Más rojo que negro y más USA que francés
Crítica 'Les lyonnais'
Les lyonnais. Mafia/drama, Francia-Bélgica, 2011, 102 min. Dirección: Olivier Marchal. Guión: Olivier Marchal y Edgar Marie, a partir del libro original de Edmond Vidal. Fotografía: Denis Rouden. Música: Erwann Kermorvant. Montaje: Hubert Persat. Intérpretes: Gérard Lanvin, Tchéky Karyo, Daniel Duval, Dimitri Storoge, Patrick Catalifo, François Levantal, Francis Renaud.
Olivier Marchal podría ser el heredero de José Giovanni (1923-2004), el ex delincuente ligado a la mafia que tras salir de la cárcel se convirtió en un prolífico autor de novelas, guiones y películas centradas en el submundo de la delincuencia como universo trágico -sus protagonistas parecen en muchos casos estar predestinados- y en el canto a la recia amistad entre hombres duros. Marchal podría ser el heredero de Giovanni, efectivamente... De no ser por su origen: si Giovanni lo aprendió todo sobre el mundo del crimen como delincuente y recluso, Marchal lo hizo desde el bando opuesto, como policía. El miedo le hizo abandonar el cuerpo y dedicarse a la interpretación para después sumarle el guión y la realización, triunfando en el nuevo (o posmoderno) cine negro francés con Gangsters, 36 quai des Orfevres y MR 73. Tal vez por eso el universo de Marchal sea menos sincero, más de toreo de salón o de delincuencia desde la barrera, que el de Giovanni. Por mucho que se recree en la violencia extrema.
En esta última película suya su objetivo es la banda mafiosa gitana de Les Lyonnais, activa en Francia entre 1967 y 1977, y su historia es la relación de estrecha amistad entre Edmond Vidal y Serge Suttel. Edmond, que realmente perteneció a la banda y en cuyos testimonios se basa la película, se retiró en el momento adecuado. Serge siguió. Pasados muchos años, el más o menos respetable y tranquilo Serge debe abandonar su retiro para ayudar al amigo. El argumento, típico de este tipo de historias, resulta ser real.
Contando en paralelo el rescate de Serge y la vida de delitos que desde la adolescencia le unió a Edmond, Olivier Marchal construye una correcta película negra con un cierto perfume a lo Giovanni (aunque a granel) y una convincente estética setentona que, más allá de los pantalones de campana y las camisas de colores inverosímiles y cuellos gigantescos, es adoptada también como estilo narrativo y visual de la película. Fuertemente especiada con toques de presunta épica mafiosa tipo Coppola y de violencia extrema -loca, desquiciada, imprevisible- marca Scorsese.
Cine pulcro, bien rodado, profesional. Pero falto de garra y de auténtica dimensión trágica. Tiros en la cabeza, torturas mafiosas y policiales, cadáveres arrojados a los cerdos, sesos esparcidos por la pared, cuchillas de afeitar convertidas en armas letales o tipos convertidos en coladores no bastan para dar aliento trágico a una película de gángsters. Es más: sobran. Todo resulta más americano de última hornada (en la estela del peor Michael Mann, no de James Gray: ojo) que seguidor del modo negro francés. Gerard Lanvin es un convincente rostro de palo. Pero se echa de menos a Jean Gabin y a Lino Ventura. Fallo estrepitoso de la música de Erwann Kermorvant, que parece más escrita para aventuras de efectos especiales que para una película negra. También se echa de menos -y mucho- a François de Roubaix y a Ennio Morricone, cómplices musicales de tantas películas de Giovanni.
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