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El Teatro Lope de Vega arranca esta noche el curso teatral con 'Luces de Bohemia' en un montaje que, dirigido por Alfonso Zurro, supone la consagración de Teatro Clásico de Sevilla

Diversas escenas del ensayo general de 'Luces de Bohemia', que cuenta con la escenografía y los figurines de Curt Allen Wilmer. / Reportaje Gráfico: Juan Carlos Muñoz
Rosalía Gómez

18 de octubre 2017 - 08:04

Sevilla/Junto a Divinas Palabras, Luces de Bohemia es sin duda la obra más conocida y admirada de don Ramón María del Valle-Inclán (1866- 1936), que comenzó a publicarla por entregas en 1920 en la revista España y, ya completa, con sus 14 escenas y su epílogo, se editó en 1924. No obstante, tendrían que pasar más de cuarenta años para que alguien se atreviera a llevarla a la escena; en principio, porque la multitud de escenarios que presenta la hacía muy difícil de representar y, más tarde, durante la época de Franco, por problemas con la censura.

Su primera representación tuvo lugar en Francia, siempre hospitalaria con el arte y los artistas españoles durante la dictadura, que la presentó en marzo de 1963, bajo la dirección de George Wilson, en el Palacio de Chaillot de París. Se ofrecieron con éxito 27 funciones de la obra, pero se suprimieron, "por motivos técnicos", dos significativas escenas: la XI, la de la madre con el niño en los brazos, asesinado por una bala perdida de la fuerza pública, y la XIV, que describe el entierro de Máximo Estrella, al que acuden "el céltico Marqués de Bradomín y el índico y profundo Rubén Darío".

La propuesta de Allen Willmer crea un cuadro viviente para cada estación del vía crucis

En España, José Tamayo se hizo con los derechos de la obra pero no pudo representarla hasta 1970, después de que lo hiciera en Sabadell un grupo aficionado de gran solera, Palestra, en 1968, con la escena del obrero catalán censurada.

El estreno de Tamayo, en octubre de 1970, tuvo lugar en Valencia con un trío de auténtica excepción: Agustín González, María Luisa Ponte y un extraordinario José María Rodero que, un año más tarde, tuvo que cederle el papel de Máximo Estrella a Carlos Lemos por problemas de salud, si bien volvería a representarlo en la reposición llevada a cabo por el propio Tamayo y en otros montajes de la misma, como el que realizara Lluis Pasqual en 1984, coproducido por el Centro Dramático Nacional y el Théâtre de L'Europe.

Entre los pocos montajes que se han podido ver de esta obra, hay que destacar aquí, obviamente, el que el Teatro Estudio de Sevilla (TES) estrenara en el Teatro Lope de Vega de esta ciudad en el año 1981. En él brilló una pareja de actores por desgracia ya desaparecidos: Ramón Resino y Carlos Álvarez, el único rostro de Max Estrella que tienen muchos andaluces en su recuerdo, hasta que esta noche se superponga el de otro de los actores más sólidos de la región: Roberto Quintana, quien estará acompañado, entre otros, por Manolo Monteagudo (Don Latino de Híspalis) y Amparo Marín (Madama Collet). Un total de nueve actores interpretará a más de una treintena de personajes (de los 51 originales), para recrear el viaje que un poeta miserable y ciego (e irónicamente el más clarividente) emprende la última noche de su vida por un Madrid donde el hambre y la corrupción moral caminan de la mano en una España en descomposición, muy semejante por desgracia en muchos aspectos a la España actual.

Un descenso a los infiernos (como el que Dante y el poeta Virgilio llevan a cabo en la Divina Comedia) que el escritor gallego había iniciado ya en otras obras y para cuya descripción -tal vez para paliar los gritos de rabia y de vergüenza- se inventó una técnica de distanciamiento de la realidad mediante una deformación de la misma que él llamó Esperpento. En su definición de dicha técnica que culmina en Luces de Bohemia, Valle habla de una intención clara de deformar la realidad como cuando se refleja una figura en un espejo cóncavo (los espejos del madrileño Callejón del Gato). O como diría Buero Vallejo: un modo de mirarla desde el aire, en lugar de hacerlo de frente como hizo Shakespeare con la suya.

