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La sangre que hierve

Por donde pasa el silencio | Crítica

Los hermanos Araque en una imagen del filme de Sandra Romero.

Ha caído de pie en la industria la joven astigitana Sandra Romero, egresada de la ECAM que apenas terminaba de rodar este su primer largo cuando empalmaba con la dirección de varios episodios de Los años nuevos, la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen en Movistar+. Un largo en el que regresa a sus raíces y a un corto previo de 2020 donde ya esbozaba la compleja relación entre dos hermanos mellizos como asunto sostenido a partir de la discapacidad de uno de ellos, los roces y las diferencias de carácter, los afectos primarios, el sentimiento de culpa y la marcha del otro en busca de una nueva vida.

Antonio vuelve ahora al pueblo sevillano (cualquier pueblo del sur, en realidad) en los días previos a la Semana Santa para reencontrarse con un panorama estancado y tenso marcado por ese hermano dolorido y cada vez más agriado y resentido, en constante lucha con los padres y consigo mismo en un proceso autodestructivo que amenaza con llevarse por delante el vínculo familiar.

Romero busca situarse en algún pliegue entre esos dos hermanos, interpretados con indudable solvencia naturalista por los también mellizos Antonio y Javier Araque, para buscar entre los estallidos de ira y violencia, los momentos de afecto y los silencios esa materia esencial de la memoria común que los une y ese pasado de complicidad, decepciones y errores que atraviesa la película sin necesidad de explicitarse.

La cámara siempre fluida se cierra sobre ellos, sus cuerpos, su habla y sus gestos, también busca por separado las respectivas vías de escape, en la droga, el alcohol o el sexo, y deja hueco para que otros personajes como la hermana o los amigos delineen el día a día de unas vidas que proyectan el pulso de una generación precaria, desencantada y sin demasiada suerte.

Tal vez lo mejor del filme se encuentra en esa distancia corta que impone Romero sin demasiado contexto, psicología, juicio moral, ni explicaciones, ni siquiera a propósito de esa relación primordial con los padres a los que, en última instancia, se señala como origen del malestar.  

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