La praxis reformadora de un revolucionario
Pocas figuras de la Historia española reciente han dejado una huella tan perdurable como Largo Caballero. En su último libro, el fallecido Julio Aróstegui arroja luz sobre este hombre controvertido.
Largo Caballero. El tesón y la quimera. Julio Aróstegui. Debate. Barcelona, 2013. 966 páginas. 32,90 euros.
Pocas personalidades de nuestra historia reciente han dejado una huella tan perdurable en la memoria colectiva como Francisco Largo Caballero. Memoria controvertida incluso dentro de las filas de sus correligionarios que terminaron por desfigurar el rostro de quien fue aclamado como el Lenin español pero, alcanzada la máxima responsabilidad política, paró en seco la revolución social poniendo por delante la salvación de la República. Considerado por un sector de la historiografía responsable de la radicalización del movimiento obrero (y hasta inductor de la Guerra Civil en algún texto de divulgación tendencioso y disparatado), otros han puesto el acento en su olfato político y en su pragmatismo, cualidades que le permitieron bracear contra corrientes adversas, consiguiendo avances significativos en materia social y laboral, aunque a un precio demasiado alto para quienes cuestionaron su oportunismo político.
Admiración y recelo, elogios y denuestos se disputan, pues, a partes iguales el juicio sobre la vida pública y la obra política del gran líder sindical. Pero Julio Aróstegui no ha querido responder expresamente ni a unos, ni a otros. Su biografía evita la diatriba para centrarse, con cuidadoso rigor y un examen minucioso de los documentos originales, en recuperar la dimensión real del hombre político, relativizando su genio individual en el contexto de la opinión dominante dentro el socialismo y el sindicalismo, para comprender mejor precisamente su proyecto y su estrategia que fueron los auténticos ejes vertebradores de una larga trayectoria pública.
Porque Caballero fue sobre todo un hombre de acción con una innata cualidad -y esto lo sabían todavía mejor sus rivales que sus amigos políticos- para conectar con la sensibilidad de las masas populares. Baste recordar el magnetismo de sus discursos y la calurosa acogida de sus propuestas refrendadas por abrumadora mayoría en los comités y congresos de la UGT. Sin embargo, no siempre se ha aclarado el sentido de esta marcha, que antes de 1917 buscó la ruptura mediante una huelga general que fue inequívocamente política, durante la dictadura primorriverista adquirió el sesgo de una colaboración pactada (vía agotada después de 1926) y que en la República alcanzó la cima de un compromiso gubernamental.
Se ha hablado de táctica de supervivencia del socialismo, de una manera de amoldar el ideal de la lucha de clases a las circunstancias del escenario político trastocado después de la convulsión rusa y de la disidencia comunista que formó, como es sabido, su propia Internacional y su partido. Pero el nacimiento del caballerismo es para Aróstegui algo más que una manera de mantener el reformismo cotidiano (que el oficial estuquista había ensayado siendo concejal socialista en Madrid), sin renunciar a la transformación revolucionaria como horizonte. Resulta una estrategia experimentada (y también razonada en sus Recuerdos) que nace de su raíz sindicalista y se proyecta en una arraigada conciencia de que la clase proletaria es un poder llamado a negociar, de igual a igual, con el Estado burgués y, alcanzado el momento de madurez de la conciencia de clase proletaria, autorizado también para desbancarlo. En esta fuerte convicción (no tanto elaborada intelectualmente como aprendida por la experiencia) se cimentan el tesón y la quimera, los rasgos de personalidad que acompañan a su nombre en la biografía de Aróstegui.
Con no menos equivocaciones que aciertos, no se le podrá reprochar a Largo Caballero que abandonase nunca esta línea de actuación que situó siempre las relaciones de trabajo en el corazón mismo del Estado. En el XV Congreso de la UGT celebrado en 1922 ya se manifestó convencido de que la clase obrera estaba preparada para gobernar contra el criterio de Besteiro y su facción. Posteriormente lo demostró formando parte del Consejo de Estado de la Dictadura de Primo, lo que le granjeó el rechazo de Indalecio Prieto, aunque nunca cruzara la línea roja de participar en un parlamento designado (fue precisamente esta la razón de la ruptura con el régimen militar). Y finalmente lo pudo cumplir como ministro de Trabajo del Gobierno de Manuel Azaña impulsando una ambiciosa obra en legislación laboral. Parecía haber alcanzado entonces el objetivo de controlar el mundo laboral desde el poder, plataforma para hacer la transformación social que era su fin último, su quimera. Pero es justo entonces cuando se produce el muy debatido viraje hacia una postura maximalista que le lleva a afirmar en 1933 que "realizar obra socialista en la democracia burguesa es imposible".
La decepción de la experiencia ministerial, el obstruccionismo de la CEDA apoyado en el consentimiento tácito de los radicales de Lerroux, el cambio de escenario en una Europa que veía asomar la amenaza del fascismo, son factores que se han mencionado a la hora de valorar este radical cambio de postura que Aróstegui modula, sin embargo, dentro un horizonte cronológico más amplio y un ambiente de crispación más generalizado: el discurso caballerista no fue único, ni excepcional, sino parte de una corriente que se venía gestando desde el último año del bienio progresista y que desembocaría en los trágicos sucesos de octubre del 34 a consecuencia de los cuales el líder obrero terminó en la cárcel.
De este fracaso nace justamente la táctica de buscar alianzas y amplias mayorías de izquierda que alumbró el Frente Popular. Largo Caballero aceptó, como es sabido, la Presidencia del Gobierno de una República ya en Guerra pero nunca fue un frentepopulista convencido. De estas vacilaciones proceden sus mayores fracasos en política militar y exterior. Sustituido por Negrín tras la crisis de mayo del 37 la obra de Caballero se derrumba. Pero su figura crece aún más en el exilio. La cuarta parte de esta monumental biografía se centra en analizar la asimilación de la derrota y el esfuerzo por crear las condiciones que facilitaran la convergencia de las fuerzas políticas en una acción unitaria contra Franco. Prueba de su tesón. Hasta el final de sus días fue un hombre pragmático: aunque crítico con la Monarquía no descartaba el regreso de don Juan de Borbón si eso hubiera supuesto la eliminación del régimen franquista.
Se nos ha ido Julio Aróstegui pero nos ha dejado en esta imprescindible biografía su testamento de historiador: un ejemplo de narrativa global a partir de esa historia vivida que defendía en sus lecciones. Descanse en paz.
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