fuerte sello personal a sus interpretaciones, restaurando así la impresión de irrepetibilidad que un concierto –barroco o de cualquier época– debe causarnos, y sin salirse en lo más mínimo, por cierto, del rigor historicista.

Para lograrlo Ruibérriz arriesgó este sábado con todo el abanico de recursos musicales posibles, desde unas dinámicas muy amplias –bellísimo el pianissimo final del Blavet en la propina– hasta una flexibilidad extrema en el pulso que aprovechaba la soledad del flautista, pasando por una ornamentación tan tupida que a veces ocultaba la propia estructura musical del original –al estilo del retablo churrigueresco que admirábamos a su espalda–: ni siquiera se cortó para ello ante la música de Bach, habitualmente considerada inalterable.

El sevillano utilizó un registro grave muy timbrado, al estilo de su maestro Hazelzet –con frecuencia incluso al límite del salto de octava–, y una articulación también muy variada para iluminar la textura de las doce fantasías de Telemann. En casi todas extremó también la improvisación y la ornamentación, introduciendo hasta una cita del propio Telemann, al punto de que se agradecieron los arranques bellos, sosegados y más sencillos de las fantasías en si menor, re menor y mi mayor. El programa, una colección de obras maestras fundamentales del repertorio flautístico del siglo XVIII, se cerró con un Carl Philipp Emanuel en el que la sensibilidad interpretativa de Ruibérriz se adaptó como anillo al dedo al estilo del ahijado de Telemann, el padrino del concierto.

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