Año Murillo, día uno
arte · la muestra puede verse en el bellas artes de sevilla hasta el 1 de abril de 2018
La primera exposición del IV Centenario reúne por primera vez en dos siglos el retablo de Capuchinos.
sevilla/La vida azarosa del justiciero Arcángel San Miguel que puede verse desde este martes en la penumbra de la sala de exposiciones temporales del Bellas Artes de Sevilla, procedente de Viena, resume las peripecias sufridas en los dos últimos siglos por las obras más hermosas de Murillo. Salió en 1810 en barco hacia Cádiz, para ponerse a salvo de la codicia napoleónica, pero nunca regresó. Su pista se perdió hasta que un marchante francés la vendió en 1987 al Kunsthistorisches Museum de Viena. Era la última pieza que faltaba para completar el puzzle del retablo de Capuchinos, el encargo más importante en cantidad y calidad de cuantos pintó Murillo.
La dispersión del patrimonio pictórico del artista ha sido, como ha documentado hasta la saciedad el catedrático Enrique Valdivieso, el gran drama cultural de su ciudad natal. El Año Murillo, inaugurado este martes por la presidenta andaluza, Susana Díaz, se presenta como la ocasión para restituir temporalmente esos tesoros expoliados al calor de la invasión francesa y que hoy enriquecen las principales pinacotecas extranjeras y, en Madrid, los museos del Prado y de la Real Academia de San Fernando.
La muestra con la que debuta el IV Centenario, Murillo y los Capuchinos de Sevilla, que se podrá visitar hasta el 1 de abril de 2018, es irrepetible y destaca por su componente emocional: permite ver reunidas por primera vez en dos siglos las siete pinturas que decoraban el retablo mayor de la iglesia del convento ubicado en el lugar donde según la tradición fueron martirizadas las patronas alfareras de Sevilla: Santa Justa y Santa Rufina.
En el centro del retablo figuraba, como ahora, El jubileo de la Porciúncula, una de las obras de mayor formato del catálogo de Murillo. La cede por diez años el Museo Wallraf-Richartz de Colonia a cambio de su restauración.
Su llegada a la ciudad alemana fue también rocambolesca. Como ha estudiado Valme Muñoz, directora de la pinacoteca y comisaria de la muestra, los monjes capuchinos regalaron la Porciúncula al pintor Joaquín Cabral Bejarano, que se ocupó de la restauración de todo el conjunto a su regreso de Cádiz y Madrid. La mayoría de las obras habían viajado por el río Guadalquivir con el permiso del Cabildo pero la Porciúncula, por su tamaño, se quedó en el altar, de donde lógicamente fue sustraída por las tropas del mariscal Soult y depositada en el Alcázar. De allí partió a Madrid para engrosar el museo de José Bonaparte.
Por su aparatosidad los franceses no se la llevaron tras la guerra de la independencia y la custodió la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que la devolvió a los frailes capuchinos. Bejarano, a quien los monjes se la habían entregado por no tener dinero para pagarle sus servicios, la puso muy pronto en el mercado del arte. Entre sus compradores figuró el infante Gabriel de Borbón, cuyos descendientes la vendieron en 1896 al Museo de Colonia, su actual propietario.
También retorna desde Inglaterra la Santa Faz que, según Ignacio Cano, conservador del Bellas Artes, debió reubicarse en el retablo mayor a mediados del siglo XVIII junto a la Virgen de la servilleta, una de las obras icónicas de Murillo que ha recuperado la ventana por la que se asoman María y el Niño gracias a la meticulosa restauración llevada a cabo por Fuensanta de la Paz.
El montaje de Murillo y los Capuchinos de Sevilla recrea la disposición original de las obras en el retablo por lo que la Santa Faz se exhibe, como el resto, a la altura de caballete. Este cuadro pertenece a una colección particular inglesa pero está depositado en el Ashmolean Museum de Oxford y salió de Sevilla en torno a 1830 cuando fue vendido al viajero romántico Richard Ford.
Sobre las puertas del presbiterio, junto al ya citado Arcángel, figuraba El ángel de la guarda que ahora es propiedad de la Catedral de Sevilla. Las obras restantes del ciclo forman parte de la colección del Bellas Artes y cuelgan de la sala V o antigua iglesia mercedaria: Santa Justa y Santa Rufina y San Leandro y San Buenaventura (ambas imágenes, ligadas al origen del convento y a la espiritualidad franciscana), San José y el Niño, San Juan Bautista en el desierto, San Antonio de Padua y el Niño y San Félix de Cantalicio con el Niño. La Anunciación y la Piedad marcan el inicio y final de la vida de Cristo. El ciclo prosigue con la Adoración de los pastores, San Félix de Cantalicio con la Virgen y el Niño, Santo Tomas de Villanueva dando limosna, San Francisco abrazado a Cristo, la Inmaculada del Padre Eterno y la magistral Inmaculada Niña, recién restaurada, que estaba ubicada en el Coro bajo.
En la sala de temporales, tras el lienzo del Arcángel san Miguel, la comisaria ha ubicado cuatro dibujos que, por su calidad y delicadeza, podrían considerarse el alma de la muestra, especialmente la Visión de San Félix de Cantalicio con el Niño Jesús en brazos que atesora la Morgan Library de Nueva York. La Inmaculada del Coro, que procede de una colección particular madrileña, San Francisco abrazado a Cristo crucificado de la Kunsthalle de Hamburgo y San Francisco abrazado a Cristo, del Courtauld Institute de Londres, completan esta sección.
Fotos de las radiografías e información adicional sobre los procesos de restauración y la historia de esta serie que Murillo pintó en la plenitud de su carrera, entre 1665 y 1669, completan esta "oportunidad histórica para disfrutar de uno de los conjuntos más importantes del Barroco", según el consejero de Cultura, Miguel Ángel Vázquez. Las próximas grandes exposiciones del Año Murillo, como recordó el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, abrirán sus puertas el 5 y el 8 de diciembre en el Convento de Santa Clara y en la Catedral, respectivamente.
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