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eloy tizón. escritor
"Con este libro ha sucedido algo extraño. Lo tenía todo para ser olvidado y sin embargo, ya ves, no lo ha sido". Eloy Tizón (Madrid, 1964) rememora aún con asombro y humildad el fenómeno que protagonizó Velocidad de los jardines, que publicó cuando tenía 28 años y que, tras una tímida recepción inicial, se convirtió, por la elegancia de su prosa y la sensibilidad en el retrato de los personajes, en uno de los títulos indispensables del cuento contemporáneo español. El escritor presenta hoy, a las 20:00, en la librería Casa Tomada (calle Muro de los Navarros, 66), la edición que ha publicado Páginas de Espuma a propósito del cuarto de siglo, un acto que contará, además de con la presencia del narrador, con la lectura de Isabel Lozano Unzueta y el acompañamiento musical de Mercedes Ruiz y Ventura Rico.
-En un taller que dio recientemente, aseguraba que a veces algunos hallazgos de un texto se conseguían cuando se hacían las correcciones. ¿Ha retocado mucho en esta edición revisada de Velocidad de los jardines, respecto a la versión original?
-He retocado poco. No había leído el libro entero desde que se publicó, y era una sorpresa ver qué me encontraría cuando abriera la caja [ríe]. Hoy no plantearía igual los cuentos, pero tampoco tenía sentido reescribir el libro. He hecho mínimos cambios que afectan a palabras, he sustituido algún verbo que no me parecía suficientemente preciso, pero poco más. Nadie se va a dar cuenta. El libro es el mismo, la novedad es el prólogo.
-En relatos como Los puntos cardinales, con un viajante que lleva 30 años de profesión, o Austin, sobre un profesor veterano, los personajes eran mucho mayores que usted cuando hizo el libro. ¿Cómo ha visto el Eloy Tizón de hoy al joven que escribía sobre experiencias que aún no había vivido?
-Yo he visto mucho convencimiento en la escritura de entonces. Es lo que más me ha conmovido: más allá de la calidad menor o mayor de las historias, es la fe que puso ese muchacho en la literatura. Es verdad que mi situación vital no podía estar más alejada de los cuentos de los que habla. Yo no conocía a ningún viajante, por ejemplo, pero tenía mucha confianza en la voz y me dejaba arrastrar por la musicalidad, a partir de ahí empezaba a construir y a inventar. La peripecia, en realidad, no era tan importante como la emoción que podía haber de fondo, que tenía que ver con cierta soledad, cierta orfandad, y eso sí me era cercano.
-En la vida intermitente, uno de los relatos, se habla del protagonista como "el mejor poeta del mundo", que no llegó a nada en este ámbito porque "no perseveró". Leyendo Velocidad de los jardines, con todo su lirismo, es inevitable pensar que usted también sopesaría eso de ser poeta.
-A los 20 años publiqué un librito de poemas en prosa que es prácticamente inencontrable, uno de esos pecados de juventud. Sí, yo tengo la sensación de que Velocidad... es una especie de transición entre esa poesía y una búsqueda más narrativa, donde ya interviene un personaje. Ese lirismo puede ser parte del atractivo del conjunto, pero hacia ahí señalaban parte de las críticas que recibió la obra entonces, que decían que sí, que había un cuidado del lenguaje y tal, pero que no contaba historias. Es un reproche que cada vez recibo menos, algo ha cambiado en la percepción de lo que hago.
-Porque, cuando apareció, el estilo que imperaba en las letras españolas era el realismo. Hoy hay mucha más diversidad.
-Esa es la lectura que yo hago, sí. Fue un libro a contracorriente, un poco marciano, porque entonces había un predominio total del realismo, del cuento carveriano. Yo hice esto por una cierta terquedad [ríe]. Se acercaba a propuestas que había leído, principalmente de autores hispanoamericanos, narraciones en las que pesaba más lo atmosférico que el desarrollo del argumento. Era la manera en que yo concebía el cuento y quería ser fiel a ella, aunque generara incomprensión.
-Entre esos referentes estaba Nabokov, al que hace un homenaje en el primer cuento.
-Ese es el tipo de literatura que a mí me conmovía en aquella época. Una literatura muy visual, con mucha carga del lenguaje. Yo pensaba que ahí, más que en la descripción fría de los decorados, estaba el corazón de la literatura.
