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Rossini, su amigo García y un bohemio

ORQUESTA DE CÁMARA DE BORMUJOS | CRÍTICA

Primer concierto de la temporada en Bormujos. / Federico Mantecón

La ficha

****Programa: Obertura ‘Il signor Bruschino’, de G. Rossini; Oberturas ‘El criado fingido’ y ‘El poeta calculista’, de M. García; Sinfonía en Re mayor, op. 12 nº 1, de A. Gyrowetz. Orquesta de Cámara de Bormujos. Director: Alberto Álvarez Calero. Lugar: Universidad CEU Fernando III de Bormujos. Fecha: Sábado, 26 de octubre. Aforo: Tres cuartos.

Abordando el inicio de su novena temporada de conciertos, la Orquesta de Cámara de Bormujos, con Alberto Álvarez Calero al frente, se está especializando en interpretar el repertorio orquestal del Clasicismo y primer Romanticismo, con especial atención a la música española y desde la perspectiva interpretativa de la denominada Tercera vía. Esto significa que tocan con instrumentos modernos, pero también con criterios historicistas, es decir, buscando la aproximación a los usos y técnicas de interpretación de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y ese esfuerzo por desprenderse de cuestiones como vibrato, legato, portamentos y demás recursos técnicos propios de la tradición postromántica va dando ya interesantes frutos a la vista de los resultados de este concierto.

Con una cuerda en formación de 4/4/3/2/1 y las maderas y trompas a dos, el recital se abrió con la obertura de la ópera Il signor Bruschino, con sus conocidos efectos imitativos del bastón. Hubo desde el inicio muy buen empaste en las cuerdas y flexibilidad en la articulación. Salvo un primer tema llevado de forma algo lenta, el resto de la pieza fue llevado por el director con brío y ritmo marcado.

Álvarez Calero está implicado en la recuperación de la música orquesta de nuestro Manuel García, de quien ya ha rescatado e interpretado dos de sus tres sinfonías. En esta ocasión ofrecía las oberturas de dos óperas del sevillano. En el arranque de El criado fingido tuvieron un episódico desencuentro los violines, pronto reconducido por la batuta y la concertino. Con la colaboración de unas espléndidas maderas y trompas, tanto esta obertura como la de El poeta calculista sonaron con brillo, articulación saltarina, rapidez en la respuesta a la batuta (nada fácil dado lo escrito por García) y con sonido ligero y cristalino mediante la delicada presión de los arcos y el vibrato mínimo.

Como cierre, una brillante sinfonía del bohemio Gyrowetz en la que Calero aplicó riqueza de contrastes dinámicos (muy conseguidos en el Adagio-Allegro inicial) y variedad en la distribución de acentos e incluso de silencios expresivos como los insertados con gran sentido de la teatralidad (muy alla Haydn) en el Minuetto-Allegro. En este movimiento jugó además con el contraste inesperado entre lo enérgico del pulso en la primera sección y la suavidad cadenciosa del trío central. Cerró el Presto final con aires expansivos y el clima triunfalista de la tonalidad de Re mayor.

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