El precipicio europeo
Christopher Clark publica una brillante indagación intrahistórica de la Primera Guerra Mundial, un vasto drama donde todos se dirigen hacia un abismo desconocido, de dimensiones insólitas
Sonámbulos. Christopher Clark. Trad. Irene Cifuentes y Alejandro Pradera. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2014. 798 páginas. 29 euros.
Leyendo este extraordinario ensayo, obra del historiador australiano Christopher Clark, es difícil no recordar dos novelas relevantes de la literatura europea: La marcha Radetzky de Joseph Roth y el Kim de Rudyard Kipling. Como el lector no ignora, en la obra de Roth asistimos al estrepitoso fraccionamiento del imperio Habsburgo, taraceado por el gregarismo eslavo, que culminará en la declaración de guerra de julio del 14; por su parte, en la novela de Kipling, conocemos el pormenor oculto del Gran Juego, y en consecuencia, las escaramuzas coloniales que los espías rusos y británicos disputaron en el vasto damero asiático. Esta doble casuística, la instigación de los nacionalismos balcánicos y los intereses estratégicos de las potencias en liza, es la que ocupa, en buena medida, el interés de las presentes páginas. Unas páginas que pueden leerse como un absorbente y detallado relato de los años previos al conflicto, y cuyo desarrollo, cuyo final no por conocido deja de procurar al lector un profundo y continuo desasosiego.
Quiere decirse que la mayor particularidad de esta obra, y la decidida originalidad de Clark, es la atención prestada a las causas y concausas que dieron origen a la Gran Guerra, dejando de lado, como fondo residual, el ominoso ruido de las armas. A punto de cumplirse el centenario de su inicio, son muchas las obras que han venido a destacar, en contra de la visión tradicional, la radical modernidad de la contienda, cuyo carácter mecánico y masivo sólo ahora alcanza a comprenderse, tras unas décadas en las que la Grand Guerre se contempló como el canto agónico de un mundo varado y frágil, y no como la primera guerra mecanizada en la que el hombre fue triturado, enajenado y cosificado hasta límites y en cantidades entonces inimaginables. Éste es también el punto de partida de Sonámbulos: la modernidad y la cercanía del conflicto, así como la proximidad de sus actores. Y es precisamente la atención a los actores de aquel vasto drama, junto con la minuciosa documentación en la que se analiza el carácter y las motivaciones de aquellos hombres, lo que convierte la obra de Clark, más que en una obra de Historia al uso, en una brillante indagación intrahistórica, donde los protagonistas se dirigen, en un ensueño torpe y vertiginoso, hacia un abismo desconocido, de proporciones insólitas.
Por otra parte, la intención declarada del autor no es otra que mostrarnos los prolegómenos de la Gran Guerra como una secuencia abierta. Vale decir, el indudable mérito de Clark reside en evidenciarnos, de modo exhaustivo, que aquella guerra no fue inevitable. Para el historiador -y también para el lector- es difícil sustraerse al conocimiento de lo ocurrido, que prefigura de algún modo nuestra opinión sobre el pasado. Esto significa que es muy difícil juzgar los antecendentes de la guerra del 14 por lo que fueron, en su estricta inmediatez, sin tener en cuenta las consecuencias posteriores, hoy conocidas por todos. No obstante, en esta historia en marcha de Cristhopher Clark, en este relato urgente, irresuelto, pegado al instante de Sonámbulos, se nos muestra la Gran Guerra como una posibilidad cercana, como una amenaza evidente, que sin embargo hubieran podido sortear sus protagonistas. Sin duda, la política de alianzas de la Entente, el declive del Imperio Otomano, la pujanza del imperio ruso, el codicioso y virulento nacionalismo serbio, la expansión colonial italiana, las dos guerras balcánicas, así como el universal recelo a la política alemana, tras su victoria sobre Francia en 1871, componen un panorama opresivo en el que la víctima propiciatoria es, no la Alemania de Guillermo II, sino el imperio austro-húngaro de Francisco José. No obstante, y a la vista de la documentación aportada por Clark, queda claro que triunfó, por ejemplo, el militarismo de Poincaré y no la prudencia, la sabiduría, la honesta diplomacia de su embajador Paul Cambon, que era otra de las opciones que la realidad ofreció a los contendientes. Triunfó, en suma, una política de la amenaza, de la intimidación, del hecho consumado, en la que la cuestión última era, no si habría guerra, si era posible evitarla, sino cuándo convenía hacerla para maximizar el beneficio propio y la predación ajena. La actual crisis de Ucrania, de gran complejidad diplomática, no ha hecho sino poner de relevancia la absoluta vigencia y la radical importancia de aquellos sucesos, coronados por la devastación y el miedo.
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