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El fin de una era a ritmo de vals vienés

Le congrès ne marche pas | Crítica de teatro

Uno de los momentos de ‘Le congrès ne marche pas’ de La Calórica
Uno de los momentos de ‘Le congrès ne marche pas’ de La Calórica / Silvia Poch

La ficha

*** ‘Le congrès ne marche pas’ La Calórica, Teatre Lliure y Centro Dramático Nacional. Dramaturgia: Joan Yago. Dirección: Israel Solà. Intérpretes:  Roser Batalla, Joan Esteve, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Tamara Ndong, Marc Rius, Carlos Roig y Júlia Truyol.  Voz en off: Francesca Corentine Sauvetre. Escenografía: Bibiana Puigdefàbregas. Iluminación: Rodrigo Ortega Portillo. Vestuario: Albert Pascual. Espacio sonoro: Guillem Rodríguez y David Solans. Caracterización: Anna Madaula. Coreografía y movimiento: Vero Cendoya. Traducción y asesoría fonética en francés e inglés: Julia Calzada.  Traducción y asesoría fonética en ruso: Gerard Adrover y Yulia Karaganova. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes, 24 de enero de 2025. Aforo: Casi completo.

La Calórica  viene demostrando desde su nacimiento en 2010 un equilibrio entre el compromiso y el humor, sello de la historia de las compañías privadas catalanas. Ha mantenido un sólido grupo en estos 25 años: la dramaturgia de Joan Yago, la dirección de Israel Solà, el vestuario de Albert Pascual y los intérpretes, Júlia Truyol, Esther López, Marc Rius, Aitor Galisteo-Rocher, Xavier Francés. Para Le congrès ne marche pas han incorporado, como actores, a Roser Batalla, Tamara Ndong, Joan Esteve y Carles Roig. Un equipo que junto a Bibiana Puigdefàbregas (escenografía), la iluminación de Rodrigo Ortega y el espacio sonoro de Guillem Rodríguez y David Solans así como la caracterización de Anna Madaula transmiten uno de los mejores trabajos escénicos de ‘grupo’ vistos en los últimos tiempos.

El escenario, simple en apariencia, se va transformando a ritmo de vals en un palacio vienés donde todo se mueve con la coreografía de Vero Cendoya y funciona con la matemática de un reloj. Israel Solà, dirección, mantiene en todo momento ese aire de fiesta perpetua en la que se convirtió el Congreso de Viena que comenzó en 1814, con la pretensión de que solo durase dos semanas, y se prolongó nueve meses. La Calórica transita, en su propuesta, desde el documental histórico, la voz en off de Francesca Corentine que nos acompaña, con demasiado celo, todo el espectáculo aportando datos y la mascarada en la que se va convirtiendo la escena que va demostrando mayor interés por la forma que por el contenido.

Con el texto de Joan Yago, que se mueve entre la realidad política y un afán por contarnos los excesos que ocurrieron en aquel Congreso de Viena, orgía de bailes, cenas y despropósitos, al mismo tiempo que en Europa agonizaba el Antiguo Régimen. Y de esto último va Le congrès ne marche pas de La Calórica, una parábola que pretende explicar nuestra realidad actual en la que seguimos sin tener consciencia  de que la época de las democracias liberales, en la que hemos vivido en el pasado siglo, ha llegado a su fin histórico.

La obra comienza con una referencia al estallido del volcán Tambora en la isla indonesia de Sumbawa y que la arrasó, haciendo desaparecer a sus diez mil habitantes. Mientras, ajenos, en Viena se sucedían las fiestas y los bailes. Israel Solà entremezcla otros momentos históricos como el discurso de Margaret Thatcher en su moción de censura defendiendo su política de mano dura. De aquellos polvos estos lodos, ahora con la vuelta a la Casa Blanca de Donald Trump y el auge de una política de la avaricia que está poniendo en solfa y marcando un cambio de era mundial.

Los logros de la propuesta de Le congrès ne marche pas son encomiables pero también plantea preguntas que responden, lógicamente, a criterios artísticos y que parecen buscar más retos de compañía que proposiciones estéticas. Y me refiero a que el texto de los actores sea en francés, inglés y ruso. Salvo la licencia poética no le encuentro ningún valor estético a esta Torre de Babel que, al cabo, solo demuestra que los actores son impresionantes.

La premisa histórica es evidente pero se va quedando en la evanescencia de la música del vals que te mece y te hace dar vueltas y vueltas. El vacío se va apoderando de la escena y el encanto se va perdiendo hasta llegar a un baile final que resulta sonrojante por lo simple y facilón de su planteamiento.

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