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La reina del rococó

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La editorial Acantilado publica, con traducción de Carlos Fortea, una exquisita edición de 'María Antonieta', la mítica biografía que Stefan Zweig dedicó a la esposa de Luis XVI.

Retrato de María Antonieta con uno de sus tocados de pluma de avestruz.
Charo Ramos

09 de mayo 2012 - 05:00

María Antonieta. Stefan Zweig. Trad. Carlos Fortea. El Acantilado. Barcelona, 2012. 544 páginas. 29 euros.

"Con su mano ligera y juguetona, María Antonieta coge la corona como un insospechado regalo; aún es demasiado joven para saber que la vida no da nada gratis y todo lo que se recibe del destino lleva escrito un precio secreto". Con estas líneas se nos anticipa el destino trágico de la última reina de Francia en la que es la más elogiada de las numerosas biografías (Magallanes, Fouché, Montaigne...) que Stefan Zweig escribiera. María Antonieta, la hija de la todopoderosa emperatriz austríaca María Teresa, nacida en Viena en 1755, se convirtió tras su matrimonio a los catorce años con Luis XVI de Francia en la reina del rococó, la mujer mundana y vanidosa que dictó las modas y usos sociales de todas las cortes europeas desde Versalles. Adorada por sus súbditos a su llegada a la corte francesa, símbolo de la paz -comprada al precio de su enlace- entre dos belicosas potencias, María Antonieta se tornó para la opinión pública, en apenas 15 años, en la culpable de todos los males de Francia, la enemiga del pueblo, la "loba austríaca", comparada incluso con las depravadas Mesalina y Agripina por el maniqueo tribunal que la conviritió en la víctima más célebre de la guillotina.

Stefan Zweig entrega en estas páginas lo mejor de su talento, erudición, hondura psicológica y rigor investigador. Por ello, su María Antonieta se lee como una novela hipnótica, como un thriller trepidante por donde se entrecruzan los principales personajes que marcaron la historia de Francia en el siglo XIX: Mirabeau, La Fayette, Bailly, Hébert, Napoleón Bonaparte, el arribista pintor David, Robespierre... La espléndida traducción de Carlos Fortea favorece igualmente que estos hechos acaecidos hace más de doscientos años y redactados el siglo pasado, esta maraña de intrigas políticas, manipulaciones periodísticas y mezquindades judiciales, conserven una rabiosa actualidad.

Eludiendo en todo momento la tentación hagiográfica de los realistas monárquicos y los prejuicios e insultos revolucionarios, la María Antonieta de Zweig no es ni la reina mártir ni la meretriz austrohúngara sino una mujer "en el término medio", sin voluntad para lo heroico ni inclinación para lo demoníaco, pero a la que la Historia convirtió en protagonista principal de un drama espantoso. "La tensión trágica no se deriva sólo de la desmesura de un personaje, sino, en cualquier momento, de la desproporción entre un ser humano y su destino", escribe Zweig en esta crónica del abismo que media entre los jardines de Versalles y el sucio patíbulo; entre la joven derrochadora y la madre prudente que sólo aprende a reinar cuando ha perdido la corona y está a punto de perder también la cabeza.

Como no podía ser menos tratándose del autor de El mundo de ayer, el complejo retrato que Zweig ofrece de la protagonista nos sitúa en el centro mismo del rococó, esa cultura ociosa y hedonista de la que ella fue árbitro y que tan certeramente plasmó Fragonard en su célebre óleo El columpio, atesorado en la Wallace Collection de Londres. María Antonieta, que sólo parece encontrar su esencia y belleza en el movimiento, en el frenesí, encarna todas las contradicciones de un tiempo y una sociedad aristocrática cuyo mayor temor, en vísperas de la Revolución francesa, era el aburrimiento.

Ella fue, sí, la esposa que durante años tuvo como principal preocupación política elegir cuatro vestidos diarios de su fabuloso guardarropa; la que puso de moda las pelucas que llegaron a medir un metro de alto -su madre la amonestaba por ello en la célebre correspondencia que intercambió con su embajador Mercy, pues obligó a cambiar los marcos de las puertas y los palcos de la ópera para que las damas pudieran acomodar sus empolvadas cabezas-; la joven pomposa que jugó a ser granjera en el palacio de Trianón mientras sus súbditos comían pan negro.

El autor registra todos los pasos mal dados que conducirán al funesto desenlace sin ahorrarnos facturas, pagarés ni empeños. Pero insiste en los motivos que la arrojaron fuera del dormitorio conyugal. La frialdad del marido, su abulia y su incapacidad para consumar el matrimonio -Luis XVI no aceptó operarse de fimosis hasta siete años después- convirtieron la vida de la reina en una costosa mascarada que sólo atemperó la ansiada maternidad y la posterior entrega al único amor de su vida: el conde Von Fersen, su más leal amigo.

El precio que debió pagar María Antonieta por su cetro y su dignidad fue sin duda alto y ocupa la segunda mitad de esta biografía. Aquí los sucesos se encadenan de forma vertiginosa: la turba que ocupa Versalles, la reclusión en las Tullerías, los diversos intentos de fuga, la decapitación del marido y la separación de los hijos, la oscura mazmorra de la Conciergerie, la patética vista donde llega incluso a ser acusada de incesto, la guillotina y la fosa común donde fueron arrojados sus restos. María Antonieta, que nunca quiso entender la Revolución, perdió la oportunidad de ser la primera reina constitucional de Francia y se convirtió en el símbolo del régimen que debía caer para que emergiera uno nuevo. Pero, como nos recuerda Zweig en páginas memorables, supo morir con la cabeza alta, transformada por el dolor y el sufrimiento.

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