"Con la corrección política nos estamos mutilando como sociedad"

Roger Wolfe | Poeta

El autor reúne sus primeros libros, con los que sacudió los cimientos de las letras españolas, en el tomo I de 'Toda esta poesía', el proyecto que recorrerá su obra y que publica Renacimiento

El poeta Roger Wolfe, en un autorretrato tomado en mayo en Madrid.
El poeta Roger Wolfe, en un autorretrato tomado en mayo en Madrid.

"Los buenos escritores –no hace falta / repetirlo– son aquellos / que saben siempre, exactamente, cuándo no deben escribir. / Pero ese / evidentemente / no es mi caso", sentenciaba Roger Wolfe al comienzo de su carrera, en unos años en los que homenajeaba también a E. E. Cummings y proclamaba: "Al carajo con la literatura / queremos algo con carácter". El autor (Westerham, 1962) que sacudió los cimientos de las letras españolas con su valentía y frescura reúne ahora sus tres primeros libros, los que publicó entre 1982 y 1993, Diecisiete poemas, Días perdidos en los transportes públicos y Hablando de pintura con un ciego, en el tomo I de Toda esta poesía, el proyecto que agrupa su obra poética completa y que edita Renacimiento.

–¿Qué queda del jovencito que dedicaba sus primeros poemas a Orson Welles y Dylan Thomas?

–Yo sigo siendo el mismo. Como decía alguien, cambio desde mi mismidad [ríe]. Con algunos años más, con más lecturas, más experiencias y más oficio. Pero esas lecturas formativas de los comienzos siguen siendo clave, ahí trazaba el universo que desarrollaría después. De los Diecisiete poemas, el libro con el que empecé, he suprimido algunos textos que no me convencían, aunque no descarto sacar un último volumen con textos excluidos, meterlos en un apéndice y quizás reformarlos. El problema de volver a lo que has escrito es que si empiezas a corregir te vuelves loco. Se puede volver obsesivo.

–Las poéticas, decía entonces, "son un poco como los preservativos: / si te tienes que parar / más vale dejarlo para otro día".

–Sí, eso era un chiste, con él sostenía que si a veces te tienes que parar a pensar las cosas demasiado pierdes la frescura. Aunque yo, precisamente, teorizo bastante sobre lo que hago. En otra antología que saqué con Renacimiento, Algo más épico sin duda, incluía un largo prólogo en el que hablo de la génesis de los libros, de cómo empezó todo, de Dylan Thomas, de las contradicciones del artista, de las dificultades de mantenerse a flote, de lo extraño que es hacer poesía en el mundo en el que vivimos... Todo eso lo exploraba ahí.

–En estos primeros libros usted aportaba una mirada nueva a la poesía española, y su voz influyó en algunos autores que vinieron luego. ¿Es consciente del magisterio que ha ejercido?

–Sí, a ver... Todo se ha hecho ya, todo se ha inventado, pero creo que aquí no se había planteado la poesía de la manera en que yo la hacía. En España había otros discursos, y yo venía de otras tradiciones, y eso se notaba, soy inglés y mi literatura es española, en realidad soy extranjero en todas partes. Y eso ayudó a que alguna gente entendiera que podía escribir lo que tenía en la cabeza. En ese sentido yo marqué cierto camino, sí. Pero Luis Alberto de Cuenca, siempre lo cito, fue otro poeta que abrió una nueva perspectiva, antes que yo, especialmente con La caja de plata, una obra en la que cambió de registro frente a lo que había hecho hasta entonces y optó por una línea clara. Para mí fue una impresión leer ese libro, me marcó, y lo adapté a mi modo de ver las cosas.

Cubierta del libro.
Cubierta del libro.

–En el extraordinario Homenaje a los poetas medio muertos se burla de la solemnidad con la que a veces los Ayuntamientos, los alcaldes, celebran la poesía.

–Ese poema se basa en un hecho real. Yo estuve en el cementerio de Alicante, no recuerdo ya exactamente los pormenores, pero los restos de Miguel Hernández se trasladaron en los 80 a su sepultura definitiva. Yo asistí a aquella historia con otro compañero poeta, y fue como lo cuento: el alcalde dio un discurso, y después un músico dijo: Sí, sí, pero si le hubieran dado más pan y más aceite otro gallo cantaría. ¡Me pareció tan maravilloso! Porque eso es así, los homenajes y los reconocimientos te llegan cuando has muerto, pero oye, dámelo ahora que igual lo necesito, que igual las estoy pasando canutas. Mira Joyce, qué paradoja: se fue de Irlanda porque no soportaba aquello, se asfixiaba, y ahora hay allí toda una industria alrededor de él...

