El Premio Tusquets de Novela viaja a la Rumanía de la caída de Ceaucescu

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La poeta y traductora Corina Oproae regresa en la autobiográfica ‘La casa limón’ a una infancia llena de dolor y de libros

Silvia Hidalgo: "El deseo es algo que hemos construido"

La escritora Corina Oproae gana el Tusquets con 'La casa limón'.
La escritora Corina Oproae gana el Tusquets con 'La casa limón'. / Marta Pérez / Efe

La traductora y poeta Corina Oproae (Transilvania, 1973) obtuvo la nacionalidad española a principios de este siglo, y en el tiempo transcurrido desde entonces evitaba las invitaciones que le dirigían en los institutos para que hablara de sus experiencias en Rumanía. No le interesaba encallarse en el rencor por lo vivido en sus orígenes, aunque en esas negativas ya barruntaba que algún día abordaría en una novela ese pasado. 

Más tarde hubo un detonante que precipitó esa narración tantas veces aplazada: un viaje que hizo con sus hijos para que conocieran “el país del que procedía su madre. Estuvimos con amigos y hablamos muchísimo del comunismo, de la caída del régimen, y cuando regresamos mi hija Stela me comentó: Me ha gustado mucho Rumanía, pero hay algo que no entiendo. ¿De dónde cayó el comunismo?”, recuerda Oproae que le cuestionó su familiar. 

De esa pregunta “que pedía una novela”, como afirma en la dedicatoria, y de la punzada de que “las personas de mi entorno eran ajenas a lo que había sido mi realidad”, nació La casa limón, el texto con el que la autora logró este jueves en Barcelona el Premio Tusquets, una obra de carácter autobiográfico “pero una novela, porque no estoy en una etapa de la vida en la que deba escribir memorias, y porque lo que me gusta de la literatura es inventar historias”, explicó. 

Oproae describe a una niña que se esconde bajo la mesa y que monta castillos con los libros de la biblioteca mientras su padre está convaleciente y el país se acerca sin sospecharlo al derrumbe. “No recuerdo cuántos años tengo, pero sí que vivo debajo de una gran mesa de madera, en un castillo infinito, cuyos muros están hechos de libros”, se lee en las primeras líneas. 

“Aquí están las mismas obsesiones que he tratado antes en mis poemas, temas como la muerte, la enfermedad o la ausencia, pero no se asusten, porque creo que es un libro luminoso”, advirtió a los periodistas la autora, que cree que la infancia es el periodo que nos marca. “Hay una cita de Louise Glück que abre La casa limón y con la que estoy de acuerdo, que dice que miramos el mundo una vez, en la niñez, y que el resto no es más que memoria”.   

“Todas las dictaduras, de izquierdas o de derechas, se parecen”, asegura la escritora

Un jurado compuesto por Antonio Orejudo, en calidad de presidente, Bárbara Blasco, Eva Cosculluela, Silvia Hidalgo, la ganadora de la anterior convocatoria, y el editor Juan Cerezo otorgó el Premio Tusquets, dotado con 18.000 euros, a La casa limón al considerarla “una novela extraordinaria y singular en la literatura española, por su escritura precisa y evocadora, cruda y onírica, y por el testimonio de vivencias históricas de la Europa del Este”.

Orejudo quiso detenerse en “una reflexión sobre algo que pasa inadvertido” y con el que la literatura puede ofrecer emoción y verdad al debate insolidario y frío que percibe la inmigración como una amenaza. Para el autor de Ventajas de viajar en tren, el hecho de que una escritora “nacida en otro país” adopte el castellano como lengua “ensancha la tradición literaria española. Ya no tenemos sólo novelas sobre la Guerra Civil, o sobre la Segunda República, ahora también una sobre la caída de Ceaucescu”, defiende Orejudo, que sin embargo leyó el manuscrito con una rara identificación. “Venían a mi memoria los últimos años del franquismo”, reconoció. Y Oproae le dio la razón: “Mis suegros me cuentan cosas de ese tiempo que son similares. Todas las dictaduras, sean de izquierdas o de derechas, se parecen, pero se parecen aun más todas las infancias”. Su obra, matiza, “no es una visión edulcorada de lo bonito que fue aquello, la crudeza y la capacidad para mirar el horror están ahí”, dice sobre una ficción que recoge, sin subrayados y con sutileza, la falta de libertad y las delaciones de ese período.

Corina Oproae.
Corina Oproae. / Iván Giménez / Tusquets

El presidente del jurado señala como uno de los hallazgos de La casa limón el modo en que en la voz narradora “conversan la mujer adulta y la niña, un tono que parece fácil pero que exige mucha carpintería y mucha complejidad”. Oproae admitió haber sufrido en este aspecto: “Tenía que encontrar el punto justo para que funcionase, y tuve que renunciar a pasajes que estaban muy bien escritos y que me dolía sacar, pero había que afinar para que la novela fuese creíble”. La ganadora enumera “a posteriori, porque eso no puedes pensarlo antes, no puedes decirte voy a escribir al modo de, que no sale bien”, las voces que le han influido, entre ellas Agota Kristof y Herta Müller. “Y Emily Dickinson. Mis referentes son más bien poéticos”.

Oproae, traductora de Ana Blandiana y Tatiana Tibuleac, entre otras autoras, y responsable de una antología sobre La poesía del siglo XX en Rumanía, contó a los periodistas que siempre había tenido un oído privilegiado para los idiomas. “Esa facilidad ha estado siempre ahí. De niña, cuando iba a visitar a mis abuelos, volvía hablando con un acento del norte y no me entendía nadie”, recuerda una amante de las lenguas que se enamoró del español con los poetas de la Generación del 27, que dedicó un año a analizar el Quijote y que aprendió catalán leyendo La plaza del diamante de Mercè Rodoreda. Preguntada sobre los idiomas en los que se expresa en su intimidad, la escritora detalló que “pienso en rumano si hablo en rumano, o en español si estoy hablándolo, pero creo que ahora sueño en español. Y tengo mucha facilidad para soñar”, comparte una creadora que imprime a momentos de su narración una atmósfera onírica, “cierto pensamiento mágico”.

Relato de unas vivencias particulares y crónica de una familia enfrentada a la catástrofe, La casa limón es no obstante para Silvia Hidalgo una novela de alcance universal en la que se reconocerán “muchos niños raros” que encontraron en los libros su refugio. “Era mi primera vez como jurado y me sentía insegura. La informática que soy se preguntaba: ¿Hago un Excel que analice distintos aspectos de cada manuscrito? Pero cuando empecé La casa limón las dudas se disiparon, sentí aquellas páginas efectivamente como una casa”. Un hogar, también la historia de un desarraigo, que llegará a las librerías el 9 de octubre. 

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