-Ha hablado antes de la soledad de sus personajes. Hacia ellos proyecta una mirada compasiva que ha perdurado en su narrativa a lo largo de los años.
-Esa mirada compasiva es algo que yo observo en muchos de los escritores a los que admiro, desde Cervantes hasta Cheever. Retratan con cierta crítica la naturaleza humana, pueden ser muy incisivos, pero no aplastan nunca a los personajes, siempre dejan un resquicio en sus vidas. Yo necesito eso, esa mirada llena de cierta compasión, para que no nos hundamos.
-Define el éxito de Velocidad de los jardines como "una conspiración de los lectores: todo el mérito es suyo".
-Sí, yo tengo la sensación de que la historia de este libro la escriben los lectores, porque estaba destinado, como digo en el prólogo, a ser olvidado, tenía ciertas características que lo hacían un objeto raro. Y luego, por circunstancias extrañas que se dan en la vida, sin promocionarlo apenas, sin hacer siquiera una presentación, el libro caminó solo, encontró a lectores, y a lo largo de los años se convirtió en una obra recordada con cariño. En este tiempo me han preguntado mucho por el libro, y con la percha de los 25 años, Juan Casamayor [el editor de Páginas de Espuma] y yo pensamos que era el momento de recuperarlo.
-En las notas preliminares asegura algo que ha defendido en numerosas ocasiones, que "ningún cuento está completo si no le falta algo", que un relato será mejor si no se cierra del todo.
-Yo cuento casi siempre con la complicidad del lector. El relato breve es un género al que se le dan muy bien los silencios, las elipsis, el dejar información en la sombra. No sólo está en mi poética, sino que es inherente al formato. Los grandes escritores de cuentos, sean clásicos o modernos, no destripan nada, invitan al lector a completar la ambigüedad. Ese misterio diferencia al cuento de la novela o de la poesía.
-Confiesa que Olivia Reyes, la chica a la que todo el mundo ama en el cuento Velocidad de los jardines, existió realmente. ¿Qué otros elementos autobiográficos ha hallado en la relectura del libro?
-He encontrado, sobre todo, esa sensación de desasistencia que tiene la primera juventud. Empecé el libro con veintipocos años, y en él se aprecian la incertidumbre, el miedo al futuro, esa falta de certezas de entrar en una vida adulta y dejar las comodidades de la rutina familiar. Creo que ese sentimiento impregna las páginas. Y, luego, entre los elementos autobiográficos, hay pinceladas de mi instituto, que era muy parecido a los institutos de quienes estudiaran por aquella época.
-Se puede decir de usted que es uno de los autores más respetados de la literatura española, y, sin embargo, en el prólogo confiesa que no ha podido vivir de la escritura ni un solo mes.
-He intentado que lo que cuento en el prólogo fuera verdad, más allá de idealizaciones del libro. En el primer año, creo que vendí menos de 900 ejemplares, y estuve una mañana en la Feria del Libro y firmé dos volúmenes. Quería situar en su contexto real Velocidad de los jardines: no, no fue un éxito de relumbrón, fue un fenómeno más subterráneo, más lento. Y está bien recordar que los escritores no podemos vivir de esto, que tenemos que dedicarnos a otros oficios. Abordé el prólogo como una pieza literaria, con emoción, no como un texto académico. Quería contar qué pasaba para que un chaval de extrarradio se metiera en este lío de la literatura, explorar eso tan raro de la vocación. Me ha servido también para fijar algunas ideas sobre el cuento, sobre la escritura, que tenía dispersas.
-Cuando publicó Velocidad..., los libros de Luis Magrinyà, Juan Bonilla, Hipólito Navarro y Carlos Castán, que también cultivaban el relato, le despertaron "cierto sentimiento de pertenencia". En estos años, la familia del cuento en España, que antes tenía apenas unos cuantos miembros, se ha ampliado de manera generosa.
-Antes éramos más islas, no teníamos la sensación de formar parte de ningún grupo. Yo cito esos cuatro libros porque para mí eran, y siguen siendo, referencias, obras muy serias que no encajaban en la estética predominante. El panorama ha cambiado, sí, pero en parte gracias al trabajo concienzudo de ciertos editores. Cuando se publicó Velocidad de los jardines, los libros salían más desasistidos, te las tenías que arreglar tú para que se vieran. Y estaba esa idea, tan extendida, de que el cuento era el descanso entre dos novelas... Hemos mejorado mucho, sí, aunque todavía queda por hacer.
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