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ROSS. Gran Sinfónico 1 | Crítica
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA
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Temporada de abono 2024-25. Gran Sinfónico 1. Solistas: Bryndís Guðjónsdóttir, soprano; Santiago Ballerini, tenor; Milan Perišić, barítono. Orfeón Donostiarra (José Antonio Sainz Alfaro, director). Escolanía de Los Palacios (Aurora Galán Romero, directora). Directora: Shiyeon Sung
Programa:
Wolfgang A. Mozart (1756-1791): Sinfonía nº39 en mi bemol mayor KV 543 [1788]
Carl Orff (1895-1982): Carmina Burana [1937]
Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 19 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
En busca del público perdido, la ROSS apostó por una obra coral extremadamente popular para abrir temporada e incluso apeló a los recuerdos de tantos melómanos desencantados contratando al otrora fabuloso Orfeón Donostiarra, pero el coro vasco ya no es lo que era, y su intervención resultó impersonal e irregular, sin sobrepasar en ningún caso el nivel de lo correcto. Contra ello tuvo que lidiar la surcoreana Shiyeon Sung, que sustituyó al inicialmente previsto Marc Soustrot, afectado al parecer por graves problemas familiares. Ya fuera con sus manos desnudas (en Mozart) o con batuta (en Orff) Sung mostró estupendas maneras, confirmando una carrera internacional más que promisoria.
Su Sinfonía nº39 de Mozart estuvo marcada en cualquier caso por una cierta asepsia expresiva desde el mismo Adagio introductorio, que fue más severo que realmente majestuoso. El Allegro subsiguiente, con todas sus repeticiones prácticamente idénticas, destacó por una buena planificación dinámica, de muy apreciable plasticidad, apoyada en una cuerda que sonó siempre con claridad y en un fraseo que no arriesgó nunca en materia de acentuación, pero tampoco decayó ni se engolfó en ostentosas ligaduras. Una visión cercana a eso que se suele llamar tercera vía, tan alejada de la renovación del legado que hicieron los conjuntos de instrumentos originales como de la antigua tradición romántica centroeuroepa. La sobriedad del Andante se vio también aquejada por cierta inflexibilidad rítmica, aunque permitió el lucimiento de unos preciosos clarinetes y fagotes (la 39 tiene una sola parte de flauta y excluye sorprendentemente a los oboes). Tras un animado Minueto, con un trío en el que el timbre más grave del clarinete alcanzó el máximo protagonismo, lo mejor vino para mí en el contrapuntístico Finale en que la cuerda de la ROSS rindió a un nivel soberbio.
Es bien sabido que Carmina Burana es una cantata de Carl Orff cuyo número de apertura ha sido popularizado por algunos anuncios, series de televisión y películas. Para una obra en que se glosan los ardores de la carne y del vino y se goza en la contemplación de los colores de la primavera, Orff, que cuando la escribió desconocía cómo sonaban los Carmina Burana medievales (su música no se decodificó hasta más tarde), supo hallar una especie de sentido dionisíaco reforzando lo básico, esto es, la melodía y el ritmo, lo que hace que la partitura resulte tan llamativa y guste a un público muy amplio. Ya en la apertura, con el tan célebre "O fortuna", se notó lo que sería una constante a lo largo de toda la noche, el Orfeón Donostiarra ya no tiene ese sonido corpóreo, robusto, profundo y matizado con una variedad de colores fastuosos que por ejemplo los más antiguos recordarán de su inolvidable Resurrección de Mahler con Lorin Maazel durante la Expo'92. Las voces graves, especialmente las masculinas, han perdido prestancia y ya no ofrecen ese colchón sobre el que construir sus interpretaciones, el empaste ha perdido solidez e incluso la afinación no resulta siempre impoluta. Además, si en las partes en forte (como ese coro de apertura) mandan la confusión y la falta de claridad, en muchos pasajes delicados, el canto en piano se sacrifica por una especie de susurro que le resta hondura y veracidad a la expresión. Cualquier melómano que asistiera en primavera al Réquiem de Mozart que ofreció el conjunto musicAeterna en este mismo teatro dentro de la programación del Femás, entenderá lo que quiero decir: la capacidad para el canto pleno, expansivo, pero en piano, frente al hilo de voz blanquecino que el coro vasco ofreció ya en el lamento de "Fortune plango vulnera", pero más aún en "Veris leta facies" o en los pasajes en alemán de la ronda, justo antes de la sección de la taberna.
Aunque pudo írsele la mano decibélicamente en algunos momentos, la directora surcoreana se esforzó por clarificar texturas y buscar los contrastes, obteniendo un colorido de notable impacto en la orquesta, con una espléndida sección percutiva y vientos muy entonados toda la noche (al final hizo saludar en solitario con justicia al fagotista Javier Aragó). Además manejó la masa coral con plasticidad en cuestiones agógicas, obteniendo algunos momentos de indudable belleza, momentos en los que el Orfeón pareció recordar mejores años, como en un "Floret silva" de flexibles dinámicas y expresivas retenciones (aunque agudos destemplados de las sopranos) y sacó de los hombres su mejor cara en un intenso y bien matizado "In taberna quando sumus".
El barítono Milan Perišić había comenzado su actuación con una magnífica prosodia y una hermosa y flexible línea de canto, que funcionó admirablemente en los pasajes declamados. Ya se sabe que Orff escribió agudos imposibles para los solistas, tanto es así que el barítono ha de recurrir en ocasiones al falsete, y el serbio lo hizo con templanza, muy bien manejado el cambio de color en "Dies, nox et omnia", aunque había pasado antes algún problemilla en "Estuans interius". Inmediatamente, el tenor Santiago Ballerini pone voz al número más grotesco de la obra, el canto del cisne asado, también de agudos muy exigentes, que salvó con absoluta solvencia. Entre los solistas esperaba su turno la soprano islandesa Bryndís Guðjónsdóttir, bien conocida del público sevillano desde su triunfo en 2022 en el Certamen Nuevas Voces que organiza la ASAO, que a la postre sirvió algunos de los momentos más destacados de la noche. Pese al tamaño de su cuerpo que hace presuponer una voz oscura y dramática, tiene Guðjónsdóttir una tesitura de soprano ligera, con un timbre cristalino y unos agudos fúlgidos, limpios, brillantísimos. Además es una cantante soberbia, que sabe frasear y regular el caudal sonoro con una suavidad exquisita: después de un delicadísimo "In trutina" empastó maravillosamente con los niños en "Oh,oh, oh, totus floreo" y dejó un "Dulcissime" soberbio, con un impoluto y estratosférico re en la cima del exigente arco en coloratura escrito por Orff. La Escolanía de Los Palacios había empezado ya con extremo cuidado la sección dedicada al amor y cumplió en el resto de sus breves intervenciones con seguridad.
El público, que casi llenó el teatro, pareció disfrutar de lo lindo y despidió a todos los intépretes con sonoras y entusiastas aclamaciones. Ojalá sea adelanto de una temporada de recuperación para una orquesta que necesita y merece teatros llenos.
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