El presente más demoledor

Rosalía Gómez

11 de abril 2010 - 05:00

Jan Lawers& Needcompany. Texto, puesta en escena y diseño de escenografía: Jan Lawers. Coreografía: La Compañía. Vestuario: Lot Lemm. Intérpretes: Grace Ellen Barkey, Anneke Bonnema, Hans Petter Dahl, Viviane De Muynck, Misha Downey, Julien Faure, Yumiko Funaya, Benoît Gob, Eléonore Valère, Maarten Seghers e Inge Van Bruystegem. Lugar: Teatro Central. Fecha: Sábado, 10 de abril. Aforo: Casi lleno.

La pieza que la Needcompany presentó anoche en el Teatro Central viene a cerrar una trilogía (Sad Face/Happy Face) cuya primera y espléndida parte, La habitación de Isabella, pudimos admirar en este mismo escenario en noviembre de 2005.

En aquella ocasión su creador, Jan Lawers, se inspiró en la muerte de su padre y encontró en la escena una catarsis para su duelo. Una suerte la de estos grandes artistas capaces de transformar en arte los horrores de la realidad y las emociones que los/nos embargan. Y la nuestra de poder presenciarlo. Porque en esta última pieza, La casa del ciervo, Lawuers pasa de lo particular a lo universal, del pasado al presente, y se enfrenta con la valentía que lo caracteriza, con un talento fuera de lo común y, sobre todo, con un extraordinario equipo de actores, bailarines y cantantes, a un tema tan terrible y tan manido como la guerra y sus muertos.

El punto de partida es la noticia, llegada en una de las múltiples giras de la compañía, de que el hermano de una de las bailarinas, fotógrafo de guerra, ha sido asesinado en Kosovo. A partir de ahí y de un supuesto diario encontrado por ella en la habitación de su hotel cuando fue a reconocer el cadáver, se abre un universo demoledor y maravilloso a la vez. La descripción de algunas fotos nos lleva a ese voyeurismo de la violencia al que nos han acostumbrado los medios de comunicación mientras que el escenario y sus actores nos ofrece la posibilidad privilegiada de desarrollar no sólo historias sino distintas hipótesis de esas historias; resucitando a los muertos para discutir algunos detalles o empujando hasta el límite -como en el caso de la mochila con la niña- ese juego teatral que Lawers nunca abandona. Ése es su enorme mérito. La casa del ciervo nos emociona y nos hace sentir el horror de esa realidad que nos rodea -todos sabemos a estas alturas que existen mochilas que explotan en los trenes y que una madre puede perder a su hija en una calle tranquila de cualquier ciudad- con lo mejor del arte teatral: con las palabras, terribles y también poéticas palabras dichas en varias lenguas y sin afectación alguna, con las canciones, con la danza que salpica algunos momentos del espectáculo y con un escenario lleno de ciervos, de partes de ciervos y de cornamentas que crean una atmósfera lejana y fantasmal. Un ambiente extraño y ambiguo que, como sucede en la buena literatura, atrapa al espectador y, al mismo tiempo, le deja libertad suficiente para que sitúe en él a todos sus fantasmas personales o todas las historias que bullan en su imaginación, dejándole momentos de silencio, para que tome aliento.

Lawers nos ha regalado dos horas de auténtico arte teatral. No sabemos si el teatro sirve para algo pero, por si acaso...

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