Las paradojas de los Goya

Nominaciones Premios Goya 2019 | Análisis

Una imagen de 'Entre dos aguas', de Isaki Lacuesta.
Una imagen de 'Entre dos aguas', de Isaki Lacuesta.

Faltaban apenas dos categorías por desvelarse y Rossy de Palma y Paco León aún no habían pronunciado el nombre de la mejor película española de 2018. Lo hicieron in extremis: mejor película (Entre dos aguas) y mejor director (Isaki Lacuesta). Por lo visto, para nuestros académicos se puede ser la mejor película española del año sin que su guion, su fotografía, su música, su montaje y, muy especialmente, sus actores, también lo sean.

Es ésta la paradoja o la incongruencia más visible, flagrante además en una película cuyo modelo de producción pasa precisamente por el trabajo colaborativo, en unas nominaciones al Goya en las que, como de costumbre, se deja sentir demasiado el peso de los diferentes gremios profesionales a la hora de apostar por aquellas cintas que más respaldo institucional, presupuesto, puestos de trabajo y promoción mueven en el seno de la industria y sus satélites mediáticos.

Las nominaciones reflejan el peso de los diferentes gremios profesionales en su apuesta por las cintas con más respaldo, presupuesto y volumen de puestos de trabajo

Se explica así, por ejemplo, que una superproducción tan fallida como El hombre que mató a Don Quijote, de Terry Gilliam, haya conseguido cinco nominaciones, o que películas como El reino, de Rodrigo Sorogoyen, Todos lo saben, de Asghar Farhadi, Quién te cantará, de Carlos Vermut, La Sombra de la ley, de Dani de la Torre, o Yuli, de Icíar Bollaín, tengan 11, 8, 7, 6 y 5 respectivamente fruto de sus generosos volúmenes de producción que incluyen, cómo no, a intérpretes de relumbrón españoles e internacionales. En este sentido no se entiende tampoco que una película tan ambiciosa, original y conseguida como En las estrellas, de Zoe Berriatúa, se haya quedado con una única nominación, muy merecida, para la música de Iván Palomares.

En el otro lado de la balanza, películas más pequeñas o intimistas como Viaje al cuarto de una madre, de la sevillana Celia Rico, o Carmen y Lola, de Arantxa Echevarría, salen muy bien paradas (cuatro y ocho nominaciones cada una) aunque por motivos distintos: si de la primera hay que destacar el delicado trabajo de escritura, puesta en escena y dirección de intérpretes, en la segunda todo parece apuntar a la novedosa representación del amor lésbico en la comunidad gitana como principal valor (social) que no se ve del todo correspondido por los méritos de la forma cinematográfica.

Lo mismo puede decirse de Campeones (13 nominaciones), la película-fenómeno de la temporada, que juega la baza sensible y la explotación de la discapacidad disfrazada de discurso normalizador para llegar al gran público con una campaña transmedia que apenas da opción a cualquier discurso crítico que contrarreste su locomotora emocional y políticamente correcta. El apoyo previo de la Academia de cara a los Oscar hace presagiar que la cinta de Javier Fesser puede ser la más dura competidora de El reino, hábil producto comercial con pretexto político aunque de corta pegada, por conquistar más Goyas el próximo 2 de febrero en Sevilla.

Y para terminar, otra paradoja: precisamente el año en que el severo Jaime Rosales ha intentado acercarse más conscientemente a públicos más amplios con Petra, la misma Academia que en su día lo aupó con La Soledad le da ahora drásticamente la espalda.

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