El universo en un cuarteto

CUARTETO QUIROGA | CRÍTICA

Por fin el Cuarteto Quiroga en el Espacio Turina.
Por fin el Cuarteto Quiroga en el Espacio Turina. / Federico Mantecón

La ficha

****Programa: Cuarteto en Re menor, op. 42 Hob III: 43, de Franz Joseph Haydn; Cuarteto nº 3 Sz.85, BB 93, de Béla Bartók; Cuarteto nº 15 en La menor op. 132, de Ludwig van Beethoven. Intérpretes: Aitor Hevia y Cibrán Sierra, violines; Josep Puchades, viola; Helena Poggio, violonchelo. Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 10 de enero. Aforo: Dos tercios.

Mucho ha tardado, veinte años, en regresar a Sevilla el que junto al Casals se sitúa en la cumbre del cuarteto de cuerda en España. Todas las cuestiones técnicas que pueden intervenir en un cuarteto están resueltas a la perfección y de manera unánime, desde la intensidad de los ataques a la cantidad de , la articulación de cada frase, la fuerza de las acentuaciones o las oscilaciones dinámicas. El sonido es cálido y tornasolado, denso y profundo antes de rutilante, pero con una transparencia total que permite seguir las frases de cada instrumento de forma nítida, lo que redunda en la comprensión de los pasajes de escritura más densas, como en el genial cuarteto de Beethoven que cerró el programa.

Antes, regresando a los orígenes, el cuarteto de Haydn sonó con suavidad en el fraseo y con los acentos desprovistos de aristas, como si la indicación de Innocentemente del primer tiempo dominase toda la obra, con lo que el resultado quedó algo blando. Un sonido más áspero y una articulación más enérgica salieron a relucir con el tercero de Bartók, atacado con enorme sutilidad en los primeros compases para ir engrosando el sonido progresivamente. Aquí fue la variedad en los colores el perfil esencial de la versión del Quiroga, con infinidad de matices tímbricos a partir de los juegos de armónicos y los pasajes disonantes en un continuo vaivén de dinámicas cambiantes.

Y el Beethoven final en un visionario op. 132 para una versión agónica e intensa, de fraseo cargado de acentos y de una apabullante expresividad afectiva. Hubo proezas técnicas como la sincronización absoluta en el subito piano con el que se inicia el cuarto movimiento. Y maravillas expresivas como la intensidad del recitativo de transición al último tiempo o la intimidad del sonido en el tercero, con admirable capacidad de matizar el sonido por debajo del pp. La profunda belleza de las notas sostenidas por el violonchelo redondeó un momento de una acongojante intensidad emocional.

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