Ser en extranjería

Los reinos de allí | Crítica

El próximo día 18 se distribuye en librerías la esperada Poesía reunida de Carlos Edmundo de Ory, una amplísima recopilación impecablemente editada por Jaume Pont

Ory (1923-2010) en Vienne-le-Château, septiembre de 1977. / Rafael De Cózar

La ficha

Los reinos de allí. Poesía reunida 1940-2010. Carlos Edmundo de Ory. Edición e introducción de Jaume Pont. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023. 1.648 páginas. 39 euros

Ya hemos ido dando cuenta aquí, en relación con la obra del centenario Carlos Edmundo de Ory, de los hitos editoriales de los últimos años, pero ninguno más relevante que la publicación de su Poesía reunida, largamente esperada por sus devotos y al fin disponible en una impecable edición de Jaume Pont, temprano reivindicador de la figura del gaditano y uno de los especialistas que mejor conocen su legado. Es sabido que la accidentada e intermitente trayectoria editorial del poeta, casi inédito en volumen hasta los años sesenta, sólo se hizo regular cuando llegó, a comienzos de la década siguiente, la "hora de Ory", como la llamó Félix Grande, después de la publicación del ciclo Poemas (1969) y Música de lobo (1970), del eco tutelar de su obra en los jóvenes paisanos del grupo Marejada, que lo reconocieron como maestro, y sobre todo del aldabonazo que supuso la antología preparada por Grande, Poesía 1945-1969 (1970), verdadero punto de partida para una recuperación apreciable en la publicación de nuevos títulos y otras antologías –del propio Pont, del añorado Rafael de Cózar o del mismo Ory– que de algún modo culminarían en la segunda del poeta y ensayista catalán, titulada, como el libro citado, Música de lobo (2003). Veinte años después, el dos veces antólogo y autor de esclarecedoras páginas críticas sobre la poética oryana ha reunido en un solo volumen, desde ya ineludible para sus lectores y estudiosos, toda la obra de Ory en verso.

El inconformismo y la iconoclastia, lejos de la fácil caricatura, conviven con una genuina sed de conocimiento

Publicado por Galaxia Gutenberg, con la acostumbrada solvencia que ofrece un editor literario de la talla de Jordi Doce, plasmada en tantos otros libros del mismo sello, Los reinos de allí reúne setenta años (1940-2010) de no siempre visible dedicación a la poesía, repletos de hallazgos y acuñaciones memorables. En su excelente introducción, Pont se apoya en todos los autores que han contribuido a arrojar luz sobre la vida –obligada la mención a su biógrafo, José Manuel García Gil, editor también de sus cuentos– y la obra de Ory para sintetizar el itinerario y las cualidades de un escritor total, pero poeta ante todo, desde los conatos de adolescencia hasta las entregas postrimeras. Aunque su evolución puede datarse en etapas bien definidas, correspondientes a las distintas residencias de una vida errante, o más aún atendiendo a los sucesivos influjos o filiaciones, los tonos neorrománticos de la primera posguerra, la asunción del imaginario surrealista, la aventura del postismo, el giro introrrealista, la siempre fértil dialéctica entre tradición y vanguardia, la experimentación ligada a los nuevos aires de la contracultura, la indagación en las enseñanzas del Oriente o la deriva casi mística, conectada con el regreso a lo primigenio, hay constantes que permiten definir a Ory como un poeta en permanente búsqueda, en quien el inconformismo y la iconoclastia, lejos de la fácil caricatura, conviven con una genuina sed de conocimiento. Su "ser en extranjería", por lo tanto, no es sólo el de quien se siente ajeno, que también, sino el de quien desde su circunstancia personal e irrepetible –muy presente también en su poesía– aspira a saberlo y encarnarlo todo.

En tanto que demiurgo, Ory pertenece a la estirpe de los visionarios, capaces de fundar realidades otras

Leemos con placer y provecho su Diario, los textos narrativos, los ensayos o los aerolitos, tan reveladores y tan próximos a la poesía, pero el centro de la obra de Ory está aquí, en este largo millar y medio de páginas que nos lo muestran como un poeta singularísimo, tocado por la gracia verbal que sólo es dada a unos pocos. Por encima de sus poses y extravagancias, que acaso sigan pesando en su consideración póstuma, Ory fue un virtuoso del lenguaje –con razón insiste Pont en su vínculo con el barroco, extensible al plano existencial o a su tratamiento del amor y de la muerte– que aunaba la impugnación del orden y una inquietud espiritual no reducible a consignas programáticas, aunque de hecho las prodigara. El componente lúdico, tan acusado en su obra, tiene un reverso doliente y en definitiva trágico, que nace del contraste entre la realidad cotidiana y la inquietud metafísica y adopta a veces tonos oraculares. Hay otros modos de hacer gran poesía, pero Ory pertenece a la estirpe de los demiurgos y los visionarios, aquellos que traspasando los límites de la razón, al tiempo que combinan y recrean las palabras de formas insospechadas, son capaces de fundar realidades otras.

Ilustración de la sobrecubierta, obra de Laure Lachéroy, 2023.

La alquimia del verbo

Con la garantía de saber que Ory convino los criterios con el editor, en su última residencia de Thézy-Glimont, la Poesía reunida contiene veintisiete libros, doce de ellos exentos y quince acogidos a los seis ciclos en los que el propio poeta aglutinó parte de su obra, en función de afinidades temáticas o formales. La recopilación se cierra con un extenso apartado, "Solo de poemas solos" (1940-2009) donde Jaume Pont reúne, bajo el mismo epígrafe que ya usó en la antología Música de lobo, las composiciones no recogidas en volumen y la gran mayoría de los ochenta inéditos encontrados en los archivos de la Fundación que preside Laure Lachéroy, con el actual coordinador, Salvador García, su predecesor Javier Vela y Carmen Sánchez como colaboradores necesarios en un trabajo minucioso y complejo que se ha prologado por espacio de años, después de medio siglo de trato íntimo con la obra de Ory. La Poesía primera del gaditano, que él mismo rescató a mediados de los ochenta, se reproduce en un apéndice que consigna su "prehistoria rimadora", aún muy apegada a la doble huella del simbolismo francés y el modernismo hispánico pero en parte premonitoria –"contemplo aquel pretérito mío como laboratorio de quintaesencias y elixires"– de su futura dedicación a la "alquimia del verbo".

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