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"El problema de la inmigración hay que mirarlo de frente para poder resolverlo"

Julia Navarro | Escritora y periodista

La autora firmará este jueves en la Feria del Libro de Sevilla su octava novela, 'De ninguna parte', una valiente incursión en el terrorismo yihadista que explora los claroscuros de la naturaleza humana

Julia Navarro (Madrid, 1953) es autora de ocho novelas y periodista política. / Juan Manuel Fernández
Charo Ramos

28 de octubre 2021 - 06:01

Dos jóvenes diferentes pero igualmente desarraigados, Abir y Jacob, cuyas vidas se cruzan en un campo de refugiados del sur del Líbano, donde el ejército israelí asesina en una misión a los padres del primero, son los principales protagonistas de De ninguna parte, el trepidante regreso a la novela de Julia Navarro. Thriller político, novela negra, historia de espionaje... el libro se mueve por distintos géneros y países pero siempre está atento a las circunstancias de sus personajes. "Soy muy orteguiana, no puedo evitarlo", dice la autora, que este jueves a las 18:30 firmará ejemplares en la Feria del Libro de Sevilla.

Abir Nasr, que ha jurado vengar a sus padres, termina viviendo lleno de resentimiento en la banlieue parisina. Pero a Jacob Baudin, hijo de padres franceses, le sucede lo mismo: no deja de sentirse emigrante en Israel. Y ese vacío acaba condicionando sus vidas.

-Como autora, se rebela constantemente con la idea de que el destino está escrito. Y eso hace más interesante esta exploración sobre cómo se construye un terrorista. ¿En qué género debemos encuadrar la obra?

-Es una novela de acción para la reflexión. Hay muchísima acción: trata el problema del terrorismo, de las nuevas tecnologías usadas por los servicios de inteligencia, el papel de los medios de comunicación... Yo pongo en cuestión mis certezas para que mis lectores cuestionen las suyas pero no doy lecciones de moral. No digo qué deben pensar. En todas mis novelas reflexiono sobre hasta qué punto esa mochila cargada de piedras que cada uno porta nos lleva a coger caminos que en otras circunstancias no habríamos elegido; lo cual no te exonera de las decisiones que tomas porque creo profundamente en la libertad del ser humano. Pero la mochila pesa mucho. Este libro trata de la brecha entre Oriente y Occidente, y de qué pasa con la brecha cuando ellos vienen a Europa. Cuando veía por televisión a esos jóvenes airados de los suburbios parisinos quemando coches y lanzando piedras a la policía siempre pensaba que no se trataba sólo de violencia callejera, que había un por qué para esa rabia, y mi conclusión es que se sienten de ninguna parte. En sus casas reciben unos códigos y valores distintos a los que les dicta la sociedad, y fuera del hogar siempre sienten esa mirada llena de prejuicios que les hace sentir diferentes y deja una huella en forma de resentimiento. Estos jóvenes no son ya del lugar de sus padres pero tampoco del sitio en que viven, están desarraigados.

"Pongo en cuestión mis certezas para que mis lectores revisen las suyas pero no doy lecciones de moral"

-Leemos ahora el libro, que completó en el confinamiento, coincidiendo con el juicio por los atentados de Bataclan y el regreso de los talibanes al gobierno afgano. Estamos reviviendo el horror.

-Durante la evacuación en Afganistán, ante aquellas familias que intentaban marcharse en el aeropuerto de forma desesperada, me asombró ese padre que entregaba su hijo a los soldados americanos. Nadie hace eso si no siente el dolor desgarrador de pensar que no tiene nada que ofrecer a su hijo y que su vida en Afganistán va a ser un infierno. En las últimas décadas cada vez más gente decide marcharse a causa de las guerra, la violencia y la miseria. Y yo haría lo mismo. Pero lo difícil empieza cuando llegan aquí, a una sociedad diferente. Y para que esa integración sea posible debemos ayudar todos: los poderes públicos facilitando que no tengan ni un derecho ni un deber menos que nosotros, pero nosotros como sociedad también tenemos algo que hacer y que decir.

