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Un proyecto en la encrucijada

La reducción del presupuesto en casi un 40% en sólo dos años pone en riesgo una oferta cultural relanzada en 2007 al término de las obras de ampliación del coliseo

Una escena de la ambiciosa producción de 'Don Carlo' de Verdi que, con dirección escénica de Giancarlo del Monaco, acoge ahora el Maestranza.
Pablo J. Vayón / Sevilla

26 de junio 2011 - 05:00

Corren malos tiempos para la lírica. El conjuro no funcionó. Por más que hace justo un año los responsables del Teatro de la Maestranza evitaran pronunciar su nombre, la crisis le está golpeando con dureza, poniendo en riesgo un proyecto relanzado con las importantes obras de ampliación del coliseo terminadas en 2007. En solo dos años el presupuesto de programación se ha reducido en casi un 40%, de los 5,3 millones de euros de la temporada 2009-10 a los 3,2 de la próxima.

En época de ajustes drásticos era inevitable que los recortes llegaran a la cultura y acabaran afectando incluso a las instituciones privilegiadas por el sector público por su carácter estratégico. El problema no es obviamente solo del Maestranza, ni de España: son muchos los proyectos musicales que se tambalean, tanto en Europa, con su modelo predominante de subvención (o inversión) institucional, como en Estados Unidos, donde domina el mecenazgo privado, que no ha podido evitar la desaparición en los últimos meses de un buen puñado de orquestas sinfónicas (de Honolulú a Nuevo México o Siracusa), mientras otras, algunas incluso verdaderamente históricas, como la de Filadelfia, pasan por serios apuros.

Lo que está en juego en el caso sevillano no es tanto la supervivencia del Maestranza, algo que parece fuera de toda duda razonable, cuanto la continuidad y crecimiento de un proyecto reconocible, capaz de poner a Sevilla en el mapa lírico internacional. El Maestranza acaba de cumplir 20 años. Nació casi como un receptáculo de contenidos ajenos a la propia ciudad, pero enseguida esta los hizo suyos. A José Luis Castro tocó la tarea de recuperar la histórica tradición operística hispalense, quebrada bruscamente en los años 50 del pasado siglo. Y lo hizo, con no muchos medios, a través de un repertorio básico y anteponiendo calidad a cantidad, lo que favoreció el surgimiento de una afición que muchos consideraban extinta.

Consolidada la apuesta por espectáculos asimilables a los que podían verse en los grandes teatros occidentales, hacía falta ensanchar la propuesta, y ello en un doble sentido: incrementando el número de títulos presentados anualmente y estirando el repertorio hacia sus extremos barroco y contemporáneo. Ese horizonte requería una más generosa inversión, que fue lo que se encontró Pedro Halffter a su llegada a la dirección artística del teatro en 2004. Con más medios, Halffter estuvo en disposición de diseñar una programación más audaz, que supuso la apuesta por obras no demasiado conocidas, que en algunos casos eran estrenos en España. Así, subieron a las tablas del Maestranza Lulú de Berg, El sonido lejano de Schreker, Doktor Faustus de Busoni, El enano y Una tragedia florentina de Zemlinski o La mujer silenciosa de Strauss. Paralelamente, la apertura a lo antiguo trajo el Julio César de Haendel, la Partenope de Vinci y ha convertido en habitual la presencia de la Orquesta Barroca de Sevilla en la temporada del teatro.

Es ese proyecto el que la crisis ha puesto en serio peligro. No ya solo el número de títulos ofrecidos (6 de ópera representados en la sala principal, además de 3 más en versión de concierto, y 2 representados en la Manuel García, en la 2009-10; 4, 2 y 0, respectivamente, para el año 2011-12), sino la novedad de las propuestas (el recurso a las reposiciones se ha hecho ahora necesario) y la audacia en la elección de los montajes y las obras. Hay menos dinero, pero la calidad y el repertorio deberían ser ya conquistas irrenunciables del teatro. Es un mal asunto que la dirección artística caiga en un populismo que puede terminar haciendo el producto del Maestranza indistinguible del de tantos otros centros provincianos.

Para evitarlo se impone desde luego un cambio en el modelo de financiación, con un peso cada vez mayor del patrocinio privado que venga a sustituir el retraimiento del dinero público. Una ley de mecenazgo ayudaría, pero también el mantenimiento de un proyecto que haga atractiva la inversión, vinculando la marca del Maestranza con la modernidad, la originalidad, la innovación, la polivalencia, la flexibilidad, el talento. Valores que cotizan en el mercado del futuro.

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