La razón excéntrica
Alianza publica Arte y locura, el último opúsculo del neurocientífico italiano Lamberto Maffei, escrito en tono aleccionador, pero sobre un fondo sombrío que explica el subtítulo de la edición italiana: Solo i folli cambieranno il mondo.
La ficha
Arte y locura. Lamberto Maffei. Trad. Pepa Linares. Alianza. Madrid, 2024. 152 págs. 11,95 €
Con Arte y locura, el neurocientífico Lamberto Maffei pretende, a nuestro juicio, mostrar dos aspectos de un mismo fenómeno: el fenómeno humano, ya sea por el lado de su manifestación excéntrica -sumariamente recogida bajo el rubro de locura-; ya sea bajo la hipótesis del hombre unidimensional, del sujeto promedio, de “El hombre serial”, tal como le define Maffei en el Epílogo a estas páginas, y que puede vincularse con facilidad tanto con El hombre sin atributos de Musil (1930), como con La rebelión de las masas (1929) y la Meditación de la técnica (1935) de Ortega y Gasset. Digamos, pues, que con esta conjunción del arte y la locura, Maffei quisiera formular una heteróclita manifestación de lo humano, incluso en sus aspectos menos usuales, al tiempo que conjura la amenaza de la uniformidad que promueven la AI, el algoritmo y el mundo cibernético. Se trata, en cierto modo, de vindicar la anomalía vital, la inestabilidad creativa, como reactivo del hombre.
Esto pudiera parecer una visión romántica de la locura, y en cierto modo lo es. El Romanticismo privilegió los estados alterados de la mente: la locura, el sueño, la alucinación, como formas de acceso a una verdad “escondida”. Incluso obras científicas como Genio artístico y locura, de Karl Jaspers, y Expresiones de la locura, de Hans Prinzhorn, ambas de 1922, recaen, en ocasiones, en cierta idealización del talento como ápice inesperado de un carácter anómalo. Curiosamente, Maffei, que menciona la obra de Prinzhorn como estudio pionero de este tipo de vínculos creativos, parece haber olvidado el ensayo de Jaspers, dedicado a las dolencias anímicas de Strindberg y Van Gogh, y en general, a los condicionamientos históricos de la histeria y la esquizofrenia. La idealización en la que pudiera haber incurrido Maffei es, sin embargo, de carácter práctico; su objeto es destacar la humanidad y la normalidad de las afecciones mentales, así como su habitual relación con la creatividad, atribuyendo a esta perturbación, en un sentido lato, un papel determinante. A tal respecto, Maffei comienza su opúsculo recordando el Elogio de la locura (o Encomio de la estulticia, según qué traductor) de Erasmo de Roterdam, obra que el religioso dedicaría a su amigo Tomás Moro, y donde se establece irónicamente cierta preeminencia de la enajenación como motor benéfico del mundo. Esto mismo es lo que hará, por los mismos días, Rabelais, quien llevaría a un extremo desmesurado y “gargantuesco” el gozo y el escalofrío de estar vivo. Un siglo más tarde será Burton, sin embargo, a quien también cita brevemente Maffei, el que componga un vasto y crepuscular tratado sobre una afección del espíritu, la Anatomía de la melancolía, en el que la creatividad y el humor melancólico aparecen funestamente unidos (Aubrey recuerda que Burton se suicidó en el Christ Church College de Oxford, en la misma habitación que luego ocuparía el físico Robert Hooke). Asunto este que ya había tratado, de distinto modo, el médico español Juan Huarte de San Juan, en 1575, cuando da a las imprentas su obra de psicología comparada, Examen de ingenios para las sciencias. En fin, volviendo al siglo XX, Maffei recuerda el libro de Foucault, Historia de la locura en la época clásica, cuya tesis, como sabemos, está más próxima a una taxonomía del poder que a una indagación propiamente psicológica. Añadamos nosotros, en cualquier caso, un libro dedicado expresamente al arte y sus manifestaciones de carácter, obra de los historiadores del arte Rudolf y Margot Wittkower: Nacidos bajo el signo de Saturno, cuyo subtítulo es muy expresivo: Genio y temperamento de los artistas desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa.
Como especialista en neurología, lo que aquí manifiesta Maffei es tanto la profunda ductilidad del cerebro, cuanto la normalidad de los comportamientos considerados, secularmente, como anormales. Las sobrecogedoras Cartas a Theo de Vincent van Gogh son un ejemplo, dramático y aleccionador, de aquello que se quiere enunciar en estas breves páginas. Páginas, por otra parte, que parecen escritas desde una posteridad donde el ser humano y su excentricidad creativa pudieran encontrarse, a juicio del autor, en trance de desaparición. Confiemos en que se halle equivocado.
Trabajo, inspiración, tedio
Este opúsculo de Maffei tiene algo de panfletario, puesto que se escribe desde cierta conciencia de emergencia mundial, que obliga a una consideración sumaria de la actualidad, de carácter político, y en consecuencia, discutible. No ocurre así con sus valoraciones de la locura, en sentido amplio, como signo último de la humanidad, en su manifestación más alta; vale decir, en la obra del genio (Mozart, Klee, Munch, Leopardi, Einstein, el mencionado Van Gogh, etc.). Esta avaloración responde, como ya se ha destacado, a la necesidad de oponerla al “hombre serial” que Maffei teme, y que sospecha próximo en el tiempo. Se postergan, pues, otras características del genio, cuales son la paciencia, la obstinación, el trabajo -y su contrario la holgazanería fructífera-. Por lo primero, recordemos aquel adagio de Picasso que pedía que la inspiración lo pillara trabajando. Por lo segundo, la Oceanografía del tedio de Eugenio d'Ors no hace sino subrayar el reposo necesario para que Arquimedes grite, finalmente, su eureka. Es aquella misma Alabanza de la lentitud que Maffei había ponderado anteriormente.
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