"El proyecto de La Carpa es más grande que el del Guggenheim"
Santiago Cirugeda. Arquitecto
Con una carrera entre el activismo y el arte conceptual, el sevillano recogió este lunes en París el Premio Global de Arquitectura Sostenible que conceden la Fundación Locus y la Unesco.
-¿Cómo vive la concesión de este premio y el hecho de que sea el primer español en recibirlo?
-Como un aval, como una herramienta para seguir haciendo presión. Aquí las administraciones políticas no escuchan, a pesar de que el tipo de arquitectura que yo defiendo se está impulsando en muchos otros sitios.
-¿Se entienden ahora mejor sus ideas que cuando empezó?
-Sí, pero más que mis ideas, que por otro lado no son sólo mías, la manera de trabajarlas. Cambiar las cosas lleva tiempo. A mí, al final, siempre me llaman cuando hay problemas o se ponen las cosas complicadas.
-¿Ve factible que su arquitectura de guerrilla se convierta en algún momento en una práctica asumida, normalizada, o está condenada al activismo y los resquicios de la legislación?
-Aspiramos a que muchos de estos modos de hacer se conviertan en políticas oficiales. En eso estamos trabajando muchos. Pero cuando lo que ahora es guerrilla se convierta en política oficial, montaremos otra guerrilla para hacer otras cosas. Siempre, siempre habrá una arquitectura de resistencia, porque aunque mejoremos la condiciones políticas siempre habrá una parte de la población que quedará abandonada. Y si solucionamos diez cosas, aparecerán otros diez problemas. No voy a acomodarme, no tengo interés en ser funcionario. Estaré siempre en la parte devaluada del ámbito público.
-Siempre en la lucha, entonces...
-Sí, me veo siempre ahí. Es donde brotan las mejores capacidades humanas. El trabajo en común, la creación, la respuesta a un problema. Se trata de no ser ciudadanos pasivos. Hay que estar siempre replanteando las cosas, porque las cosas cambian continuamente. Y no podemos quedarnos parados porque una cosa sea legal o no. Lo que ayer era ilegal o alegal hoy puede ser legal, y lo que hoy es legal mañana puede no serlo.
-¿Qué proyecto en curso le ilusiona especialmente?
-La Carpa, por ejemplo [Cirugeda es el responsable del proyecto de rehabilitación del antiguo Pabellón del Siglo XV de la Expo 92, en la Cartuja]. El primer esbozo del proyecto se presentó el pasado agosto. La Junta, que es la que tiene que autorizar la cesión, lo valoró muy positivamente, pero no ha resuelto nada aún. Ya que hay gobierno otra vez, espero que lo haga de una vez. La lentitud no es nuestra, es de la Administración. Nosotros estamos preparados, hemos creado la cooperativa, somos 17 colectivos, asociaciones y empresas, y hay una lista de espera para gente que quiere entrar. Tanta gente involucrada no puede estar equivocada. Sería un absurdo político que a tantos colectivos que producen gran parte de la cultura en Sevilla se les niegue el uso de un bien común.
-El problema es que el CAAC reclama también ese edificio...
-Álvarez Reyes [el director del CAAC], que es amigo mío, lleva años planteando esa ampliación, pero no tiene dinero para arreglarlo. Mientras no lo hagas, tío, déjanoslo a nosotros, que sí vamos a hacer algo de verdad. Le propusimos compartir el espacio, que el CAAC tuviera en el Pabellón un almacén, pero se negó. Hablamos [los distintos representantes del colectivo La Carpa] con él y con el director del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, Román Fernández-Baca, que dijo, delante de Álvarez Reyes: "Creo que es el momento de que se permita que haya otro modelo cultural aquí". En 600 metros estarían la banca [el futuro Caixafórum]; el CAAC, un centro público; y un espacio de creación ciudadana. Pues veamos cómo funcionan los tres, por qué han de ser excluyentes. Lo que no se puede decir, como dijo Álvarez Reyes, es que nos quedemos en los barrios porque la Cartuja es una zona de prestigio, porque insultas a los barrios y nos insultas a nosotros. ¿No es prestigio Zemos? ¿No es prestigio la UNIA? ¿No es prestigio Recetas Urbanas [la oficina de Cirugeda]? Al margen de eso, acabamos de estar cuatro años en un barrio con pocos equipamientos donde hemos hecho todo lo posible y de allí nos ha echado el Ayuntamiento. Queremos retomar algo para toda la ciudad, reutilizar un equipo que lleva 23 años abandonado. Coño, no voy a decir nombres, pero otros teatros de aquí que se han hecho con mucho dinero público se los ha quedado como teatro propio una sola compañía. Nosotros no queremos un teatro propio para nadie, sino para 17 colectivos avalados por su trabajo y para quien quiera usarlo.
