Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
En la segunda mitad del XIX, la hora post-romántica y simbolista de Baudelaire y Huysmans quiso encontrar en el Mal, en su violenta ejecutoria, un agua redentora y salvífica que anegara en su oscuridad la hipocresía del siglo. Ese fue también el caso de los decadentistas como Hoyos y Vinent y Felipe Trigo, o el de aquella inmoralidad pimpante, alegre, picaflor, de las memorias del Marqués de Bradomín, émulas de las del caballero Casanova. Este es, sin duda, el signo que dirige a Octave Mirbeau por El jardín de los suplicios (1899), figura inversa y númen espectral de la pintura de El Bosco, cuya minucia indescifrable acompañó las soledades del Habsburgo en su retiro de El Escorial.
Según nos cuentan Miguel Ángel Fontán y Carlos Cámara en su prólogo a la edición de El Olivo Azul (también el sello Impedimenta ha lanzado la suya propia, ésta con traducción de Lluís Maria Todó), un Mirbeau ya maduro sufrió una crisis espiritual, de la cual emerge el escritor, entre cínico y moralista, que hoy conocemos. Este tipo de fractura intelectual, cercana la treintena, la hemos visto antes en otros muchos artistas (Torres Villarroel, William Blake, Guy de Maupassant, Gilbert K. Chesterton, J. G. Hamann,..), y el resultado es siempre, aproximadamente, el mismo: la proclamación de una fe o el descubrimiento de un sistema. En el ejemplo particular de Mirbeau, su buena nueva no era otra que el repudio del París finisecular y el sueño de lo instintivo, de lo oriental, que los poetas proponían como escape a la indecorosa opulencia, sumida en el spleen, del Occidente. Aquí, en este jardín de las delicias situado en China, será una inglesa libertina quien abisme al protagonista en una sucesión de éxtasis y crímenes, como aquellos del mariscal Gilles de Rais, que Huysmans relata con sangriento pormenor en su Là-bass, Allá lejos. Ambos, Mirbeau y Huysmans, saben con Larra que "lo malo es lo cierto". Sin embargo, en la obra de estos dos estupendos escritores, el placer identificado con el dolor y la muerte (Las lágrimas de Eros de Georges Bataille), no son sino el abominable retablo de una condena. Si en la Francia refinada y corrupta no hay salvación, tampoco la encontrará el viajero en la disolución y la sangre, en la imperiosa llamada de la Naturaleza. Sobre esta falla insoluble, abierta con el Romanticismo, seguirá girando el siglo XX. Quince años más tarde, Mirbeau, veterano del conflicto franco-prusiano, en cuyos campos contemplaría el vértigo homicida y la locura, verá como se abren las trincheras de la Gran Guerra.
Octave Mirbeau. El Olivo Azul. Córdoba, 2010. 213 páginas. 19 euros / Impedimenta. Madrid, 2010. 20 euros. Trad. Lluís Maria Todó
También te puede interesar
Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Alhambra Monkey Week
La cultura silenciada
Las chicas de la estación | Crítica
Los escollos del cine de denuncia
Lo último