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"El romanticismo español existe"

El pianista madrileño Mario Prisuelos dedica en Universal un álbum a la música de Marcial del Adalid, compositor coruñés que ha sido considerado el 'Chopin español'.

"El romanticismo español existe"
Pablo J. Vayón

17 de mayo 2015 - 05:00

Marcial del Adalid. Mario Prisuelos, piano. Universal

Nacido en La Coruña en 1826 y fallecido en la misma provincia en 1881, Marcial del Adalid forma parte de ese pelotón de compositores españoles del siglo XIX apenas conocido por los aficionados actuales, pero que jugaron un papel relevante en el desarrollo de la música en nuestro país. Con motivo del centenario de la Sociedad Filarmónica de Vigo, Universal publica ahora un monográfico pianístico del que se encarga Mario Prisuelos, uno de los pianistas que se ha significado por programar su música en los últimos años, "tanto en España como en el extranjero. Por eso la Sociedad Filarmónica de Vigo me hizo este encargo".

-¿Pero existe el romanticismo musical español?

-Sí, el romanticismo español existir, existe. Otra cosa es la sensación que el aficionado pueda tener. Parece, es verdad, que en todo el siglo XIX español no hubiera habido música hasta que llegaron los nacionalistas posrománticos y los grandes zarzuelistas, que de repente despertaron a la gente del sopor. Pero esa es una sensación falsa, pues lo cierto es que había un grupo de compositores, no sólo Adalid, sino también Guelbenzu, que era buen amigo suyo, Sánchez Allú o Masarnau, que representaban bien el espíritu del Romanticismo en nuestro país. En los años 60 fundan la Sociedad de Cuartetos y la Sociedad de Conciertos, y en el ámbito de la música de cámara organizaban actividades en salones, en pequeños círculos, igual que se hacía en Europa. De hecho, cuando Adalid se retira de la vida pública madrileña y vuelve a su Coruña natal, él y su mujer, la escritora Fanny Garrido, organizaban soirées intelectuales por las que terminaron pasando muchos de los grandes talentos españoles de finales de siglo, de Pardo Bazán a Unamuno. Existía un ambiente aristocrático y burgués, intelectual, con inquietudes artísticas, musicales, y es una pena que se conozca tan poco.

-¿Qué le parece lo más destacable de la música de Marcial del Adalid?

-Lo que hace especial su música es su gran vocación romántica y europeísta. Adalid nació en una acomodada familia de empresarios, sin problemas económicos, lo que le dio la oportunidad de viajar por todo el continente: estudió en Londres con Moscheles, que había sido alumno de Beethoven, y visitó muchas veces París; de hecho trató de estudiar con Chopin, lo que no pudo conseguir. Pero tenía un conocimiento muy cercano, de primerísima mano, de lo que se hacía en Europa, y eso se nota en su música, que es profundamente romántica y tiene un sentido de la melodía de extraordinario atractivo.

-¿Tuvo libertad para escoger el programa del disco?

-Sí, absoluta. Lo preparé junto al musicólogo José Luis García del Busto. Tratamos de seleccionar una hora aproximadamente de música, procurando que estuviera lo mejor, pues la producción de Adalid es irregular, no todo tiene la misma calidad, y a la vez procurando presentar distintos perfiles del músico. El lamento es una balada con un indiscutible aire chopiniano, pero luego en las Romanzas sin palabras está no sólo Mendelssohn (obvio, por el título genérico que escogió para ellas), sino también Schumann. En el Scherzo, que es posiblemente la obra más arcaica, hay también ecos de Beethoven. Y sin embargo, pese a todas estas referencias, hay algo de personal en esta música, una forma de llevar el discurso o de trabajar la armonía que son muy suyas. Muchas de estas obras son las típicas piezas de salón románticas, pero tienen una gran personalidad, un estilo.

-Incluye también un inédito, un cuaderno de seis romanzas sin palabras titulado Soirées d'automne à la ferme. ¿Cómo encuentra estas piezas y qué valor tienen?

-Las encontré de forma casual en la Biblioteca Nacional. La mayor parte del legado de Adalid lo custodia la Real Academia Galega, donde conservan objetos personales, incluso su librería, que es curioso repasar, porque está llena de partituras de los grandes músicos de su época, pero este manuscrito apareció en la Biblioteca Nacional, donde al parecer lo depositaron los herederos de Guelbenzu a quien el cuaderno aparece dedicado en 1849. Que sepamos, no hubo ediciones de esta música. Debió de ser un regalo personal, que quedó ahí. Y son auténticas joyitas, melódicamente deliciosas.

-¿Es fácil programar esta música en concierto?

-Ahora con la gira motivo del disco es más sencillo. A veces es complicado, pero lo intento. Cuando debuté en el Carnegie Hall me pidieron música española e incluí a Marcial del Adalid. Luego te sientes bien, con la sensación de haber hecho algo bonito por la música de tu país.

-¿Qué piensa de la interpretación de la música romántica con pianos antiguos?

-Me parece estupendo como curiosidad, como referencia para saber cómo sonaba la música en esos instrumentos. He reestrenado recientemente un Erard, hice en él músicas de Chopin y Adalid, y fue una experiencia curiosa. Pero yo creo en la evolución del instrumento, y un piano actual tiene una sonoridad y una gama que no te ofrece el piano del siglo XIX.

-Usted tiene también una vinculación muy estrecha con la música actual. ¿Cree en el intérprete especialista?

-Absolutamente no. Es cierto que en algún momento tienes que orientarte un poco, porque la literatura de piano es amplísima. Pero yo necesito pasar por diferentes estilos y épocas. Creo que para un pianista es muy peligroso hacer música sólo de una época, sea contemporánea o barroca. El estar en contacto con música más antigua me aporta mucho a la hora de acercarme a la música actual, otro tipo de fraseo, otra rítmica, otra coloración. En mis interpretaciones de música contemporánea busco exactamente la misma comunicación y la misma pasión que pongo a la hora de tocar obras de Chopin o de Adalid. Defiendo la música actual, la de mi tiempo, y la voy a seguir defendiendo, pero como algo natural de nuestros días. Sin ir más lejos, haré en unos días un programa de música romántica en el Festival del Palau de Valencia junto al violonchelista Guillermo Pastrana. Como pianista, el trabajo es el mismo en un repertorio u otro, y a mí me motiva que mi trabajo sea variado.

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