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Estos son los nuevos requisitos para solicitar una VPO en Sevilla

Del retrato del Renacimiento al primer cuadro pop

Los lienzos y esculturas de los Alba sobrecogen por su calidad y belleza en las tres salas que alojan esta muestra

El lienzo 'La verdad' de Furini es uno de los favoritos de Jacobo Siruela.
Charo Ramos / Sevilla

16 de octubre 2009 - 05:03

Al atravesar el umbral, el visitante se encuentra frente a frente con el retrato del gran Duque de Alba pintado por Tiziano en torno a 1570. Una obra que muestra de medio cuerpo a uno de los personajes más controvertidos de la historia de España y el miembro más importante de esta casa ducal "pues durante 50 años sirvió a los reyes Carlos V y Felipe II", rememora Ignacio Hermoso, comisario de la exposición Colección Casa de Alba junto a Valme Muñoz. A la derecha, luce otra imagen del mismo personaje, con su imponente dignidad y orgullo, pintada esta vez por Rubens, que es autor asimismo de los retratos de Carlos V junto a la emperatriz Isabel -copia del original desaparecido de Tiziano- y de Felipe IV.

Estos cuatro posados procedentes del Palacio de Liria contrastan con la religiosidad de otras obras alojadas cerca: La última cena, una desconocida pintura de Tiziano que jamás se ha exhibido antes en España; la expresiva Coronación de espinas del maestro José de Ribera, una de las cinco piezas procedentes de Dueñas; y la Magdalena penitente de Andrea Vaccaro. Próximo, un lienzo presenta a una joven desnuda que rehúsa cubrirse con su manto azul y porta una máscara. Es La verdad del pintor florentino Francesco Furini, que representó el triunfo sobre cualquier ocultación recurriendo a un particular sfumato, la técnica que difundió Da Vinci. El retrato de Felipe IV de Rubens, un San Lucas de Guido Reni, Artemisa del maestro Gerard Seghers, Retrato de un niño de Cornelio de Vos, Sagrada Familia de Luca Giordano, el retrato del canónigo Miranda de Murillo... Cada una de estas obras y su excelente estado de conservación reclama, en soledad, toda la atención del visitante. Menores en tamaño, que no en belleza, los paisajes holandeses, documentados por el catedrático de Historia del Arte Enrique Valdivieso en el catálogo científico, invitan al recogimiento y la melancolía.

El corazón de la exposición lo marca la figura coqueta, chispeante y seductora de doña Teresa Cayetana, musa, mecenas y tal vez amante de Goya -tesis que descarta Manuela Mena, la experta en el pintor aragonés que realiza el comentario crítico del cuadro La duquesa de Alba de blanco (1795)-. Ante él, la mirada se coloca frente a frente con la historia misma de España. En esta segunda estancia, otras damas rivalizan en belleza: La marquesa de Lazán de Goya, la XV duquesa de Alba pintada por Winterhalter; Eugenia de Montijo y la XII condesa de Siruela, ambas captadas por Madrazo. Igualmente sublimes son el autorretrato de Mengs, Richard Palmer de George Romney, Felipe V imponiendo el Toisón de Oro al duque de Berwick, de Ingres... O, más allá, Pequeña vaquera junto al agua de Corot.

En la tercera sala dominan los retratos familiares de doña Cayetana (su padre pintado por Sorolla y esculpido por Benlliure; su madre captada en indumentaria goyesca por Zuloaga) y sus adquisiciones artísticas, como el chagall azul, La bailaora Josefa Vargas de Esquivel, Florero de Fantin-Latour, Mujer con sombrero de cerezas de Renoir y Meditación de Julio Romero de Torres. Domina el conjunto el retrato infantil de la actual duquesa montando en su poni favorito y rodeada de sus juguetes, entre ellos el ratón Mickey Mouse en su debut pictórico. Zuloaga acentuó el carácter travieso y alegre de la niña mediante un colorido chillón y abigarrado que podría convertir esta obra, según Ignacio Hermoso, en la primera pintura pop del arte español.

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