Ravel vuelve a las fábricas
Por todo lo alto | Crítica

La ficha
*** 'Por todo lo alto'. Drama, Francia, 2024, 101 min. Dirección: Emmanuel Courcol. Guion: Emmanuel Courcol, Irène Muscari. Fotografía: Maxence Lemonnier. Música: Michel Petrossian. Intérpretes: Benjamin Lavernhe, Pierre Lottin, Sarah Suco, Nathalie Desrumaux.
Viene precedida esta Por todo lo alto por el éxito de taquilla en Francia y el premio del público del pasado Festival de San Sebastián con la nota más alta (9,32) jamás obtenida por una película en esa categoría otorgada por el voto popular. Esto último suele decir siempre más de las flaquezas del público que de las bondades del filme y ha de poner siempre en alerta a cualquier crítico que no quiera dejarse arrastrar, como ocurre a veces, por las inercias que mueven las películas y sus astutos discursos promocionales.
Con todo, el filme de Emmanuel Courcol (Alto el fuego, El triunfo) producido por Robert Guédiguian tiene una gran virtud dentro de su complaciente esquema popular de dramedia de opuestos (ciertamente solventes Benjamin Lavernhe y Pierre Lottin) con enfermedad, adopción, fraternidad reencontrada en la provincia, tono amable, coqueteo con el drama serio, música a raudales (de Ravel a Aznavour pasando por Johnny Hallyday y Clifford Brown) y, sí, también, reivindicación de la condición obrera y sus luchas en tiempos de crisis, que de todo eso tenemos aquí no siempre hilado con la mayor de las sutilezas.
Sorprendentemente, la película consigue frenar en su desarrollo (tal vez gracias a su montaje) la propia tendencia a la acumulación y al exceso melodramático que apunta su guion, como si fuera consciente de manejar un material altamente inflamable para las emociones fáciles y desbocadas y no estuviera dispuesta a prender la mecha en favor de una cierta honestidad con sus criaturas y su público. Tal por eso mismo, uno se descubre levemente emocionado cuando, revelado ya el desenlace argumental, la música contemporánea nacida del dolor y el ritmo implacable y fabril del famoso Bolero se encuentran entre la rigidez del escenario sinfónico y la grada popular y solidaria en una síntesis apoteósica que, no por menos utópica, deja de funcionar como triunfal crescendo de despedida, pellizco y lagrimita.
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