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Gagarin o la triste certeza de viajar solo. José Moreno. La Navaja Suiza Editores. Madrid, 2024. 176 páginas. 18,50 euros.
Aclaración para los lectores más jóvenes. Hubo una vez un defensa central de frente ancha, bigote de guardia civil y pelo en pecho que destacó en el Cádiz tras un paso por el Betis. Carmelo Navarro, que así se llama esta leyenda del equipo amarillo, fue conocido por el maravilloso apodo del Beckenbauer de la Bahía, sobrenombre que le puso Michael Robinson un día que estuvo especialmente inspirado.
Pues bien, hay en Cádiz un escritor absolutamente desconocido hasta que hace unas semanas otro escritor algo más conocido pero tampoco famoso, Alberto Olmos, hizo una reseña de su último libro en El Confidencial. El libro se llama Gagarin o la triste certeza de viajar solo y la reseña llevaba un título más potente todavía: "No leas este libro extraordinario, mejor compra el premio Planeta". El artículo debió gustar porque parece que las ventas del libro se dispararon y se colocó entre los más vendidos en Amazon en cuestión de horas.
Que lo edite La Navaja Suiza no deja de ser una garantía. Un sello independiente que ha publicado en español a uno de los grandes postmodernos de EEUU como es William Gass, que ha sacado a una interesante colección de autores desconocidos y que hace unos años trajo también una estupenda novela del escritor colombiano Ricardo Silva Romero titulada Autogol, sobre el gol en propia puerta que se marcó el defensa colombiano Andrés Escobar en el Mundial de EEUU 94, tras el cual sería asesinado.
Gagarin o la triste certeza de viajar solo, se lee en una portada en la que aparece un tipo con camisa de leñador de espaldas caminando hacia una gasolinera con un galpón (palabra que uno acaba de conocer tras la lectura de este libro extraordinario) detrás. Por la parte del centro aparece en rojo el nombre del autor, José Moreno, que resulta que no era tan desconocido para mí porque descubro que yo ya lo seguía en Twitter (o X, si lo prefieren) porque suele postear cosas interesantes relacionadas con libros y además tiene una tienda de libros y discos en Cádiz que se llama La Cápsula. Así que sí, lo conocía, pero no había tenido el gusto de leer nada de él más allá de sus tuits.
Su libro es una colección de diez relatos breves que recuerdan a la mejor tradición de la literatura norteamericana. La de John Cheever, Stuart Dybek, Raymond Carver, Richard Ford, Lucia Berlin, James Salter, David Foster Wallace y decenas y decenas de autores que han dominado el género con gran maestría. Moreno está muy a la altura. Y yo, sin ser Michael Robinson, me atrevo a llamarle el Richard Ford de la Bahía, porque Ford es mi preferido de todos los cuentistas norteamericanos y porque además fue él quien coordinó esa obra magna (descatalogada y por la que piden más de cien euros en Wallapop) titulada Antología del cuento norteamericano, que reunía a lo más granado del relato breve yanqui desde los tiempos de Poe y Melville.
Dicho todo esto, vayamos al lío. El título es un macguffin de los buenos, porque Gagarin no aparece en ninguno de los cuentos. Ni falta que hace. Quien tenga interés por la figura del cosmonauta ruso, mejor que no compre este libro y se vaya directo a por la excelente Más allá. La asombrosa historia del primer humano que viajó al espacio, escrita por Stephen Walker y publicada el año pasado por Capitán Swing. Quien quiera leer literatura de la buena, que no le haga caso a Alberto Olmos y se haga con un ejemplar del libro de Moreno.
Abre plaza Un golpe de buena suerte, un cuento protagonizado por un tío demasiado buena gente que le presta su furgoneta, con la que se gana la vida, al primero que se la pide en un bar. Le sigue Ahí abajo, una pieza sobre alguien que se obsesiona con que hay algo debajo de su bañera y no para hasta levantarla para saber qué se oculta ahí. Nada importaba demasiado es un texto sobre un atraco a una farmacia con unas consecuencias imprevisibles. Y así hasta diez textos en los que el autor brilla y a veces hasta vuela. El más largo es el que inspira el dibujo de la portada, En un océano tostado, sobre un señor que trabaja en una gasolinera aislada del mundo porque está en una carretera por la que ya no pasan coches, después de que se hiciera una autovía que se llevó el tráfico.
La mayoría son personajes con un cierto aroma a derrota, perdedores sin demasiada ambición que aceptan su destino con fatalismo y sin rebelarse demasiado. No hay alcoholismo ni sexo crudo a la manera del realismo sucio de Bukowski o Pedro Juan Gutiérrez, ni tampoco la brutalidad de Bonnie Jo Campbell o Chris Offut. Es más, cuando parece que puede haber un polvo a la vista entre un técnico de lavadoras y una antigua profesora suya que antaño fue atractiva pero que hoy recuerda a la protagonista de Misery, aparece el marido de ésta y se pone a hablar de Alan Shearer, mítico delantero del Newcastle y de la selección inglesa de los años noventa.
Hay lírica, mirada limpia, metáforas y reflexiones profundas dentro de estas ficciones. "Dejaría todo atrás, y antes de montarme en la furgoneta, echaría un último vistazo a todo esto, preguntándome si la podredumbre también se echará de menos, dudando si para la infelicidad también hay hueco en la nostalgia", se plantea el gasolinero solitario. Una reserva india sirve al padre de otro de los habitantes de esta colección de relatos para darse cuenta de la fugacidad de la vida, que parece viajar en una locomotora. Una charla sobre el alistamiento al Ejército con un vecino le vale a otro personaje para criticar con fuerza el patriotismo que acaba con unos jovenzuelos recién salidos de la adolescencia invadiendo Bagdad.
Los cuentos de Moreno están ambientados en lugares que no se mencionan. Puede deducirse que los escenarios son la España vacía, la América profunda o la Inglaterra industrial. Tanto da. Ahí está la habilidad del autor para crear una situación interesante con unas pocas frases. Hay mucha soledad en estas páginas, y de ahí que sea Gagarin, un tipo que se fue solo al espacio, quien presida el título. "Me he quedado solo y creo que ese es castigo suficiente. Es duro no tener un cristal con el que chocar tu vaso", piensa el narrador de La sombra de las cosas antes de romperse, tras sufrir la traición de su novia, "cuando todo se desmigajó como el pan duro que se echa a las palomas".
De comparaciones tan potentes como esta última está el libro poblado. "El verano había entrado en la ciudad como un puñetazo de Tyson: en pleno rostro y sin avisar", "hunde la cuchara en el helado y la deja ahí clavada, como un alpinista que acaba de coronar el Everest con su bandera" y unos cuantos ejemplos más que yo no debo destripar más.
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