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"Cada generación debe encontrar en los clásicos aquello que necesita"

Miguel del Arco | Dramaturgo y director teatral

Pavón/Kamikaze llega este fin de semana al Central con 'Ricardo III', una versión con tono de farsa y llena de guiños al presente, desde la exhumación de Franco a 'Sálvame'

Miguel del Arco (Madrid, 1965), este jueves en el Teatro Central. / Belén Vargas
Francisco Camero

12 de diciembre 2019 - 21:32

Sevilla/¿Es posible establecer una conexión entre la fascinación que los personajes malvados de ficción han despertado siempre en el ser humano y la irresistible seducción que entre amplísimos sectores de la población mundial está despertando el creciente atajo de líderes políticos entregados sin rubor al populismo más narcicista, burdo y salvaje? Tratando de responder a esta pregunta casi retórica, el director teatral Miguel del Arco llegó a Ricardo III, una de las tragedias más célebres de Shakespeare, quien acuñó en esta obra inagotable –la más representada de las suyas en reñida pugna con Hamlet– a uno de los más feroces villanos del imaginario universal.

"Ese es el espejo que nos pone delante Shakespeare en la obra", dice Del Arco, que llega este viernes y sábado al Teatro Central con esta "versión muy libre" del clásico del Bardo realizada por él mismo y Antonio Rojano, con Israel Elejalde como protagonista y el sello del Teatro Pavón/Kamikaze. "Ricardo III es una obra larguísima, de unas cinco horas que hay que acortar porque esa duración ya no la aguanta nadie, y lo curioso es que dramatúrgicamente es muy endeble: está sostenida casi únicamente por un personaje principal que es absolutamente fascinante", dice sobre este paradigma del poderoso abyecto que se inspira en la figura real de Ricardo III de York y en el contexto histórico de la Inglaterra inmediatamente posterior a la Guerra de las Dos Rosas que enfrentó a las familias York y Lancaster y al acceso al poder de la casa Tudor.

"En el fondo –retoma Del Arco, que hace diez años visitó por primera vez el Central con La función por hacer y desde entonces no ha dejado de presentar en él prácticamente todo lo que ha hecho–, a todos nos gustaría muchas veces ser como Ricardo. Ese deseo perverso lo tenemos bajo control, la inmensa mayoría de nosotros al menos, pero quién no ha fantaseado con poder hacer exactamente lo que quiere sin que importe nada más. Por eso el personaje que crea Shakespeare, que lleva esa oscura fantasía humana al delirio, grita en un momento de la obra: Ricardo ama a Ricardo".

El dramaturgo y director teatral, en el vestíbulo del teatro de la Cartuja. / Belén Vargas

Esta "investigación sobre el mal", como la llama Del Arco, enlaza con Jauría –su reciente obra basada en la transcripción literal del juicio a los miembros de La Manada– en la medida, dice, en que lanza la pregunta de "cuán de malos estaríamos dispuestos a ser si ser malos significa poder conseguir lo que queremos". La "pertinencia" de esta pregunta tanto como del montaje de la obra la explica Miguel del Arco así: "En su momento, cuando irrumpió el 15-M y parecía que el cambio social era posible, hicimos [el plural se refiere a él y a Elejalde, protagonista de las tres producciones] Misántropo [una versión también muy libre del original de Molière]; luego Hamlet en una época que significó el final de la utopía, pues estábamos en lo más cruento de la crisis; y ahora este Ricardo III, que coincide con el auge de la extrema derecha y las figuras populistas".

"Ha cambiado el paradigma y ya ni siquiera se disimula, antes al menos, en torno al poder, había cuestiones formales y todo el mundo estaba de acuerdo en que ciertos límites no se podían rebasar", dice el director teatral. "Ahora hay mucho Ricardo, y son todos una suerte de payasos, y lo digo en el sentido de que hacen del humor un elemento fundamental para conectar con la gente. El otro día vi a Boris Johnson atravesando con un bulldozer una pared donde ponía Brexit. Y a Trump visitando un lugar de Estados Unidos donde ha habido daños por una nevada tremenda y preguntando dónde está el calentamiento global. Esa clase de gracias que de gracioso no tienen nunca nada".

La obra, una tragedia sin paliativos en el texto original, adquiere en esta reescritura un tono, a veces casi desatado, de farsa sobre la era de las fake news. Del Arco sostiene que esos elementos de comedia estaban ya, tal vez más agazapados, eso sí, en la fuente primigenia. "Nosotros sólo hemos querido resaltarlos", dice. "En el original, el personaje, Ricardo, inicia la función dirigiéndose directamente al público, al que viene a decirle: miradme, estad atentos, porque voy a hacer una cantidad de barbaridades que lo vais a flipar y, en el fondo, os lo vais a pasar bien".

Miguel del Arco, un cómplice habitual del Central. / Belén Vargas

En la versión que llega al Central, además, abundan los guiños a la actualidad, desde la mismísima exhumación de Franco al griterío embrutecedor de Sálvame. "Tras el estreno en Madrid me escribió una señora ofuscadísima, decía que había ido a ver Ricardo III y se había encontrado un panfleto", recuerda el director de la obra. "Y ella pensaba, claro, que era un panfleto de izquierdas. Al final me tuve que descojonar porque lo que más le había molestado era... ¡las palabras literales de Shakespeare! Tal cual. Por ejemplo, el discurso de Ricardo III cuando está arengando a su ejército para cargar contra las tropas de Richmond. Para mí ahí radica la mirada contemporánea, en interpelar a quien viene a vernos, en averiguar cómo los clásicos siguen hablando del presente. Yo podría hacer una función sin salirme ni un ápice del planteamiento histórico, pero es que Shakespeare era el primero que se pasaba eso por el arco del triunfo", dice.

"¿Cómo se es fiel a un autor? ¿Y a qué se es fiel?", se pregunta Del Arco. "Shakespeare ni siquiera fijó sus textos, fue otro quien los publicó; él era un hombre de compañía que no paró de rehacer las obras en función de los actores que tenía, si eran más graciosos o tenían un físico determinado... Un crítico escribió que esta versión es magnífica pero que, por ponerle una pega, no va a aguantar 20 años. ¡Ni falta que hace! A mí lo que me interesa que perdure es esta obra de Shakespeare, y perdurará. En esto soy muy de Peter Brook: cada generación debe encontrar en los clásicos aquello que necesita. Y Shakespeare lo aguanta casi todo".

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