–Bajo la audacia de esos versos jóvenes, se esconde una lucidez impropia de la edad, y escribe frases como: "Los cuerpos (...) no saben nunca / del dolor que siembran a su paso".

–Recuerdo que eso me dijo un poeta de la generación de mi padre, que esos versos parecían escritos por una persona mayor, y no fue el único que me lo comentó. Yo creo que a veces el artista nace viejo. Pero como yo voy al revés, y además soy inglés, cada día me hago más joven [ríe]. Así que yo empecé en la madurez y acabaré en la juventud más absoluta...

–En la contraportada de este tomo, se dice que su poesía tiene "la sutil precisión de un bisturí y la sonora contundencia de un bate de béisbol". Espléndida definición.

–Sí, eso lo hizo Abelardo Linares, y fue un honor para mí, me gustó mucho que lo hiciera y creo que sí, que ahí está muy bien resumida mi poética, que es un análisis muy certero. Lo suscribo, aunque también hay una vena mía ensimismada, contemplativa, que quizás no ha sido tan conocida.

"Hemos perdido la capacidad para analizar las cosas. Está pasando hasta en la ciencia, que se está politizando"

–En sus poemas conviven el desencanto y la celebración. En algún pasaje llega a concluir: "Se me ocurre / que es agradable estar vivo y hacer la guerra / y el amor y este poema, y que el mundo / bien merece / otra mirada".

–Mi postura, yo siempre lo digo, es de vitalismo trágico, muy nietzscheana, de abrazarlo todo y aceptarlo todo, vivir hasta el fondo. Yo no diría que sea una visión pesimista, aunque desde luego no es un optimismo iluso. Creo que el artista tiene un poso trágico, porque se va la belleza, la vida, todo se va, y él recoge eso. Pero a mí no me gusta dar demasiada importancia a lo que me ocurre, me preocupa presentar una imagen patética. El malditismo ha convertido en mito la tristeza, la miseria, la derrota, temas que se pueden tratar, claro, porque existen, pero no hay que subrayarlos.

–En otro momento alude a "la típica inocencia / de mis pocos años". ¿Perdura algún resto de esa ingenuidad?

–Sí, yo uso mucho la palabra candor, que le gustaba mucho a Ginsberg, en el sentido de ingenuidad positiva, de perspectiva fresca y hasta cierto punto inocente. Eso tiene fuerza. Hay que conservar la mirada del niño, aunque el artista sería más bien un niño travieso. Y el candor es importante.

–Da la impresión, leyendo estos poemas, de que en los 80 se podía hablar con una mayor franqueza, sin rodeos, sin el temor de que alguien pudiese ofenderse.

–Sí, yo también pensé eso, que quizás hoy no habría podido escribir algunos versos igual. Estamos en una situación asfixiante, la corrección política ha llegado a un extremo grotesco. El problema de hoy es que no vivimos la antigua censura, sino una que se ha impuesto la sociedad a sí misma. Yo creo que en mi obra se aprecia cuál es el afán, cuál es la voluntad... Igual hay gente que lo lee y no lo entiende, pero mira, yo siempre digo, y suena a fanfarronería, que escribo para un lector inteligente. Si yo me cruzo con algo que me disgusta, intento comprender qué hay detrás, de dónde viene eso, ¿no? Pero hoy, en Facebook, en Twitter, hay un linchamiento moral que promueve gente que ni siquiera sabe de lo que está hablando, hay escándalos que se organizan por libros que sus detractores no han leído, movidas que responden a una declaración sacada de contexto. Es un problema, y no sólo literario o artístico. Nos estamos mutilando como sociedad. Hemos perdido la capacidad crítica, que no es hablar mal de las cosas, sino analizarlas. Está pasando hasta con la ciencia, que se está potilizando. Y, perdónenme, pero la ciencia se basa en el escepticismo, en la duda, en el cuestionamiento. Llevarla a otro terreno es una locura.

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