Un proyecto ilustrado

Desde la emigración forzosa de ingleses a las colonias de ultramar del XVII hasta el presente, Phillip Knightley recorre en este libro la historia de Australia.

Retrato de James Cook, descubridor de las actuales tierras australianas en 1770 (Nathaniel Dance-Holland, 1776).
Retrato de James Cook, descubridor de las actuales tierras australianas en 1770 (Nathaniel Dance-Holland, 1776).
Manuel Gregorio González

25 de enero 2015 - 05:00

Australia. Biografía de una nación. Phillip Knightley. Trad. Fernando Miranda y Nigel Walkington. Almed. Granada, 2014. 546 páginas. 29 euros.

En La hidra de la revolución, los historiadores Linebaugh y Rediker dan noticia de aquellos infortunados súbditos de la corona que, en la Inglaterra del XVII, fueron forzados a emigrar a las colonias del otro lado del Atlántico. Esta política "científica", como la llamó Bacon, no era sino expresión de una nueva realidad mercantil que resolvía, por la fuerza, dos problemas estrechamente vinculados: la necesidad de mano de obra en ultramar, así como la creciente presencia de indigentes, presidiarios y vagabundos en las ciudades del imperio. Esa misma política de emigración forzosa es la que dará, un siglo más tarde, origen a Australia. Con dos precisiones, no obstante: los presos que viajaron a Australia no eran delincuentes particularmente peligrosos, sino personas a quienes la escasez y el infortunio habían aproximado al delito. Y de otra parte, la violenta política de Lord Verulam, definitoria del XVII, vendrá ahormada en el XVIII por diversos conceptos ilustrados: el orden, la higiene, la proporcionalidad de las penas y la utilización del preso en beneficio de la sociedad.

Esto significa que las luces de la Ilustración (el británico Enlightment, que dará personajes tan extravagantes y formidables como el doctor Johnson), y del cual nacerán el presidio, el hospital y las grandes fortalezas coloniales, es también el principio rector que enviará a sus súbditos al confín del imperio, para extraer provecho de ellos y facilitar su reinserción. De igual modo, será la Ilustración la que categorice lugares y especímenes, hasta dar una imagen estática de la Naturaleza y el globo. De esta imagen estática vendrá la categorización del hombre en razas. Y dentro de las razas, la prolongada y ominosa división entre razas inferiores y razas prominentes, cuyas consecuencias se pondrán de manifiesto, no sólo en Australia, sino en la paulatina conquista del Far West, de la que Chateaubriand dará temprana noticia, o en la propia configuración de Suráfrica. En efecto, y como nos relata Phillip Knightley, tras este comienzo poco esperanzador de Australia, vino tanto el asentamiento de europeos en aquella tierra árida y desmesurada, como la persecución y el exterminio de los pueblos aborígenes que la habitaron previamente. Esta estricta clasificación por razas y las políticas encaminadas a la separación entre miembros de una y otra etnia, ha sido, según Knightley, determinante para la configuración del país, y ha prolongado su actividad legal hasta la primera mitad del XX.

Buena parte del presente ensayo trata precisamente de ese aspecto de la historia australiana. De tal forma que las páginas dedicadas a dicho tema, ampliamente ilustradas por testimonios de las víctimas, producen en el lector una honda congoja. A este respecto, Knightley no deja de recordar que la eugenesia, el control y la ingeniería médica de la población extendieron su bárbaro prestigio más allá de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los experimentos nazis. A pesar de ello, la política migratoria y racial son sólo dos aspectos de un fenómeno más vasto y fascinante, a cuyo relato Knightley dedica este volumen. Dicho fenómeno no es otro que el nacimiento de un país, y el paulatino despegue sentimental, político y económico de la metrópoli.

Quizá la paradoja mayor que encierra en este proceso (un proceso impensable en el Viejo Mundo), sea el modo en que se produjo la australianización de Australia. El hecho es que la singularidad australiana, su vindicación nacional, fue consecuencia directa de su lealtad al imperio. Y ello por cuanto su participación en las dos guerras mundiales hicieron consciente a Australia de su lugar en el mundo, así como de su carácter subordinado a la metrópoli. La política de Churchill en la guerra del Pacífico (o el desprecio con que fueron tratadas las tropas australianas en la Gran Guerra), no hicieron sino consolidar un divorcio al que la propia geografía les empujaba. En este sentido, la "biografía de una nación" compuesta por Knightley es también y de igual modo la biografía de un imperio. Biografía de su desaparición, de su agonía y de su ocaso.

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