Los retos de Juana de Aizpuru
La galerista organiza en su sala de Madrid una exposición con obra de los artistas a los que apoyó en la Sevilla de 1970, creadores de la talla de Paco Molina, Gerardo Delgado, Carmen Laffón o Juan Suárez
Abrir una galería dedicada al arte moderno era, en la Sevilla de 1970, un riesgo que aceptó a sabiendas Juana de Aizpuru. Es cierto que en la ciudad, frente al rechazo de la Academia y de sedicentes expertos, había cuajado un grupo de autores jóvenes que apostaron por el arte actual en cuyo entorno crecieron espectadores, esto es, un público con criterio. De esa confluencia surgió La Pasarela, primera sala que en Sevilla optó por lo moderno y que, con el apoyo de la galería Juana Mordó, trajo a la ciudad obras de El Paso o de los pintores de Cuenca. Artistas y aficionados podían así medirse con cuanto se hacía fuera de la ciudad. Pero algo faltaba: autores jóvenes tuvieron que asentarse fuera para que su obra se conociera más allá de Sevilla. Había que dar un paso más. Una galería con iniciativa propia, decidida presencia en el mercado del arte sin perder por ello la visión general ni abandonar cuanto se hacía o pudiera hacerse en Sevilla. Ese paso lo dio Juana de Aizpuru. Más que explorar caminos, los abrió. Así lo indica su primera muestra, ahora recordada en Madrid, compuesta por artistas de entre veinticinco y treinta y cinco años. Poco después, sus obras las llevaría Juana, junto a las de Teresa Duclós, Claudio Díaz y los jóvenes componentes de Equipo Múltiple, Juan Manuel Bonet y Quico Rivas, por varias ciudades españolas. Más tarde abriría galería en Madrid, iniciaría ARCO y trabajaría con artistas internacionales (Kosuth o Art & Language) sin olvidar a los jóvenes, llamáranse López Cuenca o Kippenberger. Pero volvamos a la muestra actual, a esta su primera mirada, que ofrece un estimulante retablo.
Las obras de Paco Molina, fechadas en los 70, tienen mucho de compromiso: convertir en protagonista a la cabeza -a veces firme, aunque deshecha y perdida en el plano pictórico, u ocupándolo del todo, como un emblema- era, más allá de una lectura de Giacometti, un gesto de afirmación del individuo en años, en los que, pese a recientes opiniones que pasan por doctas, la represión llegaba más allá de la piel, hasta el propio sistema nervioso.
De Gerardo Delgado aparecen tres hitos, entre 1977 y 1982. Doble cristal es una lograda obra de su reflexión espacial, abierta con la instalación de grandes telas que se ofrecían a la mirada del espectador y a la vez lo rodeaban. También es envolvente este cuadro que tiende a expandirse por el muro. Esa tensión se interioriza en Pintura rosa, al oponer entre sí las partes del díptico. En Fragmento nocturno, el denso fondo contrasta con la figura brillante, casi líquida.
La pancarta es la única obra de Sierra fechada en aquellos años: un importante trabajo que remite a la original lectura que hizo el autor de Rauschenberg y sus combine paintings, y de la pintura norteamericana que va de la abstracción a la eclosión pop. De la obra reciente, destaca Dadá at Home, reflexiva e irónica, aunque sin la frescura de aquellos primeros años.
De Juan Suárez se echa en falta El paisaje del fondode 'La muerte de la Virgen' de Mantegna, pero las obras expuestas, de fines de los 70, son una meditación sobre esa rara dualidad de la pintura, a la vez materia y expresión, unidas en el gesto. La reflexión sobre la pincelada (un gesto-trazo que crea espacio) sintoniza bien con piezas donde el gesto desmiente la aparente monocromía, mientras que un listón de madera emula la pincelada vertical ausente.
Tres obras recientes son la contribución de Carmen Laffón. Un gran dibujo, carbón y témpera sobre madera, Bajamar. Línea del horizonte, y dos lienzos de parecidas dimensiones, El Coto desde Sanlúcar: Bajamar y Nocturno (expuestos hace poco en la Casa de la Provincia) dan cuenta de la depuración que ha alcanzado su visión del paisaje y abonan el criterio de Jacques Rancière para quien la clave de lo moderno no es la oposición de figura y abstracción, sino la capacidad de la obra para hacer presente el pensamiento en la materialidad de lo sensible. Así ocurre en el espacio-tiempo que vibra en las obras de Laffón, ideas que se presentan de improviso, como a pesar nuestro.
Entre la obra expuesta, destaca de manera muy especial la de José Soto. Toda ella anterior a 1975, cuando decidió abandonar la pintura a la que, desde entonces, sólo ha vuelto en contadas ocasiones. Pese a ello los siete trabajos poseen un envidiable rigor. Son sobre todo una pausada reflexión sobre el espacio pictórico: el cuadro y su entorno (Río Grande), la relación entre línea, proporción, interacción del color y sutiles desviaciones (Espacio inacabado), moviéndose todo ello en ese lugar desde el que autores como Newman y Kelly, parecen sugerir un paso, como ha señalado Miklos Peternak, entre expresionismo abstracto, abstracción geométrica y minimalismo.
Delgado, Laffón, Molina, Sierra, Soto y Suárez. Galería Juana de Aizpuru. Barquillo, 44, Madrid. Hasta el 31 de julio.
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