Voces para la emoción y la pasión
SONDRA RADVANOVSKY & PIOTR BECZALA | CRÍTICA
La ficha
*****Gala Puccini. Programa: ‘Preludio sinfónico’ en La mayor op. 1; arias y dúos de ‘Manon Lescaut’, ‘Tosca’, ‘La bohème’, ‘Le Villi’ y ‘Turandot’. Soprano: Sondra Radvanovsky. Tenor: Piotr Beczała. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Directora: Keri Lynn-Wilson. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Miércoles, 30 de octubre. Aforo: Tres cuartos.
Puccini nunca defrauda. Puccini nunca deja indiferente. Puccini es el maestro absoluto en conmover el corazón del oyente con un giro armónico y una melodía sin igual que nos atraviesa de parte a parte y nos provoca un escalofrío en la piel.
Pero Puccini necesita de un colaborador necesario: la voz. Y esta noche hubo dos voces incomensurables por su potencia, por su estilo y por su belleza. Pero sobre todo por su emotividad, por su capacidad de establecer complicidad y empatía con el público.
Radvanovsky inició su intervención con un peso pesado como “Sola, perduta, abbandonata” y en los primeros compases se apreció un vibrato excesivo y problemas de afinación, cuestiones que a los pocos minutos desaparecieron para liberar esa voz potente y cálida a la vez, solvente en todos los registros y que de la mano de la innata teatralidad y emotividad de su fraseo y de su manera de moverse, subió la temperatura anímica del teatro al máximo. No necesitó exagerar el patetismo de “Vissi d’arte” para emocionar mediante el uso de los reguladores y un filado final magistrales. Al igual que en “Mi chiamano Mimì”, con ataques al agudo en pianissimo impresionantes y esa manera mágica de crecer la voz en "Ma quando vien lo sgelo", haciendo de la voz ese verdadero rayo de sol de abril. Para rematar con un “In questa reggia” con agudos como puñales. Estática, estatuaria, con la gestualidad mínima correspondiente a la Princesa de Hielo, dominó la escena de manera escalofriante con un fraseo sinuoso que se abría y cerraba, que giraba sobre sí mismo para eclosionar en final con "Gli enigmi sono tre, la morte è una!", un auténtico puñal que levantó de sus asientos al público del Maestranza.
También arrancó con incertidumbre Beczała en la zona grave de “Donna non vidi”, pero fue un espejismo despejado por esa voz solar, bellísima, que se expande en el ascenso e ilumina el espacio desde la elegancia en el fraseo y la claridad en la articulación. Su legato perfectamente administrado sin saltos ni brusquedades salió a relucir en la sección inicial de "Recondita armonia" o en el recitado de "E lucevan le stelle", medido nota a nota para ir poco a poco acumulando la carga emotiva hasta el final. Pero donde abrumó por la belleza luminosa de su timbre fue en ese ascenso sobre "Talor dal mio forziere" que prepara la explosión de luz de "La Speranza!". Finalmente, su "Nessun dorma" fue una lección de lirismo y heroismo a la vez, con fraseo exultante.
Se pueden imaginar, tras lo dicho, lo que fueron los dúos puccinianos. Puro fuego, pura emoción, especialmente el que cierra el primer acto de Madama Butterfly, sin olvidar "O soave fanciulla" de La Bohème, con sendos ascensos al Do sobreagudo fuera de escena.
No debemos soslayar la tarea esencial que para que todo esto sucediera realizó Keri Lynn-Wilson, que consiguió algo tan difícil como darle brillo y relieve a la orquesta (que sonó con una calidad extraordinaria) a la vez que respetar a la voces y respirar con ellas.
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