-¿Qué puede aportar La Carpa?
-La Administración pública puede llegar a necesitar el doble de recursos que nosotros para rehabilitarlo. ¿Por qué? En La Carpa haremos una actuación poco a poco, pero es que vamos a darle uso desde el minuto uno, a los diez días de estar ahí ya podríamos usar el 20% del espacio. La Administración no, la Administración va a proyecto completo, a un coste muy elevado, para el que no tiene recursos, y hasta que no esté acabado eso no se abre. Nosotros vamos a ir haciendo programación cultural y educativa al mismo tiempo que se va rehabilitando. Y tenemos muchas vías de financiación, desde banca ética a ayudas europeas, porque en Europa están apostando por este tipo de proyectos en los que la ciudadanía organizada se hace cargo de una corresponsabilidad.
-¿Esto que me está contando lo entienden los políticos?
-Todos los partidos hablan de participación, de corresponsabilidad, de no sé qué... Todos hablan de lo mismo, el PP, PSOE, IU... Aparentemente quieren, pero los resultados son mínimos. Y las vías de comunicación son nulas, o muy pequeñas. Y eso cansa a la gente. Te hartas. Creo que lo hacen a propósito: "Presentadme el proyecto; ah sí, muy bien, precioso, yo te apoyo; ahora montad la cooperativa; luego no sé qué; más tarde lo de más allá; después espérate, hombre, que es que hay elecciones...".
-¿Para qué?
-Para tenerte controlado. Lo hacen adrede. La Carpa puede llegar a cierto nivel de cansancio tremendo que pueda complicar todo el proyecto. Que estamos peleando por hacer esto, pero, eh, que la gente se tiene que buscar la vida. El taco, ¿no?, como aquí [señala bromeando a un cartel del bar mexicano donde se celebra la entrevista]. Todos nosotros.
-¿Ha sentido usted ese agotamiento por ir siempre a la contra, fuera del cauce homologado?
-Claro. El deportista que yo he sido conoce sus límites. Busco mecanismos preventivos. Por ejemplo, ante cosas como ésta de La Carpa, que lleva ya un año, cojo proyectos pequeños que sé que me van a entregar una recompensa. Y así es más fácil seguir, porque las batallas son muy cansadas. Ahora por ejemplo estoy haciendo en Madrid una cubierta transitable para una piscina, mejoras de una escuela y un centro de salud mental en Barcelona, por aquí un huerto comunitario... Cosas que te dan oxígeno y afecto.
-¿En qué momento y por qué dio el salto al mundo del arte?
-Bueno, yo no di ningún salto, a mí me metieron a la fuerza. Empecé a hacer actuaciones en la calle, con columpios, contenedores y andamios, y dijeron: "Hostia, esto es arte público". El tío en solitario que hace cosas raras en la calle. Pero yo lo que estaba reclamando es que la gente estudiara la legislación, para saber cómo se hacen las cosas, para tener más herramientas. El arte me ha permitido hacer cosas que de otra manera no habría podido, claro que sí. Pero para mí no es más que una herramienta. Igual que el activismo, igual que la universidad, igual que cualquier cosa que haga. Uso todos los medios que tengo a mano, pero el fin útil de todo sigue siendo el mismo: informar a la gente de las herramientas que tiene para cambiar las cosas. Y me da igual estar en el Macba de Barcelona, en el Pompidou o en Nueva York, el caso es que llego allí y me ofrecen capacidad de difusión.
-¿Cómo se lleva con el mundo académico?
