Límites y residuos sonoros

Proyecto Ocnos | Crítica

Pedro Rojas Ogáyar y Gustavo A. Domínguez Ojalvo, es decir, Proyecto Ocnos, saludando al final de su actuación.
Pedro Rojas Ogáyar y Gustavo A. Domínguez Ojalvo, es decir, Proyecto Ocnos, saludando al final de su actuación. / Micaela Galván

La ficha

PROYECTO OCNOS

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Música Contemporánea en Turina. Proyecto Ocnos: Gustavo A. Domínguez Ojalvo, clarinete y clarinete bajo; Pedro Rojas Ogáyar, guitarra, guitarra eléctrica y banjo; Cachito Vallés, diseño escénico

Programa: Cuerpos resonantes

Nuria Núñez Hierro (1980): OCNOS, para clarinete bajo y guitarra [2016]

Liza Lim (1966): Sonorous Bodies, para clarinete solo [2008]

Abel Paúl (1984): Mapa e interior, para clarinete bajo con altavoz y guitarra con transductores [2022; estreno absoluto]

Elena Rykova (1991): Zig-Zag for Callisto, para guitarra eléctrica preparada [2018]

Mauricio Pauly (1976): The Threshing Floor, para clarinete bajo y banjo amplificados con pedales y electrónica [2015; nueva versión]

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 24 de enero. Asistentes: Unas 40 personas.

Un nuevo programa de Proyecto Ocnos invita a abandonarse. El dúo sevillano lleva años indagando en los límites entre la música y el ruido, entre los sonidos electrónicos y los acústicos, entre el concierto y la performance. En esta ocasión los límites se acercaron peligrosamente al nihilismo en un ejercicio de radicalismo solipsista que pareció anclado en tiempos de un experimentalismo fundado en el descubrimiento, cuando todo olía a raro, sí, pero a nuevo.

La jerezana Nuria Núñez Hierro ha compuesto para el Grupo, OCNOS, una obra basada en el uso de técnicas extendidas en la guitarra, de la que hace un cuerpo sonoro alejado de la función para la que un lutier le dio vida. Una pieza de notable atractivo, por la sensualidad tímbrica y la tensión que consigue con sus aleteos ululantes en la oscuridad, una tensión que sólo se volvió a rozar en la breve Zig-Zag for Callisto de Elena Rykova, para guitarra eléctrica preparada, una pieza de contrastes netos en ebullición.

En cambio, en la larguísima Sonorous Bodies de Liza Lim para clarinete solo, la pieza más convencional de la noche, se bordearon los límites de la paciencia: no pasa literalmente nada. El estreno del vallisoletano Abel Paúl (Mapa e interior) fue un ejercicio de resonancias electrónicas ininterrumpidamente planteadas al borde del silencio, inmóviles, estáticas, lo que se repitió en The Threshing Floor de Mauricio Pauly pero doblado en el tiempo hasta casi lo inexplicable, aunque con un dinamismo algo mayor por el recurso a los sonidos percutivos.

Lo peor es que casi todo sonaba a viejo.

Como siempre en las actuaciones del grupo sevillano, la puesta en escena fue importante. Debido a Cachito Vallés, el diseño escénico destacaba en este caso por unos grandes aros de un material plástico negro en el exterior y recubiertos en el interior por unos paneles luminiscentes que cambiaban de color. Estaban montados en oblicuo sobre unas estructuras móviles circulares, que sirvieron a la vez de decorado y de habitáculo para los intérpretes, iluminados en los aproximadamente 70 minutos de su actuación por focos en general tenues. Una idea sólida, sugerente y bien ejecutada.

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