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Un cinéfilo en el Vaticano | Crítica

Anagrama recupera para sus nuevos cuadernos al maestro e historiador Román Gubern en unas particulares memorias de su periodo como asesor cinematográfico del Vaticano.

Una imagen reciente del historiador cinematográfico Román Gubern.

La Ficha

Un cinéfilo en el Vaticano. Román Gubern. Nuevos Cuadernos Anagrama. Barcelona. 120 págs. 9,90 euros.

En la que ha sido su casa de siempre, en sus renovados Cuadernos Anagrama, Román Gubern (Barcelona, 1934), maestro de historiadores del cine y comunicólogos, profesor errante (de Los Ángeles a Venecia), catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de varias decenas de libros esenciales sobre el cine, la imagen y "otras perversiones ópticas", publica este breve libro que tiene algo de memorias de senectud, de recuerdo de un periodo breve pero intenso en el Vaticano como asesor cinematográfico, pero también, cómo no, de penúltima lección magistral que intenta anudar la experiencia autobiográfica, marcada siempre por el viaje ("la huida de mí mismo") y el regreso, con los avatares del cine religioso en un mismo y ameno trazo literario.

Justo cuando se encontraba en el Instituto Cervantes de Roma, hacia 1994, Gubern recibe la llamada de Enrique Planas, director de la Filmoteca Vaticana, para invitarlo a formar parte de una Comisión destinada a dar contenido a la celebración del centenario del cine encargada por Juan Pablo II, labor que nuestro profesor, único miembro laico del grupo asesor, asumió con tanta curiosidad como profesionalidad. Se trataba al fin y al cabo de redactar documentos teóricos sobre cine y universidad y establecer un canon del cine de valores religiosos, espirituales, sociales, humanos y artísticos que poder defender y difundir desde la institución eclesiástica, en una triple lista con 45 títulos entre los que se cuentan obras capitales de autores obvios, de Bergman a Tarkovski, de Dreyer a Fellini, de Chaplin a Spielberg, junto a otros a los que el paso de estos 25 años no ha hecho precisamente el mejor de los favores.

Como es costumbre, entre un anecdotario digresivo siempre jugoso (que incluye a Sara Montiel, Pasolini, Terenci Moix o Schwarzenegger) y leves apuntes críticos al contexto y algunas de sus personalidades, Gubern no deja pasar la oportunidad de dictar una nueva lección a propósito de las relaciones, siempre problemáticas, entre el cristianismo y la cultura de masas. En el capítulo Controversias doctrinales repasa desde los orígenes silentes a las superproducciones hollywoodienses de los años 60 los hitos fundamentales, estrategias narrativas y discursivas y límites con la censura de numerosas Pasiones de Cristo y títulos, del Christus (1916) de Antamoro al Rey de reyes (1961) de Ray y Bronston, que representaron y condensaron con mayor o menor cercanía al film ideal (Pío XII) el punto de vista del canon católico.

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