-No he dado nunca clase de forma permanente en una universidad, no he estado nunca contratado. Es una cuestión de estrategia, porque si me meto ahí me van a machacar. Amigos míos me lo han dicho: por mucho carácter que tengas, aquí te van a hundir. Es una estructura muy grande, así que o se mete ahí mucha gente a cambiarlo o mejor ni lo intentes. Yo lo que hago es aparecer y desaparecer, voy dando talleres por todo el mundo, donde me invitan, una semana, dos semanas, y ya...
-¿No se ha imaginado nunca haciendo, no sé, una simple casa de recreo en el campo?
-Pues mira, justo ahora me han pedido una en Cataluña dos personas, una casita muy económica sobre una piscina, para reutilizarla, y la vamos a hacer. Son meditadoras, trabajan con discapacitados, un tipo de cliente que me interesa.
-¿Nunca he tenido la tentación o la vanidad de soñar con una Gran Obra por la que ser recordado? Pongamos que una administración pública le encarga un importante centro de arte...
-Trabajaría en conjunto con mucha gente. Me han propuesto alguna vez hacer alguna obra de autor, como las llaman, pero es que para mí la autoría es de la propia comunidad donde se construyen las cosas. Yo querría que me recordasen porque han ocurrido 20 cosas interesantes, pequeñas o medianas, mientras se realiza un proyecto. O diez escuelas. ¿Diez escuelas no son una obra grande? Para mí sí. O cuatro centros culturales pequeños. Cosas que no van a ser las setas ni el Guggenheim, vale; ¿y qué? La Carpa es un edificio ya hecho, es menos espectacular, pero rehabilitar un espacio de 10.000 metros junto a la ciudadanía es un grandísimo proyecto. Más que el del Guggenheim, que ha costado una pasta y es una obra de arte, perfecto, pero la escala social es otra. Ahora todo tiene que ser muy bonito y muy grande, y a mí lo que me interesa es que algo sea grande a escala social, en el plano de la implicación de la gente. A mí todo eso del arquitecto de renombre que te viene con un proyecto carísimo me parece totalmente obsoleto.
-Es curioso: usted es arquitecto, pero todas las prácticas que defiende y todo el discurso con el que las arropa suponen una desautorización de la figura clásica y elevada del arquitecto...
-A ver. Vamos a fijarnos, por ejemplo, en Rafael Moneo, al que respeto mucho, pero es de otra época: una persona que ha hecho dos bancos, el Banco de España y Bankinter, y dos museos, el Prado y el Thyssen, en un kilómetro, en la mejor calle de Madrid. Es dejar mucha ciudad en las manos de una sola persona. Yo prefiero que exista la posibilidad de que otros colaboren. ¿O es que no hay gente con talento? Claro que la hay, gente que tiene mucho talento pero no la habilidad o los contactos políticos o lo que sea para hacer todo eso. Me acabo de acordar de que el otro día estuve hablando en una cena en Barcelona con Elías [Torres], el de la [remodelación de la] Alameda. Que es colega mío, eh, pero lo que hizo aquí fue... Estuvimos bromeando con unas copas: "illo, esha un poquito de albero ahí, ¿no?". Que está asquerosa la Alameda, ese amarillo que ya no es ni amarillo, que es negro... Y se lo dije: eres un grandísimo arquitecto, pero ahí no estuviste bien, fue mala idea. O la ampliación del aeropuerto de Moneo. Son buenos arquitectos, pero parece que aquí han hecho las cosas con menos cariño. O tuvieron menos exigencia de las administraciones...
-¿Qué otras cosas de la ciudad le parecen discutibles?
-Lo que más discuto es la ausencia de proyectos sobre el patrimonio y sobre lo ya construido. Creo que no es el momento de hacer nuevos proyectos. Me interesa la gente que está reutilizando corrales, edificios abandonados... Pero la Administración tiene el patrimonio abandonado. Es lamentable que su modelo de actualizar ese tipo de edificios sea el del mercadito ese de las Naves del Barranco, una cosa hecha para grupo de población de ciertos recursos, que van allí a comer de puta madre y a otra cosa; o buscar alguna empresa solvente, y si es extranjera mejor, para que se haga cargo del patrimonio público. Mira, no. Pero incluso así: venga, tú quieres hacer un mercado de esos, vale, hazlo; pero no hagas otros dos, ¿no? Haz también otro tipo de cosas.
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