Esta técnica, que se vale de recursos como la cosificación y la animalización de los seres humanos, así como del uso de los materiales lingüísticos más innobles con fines estéticos, hizo que se le colgara al autor, entre otras, la etiqueta de modernista, aunque Pedro Salinas lo llamó "hijo pródigo del 98" y está claro que el personaje protagonista, trasunto indudable del escritor y bohemio sevillano Alejandro Sawa, asume el pensamiento vital y político del propio autor, opositor claro a la dictadura de Primo de Rivera.

La versión que estará esta noche y hasta el próximo domingo en el Teatro Lope de Vega (con casi todas las localidades agotadas), ofreciendo la oportunidad de verla en escena a una nueva generación de espectadores, está firmada por el Teatro Clásico de Sevilla. La compañía, dirigida por Juan Motilla y Noelia Díez ha congregado a lo largo de los últimos años a una serie de profesionales procedentes de distintos grupos y escuelas y, en su aún breve historia, ha conseguido numerosísimos reconocimientos, si bien le queda aún por superar el reto de convertirse en una compañía teatral estable. De hecho, sus últimos montajes, El Buscón, La Estrella de Sevilla, Don quijote en la Patera (para público familiar) y Hamlet, han conseguido casi todos los premios que ofrece el sector en Andalucía y el último en particular, Hamlet, ha sido merecedor de tres premios concedidos por la Asociación de Directores de España (ADE), ocho Premios Lorca del Teatro Andaluz, ocho nominaciones a los Max y, algo mucho más importante, llenos absolutos en casi todas sus representaciones.

A la cabeza del montaje, como en otras ocasiones, estará Alfonso Zurro, director de escena y autor dramático de talento ampliamente reconocido. Zurro llevaba ya más de dos años estudiando este proyecto junto al TCS, consciente, como todos, de que los clásicos españoles no se circunscriben a los siglos XVI y XVII sino que hay autores y obras más recientes (como Luces de Bohemia) que han alcanzado ya la categoría de clásicos.

Además de la dirección de escena, Zurro ha realizado una versión de la pieza más en consonancia con el espectador actual. "He respetado al máximo la palabra de Valle pero la he aligerado de localismos y he introducido algunos nombres y hechos actuales y he intentado que la pieza sea temporalmente ambigua y, al mismo tiempo, profundamente actual", aclara el dramaturgo, que también ha retocado la estructura de la obra, resumiendo al principio las tres últimas escenas, después de la muerte del protagonista.

"Por otra parte -añade-, la dificultad de llevar al escenario lo que yo siempre planteaba en mi cabeza como un vía crucis laico es que hay mucha teoría sobre el esperpento pero es dificilísimo encontrar un buen equilibrio para no convertir a los personajes en monigotes que pierdan su carga de verdad, su capacidad para emocionar al público que los contempla. Además, claro está, de jugar con las limitaciones económicas de la compañía".

Si no con muchos medios económicos, el TCS cuenta con buenos actores y con un equipo de grandes profesionales como el iluminador Florencio Ortiz o el premiado escenógrafo y figurinista Curt Allen Wilmer, cuya labor cobra una especial relevancia en esta pieza tan complicada por sus múltiples espacios y sus poéticas acotaciones. Su propuesta en esta ocasión pasa por la creación de una viñeta o cuadro viviente para cada una de las estaciones del citado vía crucis. Un viaje en el que el público, de la mano de un ciego, podrá sumergirse, sin oxígeno, en la enferma realidad española y plantearse, como todos sus protagonistas: ¿Serán capaces los hombres y mujeres de este país de aprender de su propia historia?

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