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Un momento antes de la tormenta

Hijos de la bonanza | Crítica

Rocío Acebal Doval compone en 'Hijos de la bonanza', poemario ganador del Premio Hiperión, una suerte de manifiesto generacional tocado por el desencanto

La joven poeta asturiana Rocío Acabal Doval (Oviedo, 1997). / D. S.
M. Ángeles Robles

06 de septiembre 2020 - 06:00

La ficha

'Hijos de la bonanza'. Rocío Acebal Doval. Hiperión. Madrid, 2020. 70 páginas. 10 euros

Rocío Acebal Doval nació en Oviedo en 1997 y ha ganado recientemente el XXXV Premio de Poesía Hiperión con Hijos de la bonanza, un libro que, como reza el colofón, se publicó en pleno confinamiento. No es éste su primer libro: ya publicó en 2016 Memorias del mar (Valparaíso) y ha participado en algunas antologías y prestigiosas revistas. A sus poco más de 20 años, ya debe estar cansada de que muchos la consideren una niña prodigio de la poesía.

Hijos de la bonanza responde a una inquietud íntima, la de reconocerse en una geografía humana concreta: la de los hijos de un país aparentemente próspero, ese que nos hizo vivir el espejismo de la modernidad y el estado del bienestar. Rocío Acebal ahonda en el abismo incierto de los nacidos al final de los 90, una generación predestinada al desencanto, que pasó de una infancia entre algodones a vivir una juventud de perenne incertidumbre. La autora lo expresa con estos elocuentes versos que pertenecen al poema que da título al libro: "No atendimos a aquel presentimiento, / aquel olor a pólvora –aún distante– / que asomaba en voz baja / como un eco de angustia a puertas de palacio".

Acebal construye, a través de las tres partes sin título en las que se divide el poemario, una ruta cierta que avanza desde lo general hacia lo íntimo. Su voz poética no elude posibilidades, por eso su tono fluctúa entre la frescura y el comedimiento, entre la descripción desnuda de situaciones cercanas y la reflexión personal.

La primera parte del libro ahonda en esa reafirmación generacional que mencionábamos más arriba. Son extraños poemas de juventud marcados por el desencanto, también por una terrible aceptación, por una durísima compresión de los hechos. Poemas como Nota biográfica o Autorretrato (o radiografía de un brunch con mis amigas) –"no vamos a vivir / mejor que nuestros padres pero al menos / sabemos que podemos resistir"–, que destilan una extraña resignación de fondo que contrasta con su tono sereno.

Abundan en el libro, pero son quizás más explícitas en esta primera parte, las referencias literarias. Acebal parafrasea a Machado (Hijos de la bonanza) o Gil de Biedma (Nota biográfica): "Yo nací –comprendedme y quizá / consigáis perdonadme– un instante / antes de la tormenta, abocada / a ver desde la cuna el hundimiento / y vivir aferrada a los tablones: / náufraga del progreso". Homenajes exentos de solemnidad con los que acierta.

Portada del libro. / D. S.

La cita del también narrador y poeta ovetense Víctor Botas que preside la segunda parte del libro es más que elocuente: "Una vez más el tema (el viejo tema) de la rosa". Se centra esta parte del poemario en el oficio de la escritura y sus servidumbres. Podemos destacar como especialmente logradas dos piezas de este conjunto, que, además, ejemplifican bien la dualidad de acentos de este poemario. En la primera, Proceso literario, dominada por un tono irónico y sarcástico, hace inventario de las rutinas que debe asumir como joven escritora que compite en un mundo frecuentado por grandes egos y vanidades. A modo de sabia enseñanza, la poeta concluye: "¿Escribir un poema? Esa es la parte más fácil". La segunda, Arte poética, es un poema breve que funciona, y bien, como sencilla declaración de principios: "Observa ahora el manto del aroma, / cadáver a los pies de esa entereza, / y dime de qué sirve su artificio". No hay alardes en esta composición reveladora de una concepción de la poesía que, en cierto modo, contradice algunas apuestas incluidas en este libro.

Cierra Hijos de la bonanza una sección de poemas amorosos marcados por el desengaño y la incertidumbre, también por los usos y costumbres de una generación que ha superado los tabús sobre el sexo y que se relaciona a través de las redes sociales. La plenitud amorosa es efímera –"será sólo un WhatsApp de buenas noches, / una breve llamada desde el tren / un corazón latiendo en la pantalla" (La despedida)– y las relaciones humanas un juego de vencedores y vencidos marcado por el ritmo anodino de la noche: "En cuanto duerma, escaparás descalza, / con las bragas guardadas en un bolso, / en busca de unos churros que sí te hagan / la boca agua –al menos eso–" (Noche de ronda).

En Hijos de la bonanza, la autora despliega un discurso poético centrado en definir una actitud frente al mundo, una actitud que no implica renuncia ni definición ideológica concreta: "Uno aprende a vivir consigo mismo" (Lección de conformismo). No parece reconocerse en el discurso feminista, por ejemplo, aunque sí en los problemas a los que se enfrentan las mujeres ("Yo no quiero tener hijas"), sobre todo las que se abrieron paso en una época anterior a la suya (Tiempos más simples).

Con este libro, Acebal revela que su poesía no es circunstancial sino deliberadamente atada a la realidad concreta de una generación que ha crecido, como ella confiesa, presintiendo la tormenta perfecta. Quizás por eso, su voz poética parece alzarse con la apreciable voluntad de fraguar un manifiesto generacional en el que reconocerse y conseguir que se reconozcan otros.

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