El regreso a la luz de Hölderlin
Lumen publica los 'Poemas' de un autor que, pese a la nostalgia, celebró "el sol y la dicha, que todavía lucen".
Poemas. Frierich Hölderlin. Trad. Eduardo Gi Bera. Prólogo de Félix de Azua. Lumen. Barcelona, 2012. 487 págs. 29,90 euros.
El mediocre pastel de Hiemer nos presenta a un Hölderlin joven, muy joven (en 1792, el poeta tiene veintidós años), de nariz abrupta, ojos rasgados y boca generosa. Su piel es fresca, como su edad; su pelo, sin embargo, es cano. Heine, que escribe en 1833, no menciona a Hölderlin en La escuela romántica. Habla del genio de Goethe, de su fría grandeza, así como de la tiniebla religiosa de los hermanos Schlegel. De Hölderlin no dice nada. Aún así, es fácil determinar su linaje. El magisterio de Lessing, tan admirado por Heine, la "noble sencillez y apacible grandeza" de Wincklemann, acompañan la claridad alada del poeta. En Hölderlin, no obstante, se expresa una categoría no prevista en el recto elucidario del historiador del Arte: la alegría, la gratitud, el canto por los dones recibidos. Su Grecia es, en cualquier caso, una Grecia solar soñada desde la oscuridad germana.
Cernuda, al traducir a Hölderlin, señala la orfandad, la derrota, la soledad del poeta al vindicar la cenefa de los viejos dioses. También la hermosa luz emergida de un hombre que se abisma, paulatinamente, en la esquizofrenia. Es sabido que Hölderlin vivió durante muchos años recluido en Tubinga, después de que la enfermedad doblegara sus fuerzas. La muerte de su amante, en 1803, tampoco ayudó a mejorar su estado. En el prólogo a este volumen, Azúa subraya oportunamente la nostalgia del hogar como definitoria en Hölderlin. Alegría y nostalgia, en cualquier caso, no se contradicen cuando vienen referidas a Grecia. A una Grecia ideal, hija de la erudición, refundada sobre el paisaje germano. Ese mismo espíritu es el que proclamará a Edimburgo como Atenas del Norte; y el que hará construir en Ratisbona el Walhalla de Von Klenze. Sobre esa nostalgia, quimérica y severa, se ha instruido asimismo la helada estatuaria de Thorvaldsen. Pero Hölderlin no es tanto hijo de Sócrates, como de Homero y Píndaro. También de la Protesta, cuando imagina al alemán "ser jovial y piadoso". Quiere decirse que Hölderlin ha escogido la grave arquitectura neoclásica para fraguar su romanticismo. Y no sólo por la alegría, por la piedad, por la nostalgia, categorías todas de difícil medida. Hölderlin es romántico cuando habla de presagios, del éter, de una nueva Alemania olímpica y triunfal, de "la maravillosa nostalgia del abismo". Su poética es la poética de la Edad de Oro. Y esa edad dorada, cálida como el Egeo, es la que habrá de encarnarse en Alemania.
He ahí la tragedia de Hölderlin, no de su poesía. Si el romanticismo de Kleist, de Schlegel, de Von Arnim, es de naturaleza trágica, surtida por la iconografía de la Edad Media, la obra de Hölderlin acude al paganismo, no para subrayar la brecha que separa el hombre del paisaje, sino para sellar su hermandad bajo el auspicio de los dioses. Lo sagrado en Schlegel se escenifica como un gran silencio, como una espesa niebla en trance de disolverse. En Hoffmann, lo sagrado, ha revertido ya en una suerte de mesmerismo o de escalofrío nervioso. En Hölderlin, sin embargo, es todo cuanto vemos: el hombre y su labor, el latido del bosque, la luz que "el dios tonante" esparce sobre las cosechas. En gran medida, Hölderlin es el hermano de Goethe. Pero en Goethe, sobre el impulso científico, hay una distancia con las cosas (aquella misma señalada por Heine), que en los cantos de Hölderlin se ha disipado, para celebrar -nostálgicamente, si se quiere-, la clara trabazón del mundo y el presagio de otra hora donde el hombre no sea hijo de la aflicción y esclavo de la cobardía, sino émulo del héroe. A esa hora, que el poeta creía inminente, debemos la nostalgia de Hölderlin. Y aún así, el paisaje se muestra ya como indicio, como luz promisoria de otras luces. Y serán ellos, "el sol y la dicha, que todavía lucen", quienes reciban al poeta en su Vuelta al hogar.
¿Es esta la grandeza de Hölderlin, "su distinta hermosura" como la llamó Cernuda? En Hölderlin se dan, sobre el infortunio de sus días, la amistad del vino, la noche favorable, la paz del que regresa.
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