Cubierta del libro, editado por Plaza y Janés (Penguin).

-El tema de la integración de los refugiados, que su novela aborda, se ha convertido en combustible para los partidos de ultraderecha, como se vio en el cartel electoral de Vox contra los menores no acompañados.

-Los problemas hay que mirarlos de frente para poder resolverlos. Lo que no vale es decir que aquí no pasa nada. Los inmigrantes tienen que afrontar algo tan difícil como empezar una vida nueva en un país con códigos y valores distintos. No basta con la foto del día que llegan de Afganistán o Siria, es el día después lo que importa. El planteamiento de Vox acerca de los menores inmigrantes, por ejemplo, es, entre otras cosas, estúpido, porque no va a resolver el problema sino que lo va a agudizar. Tienes que mirar a esos críos desde sus circunstancias. Abordar su situación solo como un problema de orden público no arregla nada. Tenemos que ver por qué actúan así y darles una respuesta desde las instituciones y la sociedad. Vox penaliza a los críos, lo que quiere es que desaparezcan. Pero no vamos a arreglar nada metiéndolos en la cárcel o expulsándolos.

-No comparte las tesis de Oriana Fallaci en La rabia y el orgullo...

-No lo veo de la misma manera. Parto de la idea de que para entender a los demás hay que ponerse en su piel. Claro que hay un problema, hay códigos diferentes, pero eso no significa que no pueda haber una buena convivencia. Tenemos que crear las condiciones para que la gente que viene se sienta tratada con la dignidad que merece todo ser humano. Pero lo esencial es que no puede haber excepciones: en el espacio público todos deben tener los mismos derechos y deberes, no puede haber situaciones excepcionales. Por eso hay que distinguir la cultura de las costumbres. Bienvenido sea el multiculturalismo, me interesa mucho conocer la poesía, la música, el arte de los demás. Pero en el espacio público las costumbres son aquellas de las que nos hemos dotado a través de las leyes. Y aquí los padres no eligen con quién se casa su hija, no se permite la ablación del clítoris ni que las niñas se desposen a los 14 años. No es respetable ninguna costumbre que afecta a los derechos humanos y, en especial, los de las mujeres.

-¿Cuál es su personaje favorito de En ninguna parte?

-Noura, la prima de Abir, que se rebela contra las imposiciones del integrismo religioso de su padre y paga un precio enorme por su libertad, como muchas mujeres que vienen a vivir entre nosotras y no quieren ser unas permanentes menores de edad a las que sus maridos o padres les dictan los límites.

"Es inaceptable que se penalice el cuerpo de la mujer y se piense que hay que protegerlo con metros de tela"

-La novela le permite reflexionar ampliamente sobre la penalización del cuerpo de la mujer.

-Sí porque es algo inaceptable y con la literatura intento no quedarme en la espuma de las cosas. Hay que romper con esa educación que dice que el cuerpo femenino es algo pecaminoso que hay que proteger con metros de tela. Lo que tiene que cambiar es la mirada de quienes parece que se perturban por ver un centímetro más de piel de mujer. Reivindico el derecho a mostrar nuestros cuerpos y, para ello, la educación es esencial. Por eso me preocupa el debate tramposo sobre la cosificación del cuerpo femenino. Llevo escote porque me da la gana y porque no tengo por qué ocultar mi cuerpo. ¿Qué tiene que ver mi talento y mi dignidad con la tela con que me envuelvo? Pero a muchas mujeres les cuesta asumir ese cambio de códigos y mentalidad, y han comprado esa visión absolutamente machista sobre el cuerpo femenino. La cuarta ola del feminismo me parece retrógrada. Y las chicas jóvenes de la banlieue que van con minifalda o les importa un bledo lo que piensen de ellas por cómo se visten son muy valientes.

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