Contra el populismo
Nexus | Crítica de libro
El israelí Yuval Noah Harari, popular gracias a éxitos como ‘Sapiens’, regresa con ‘Nexus’, una obra en la que indaga en la capacidad del ser humano para tejer redes y en la que discute la asociación entre información y verdad.
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La ficha
Nexus. Yuval N. Harari. Traducción de Joandomènec Ros. Debate, 2024. 606 páginas. 22,70 euros
Yuval Noah Harari disfruta de cierta popularidad en los ámbitos no sé si compatibles de la historia y la prognosis, esto es, del estudio de acontecimientos que pueblan el pasado y de los del porvenir. Su primer gran pelotazo, Sapiens, era una crónica del periplo de la civilización humana desde su albor en las cavernas hasta la era de internet, muy al estilo, por cierto, de lo que puede encontrarse en internet: información clara y rectilínea, sin más profundidades de las precisas, donde a través de sencillos algoritmos (esto sí, esto no) se explicaba la evolución de nuestra especie desde fundamentos no materiales ni espirituales (Hegel y Marx, dice él, están pasadísimos de moda), sino desde algo que nos presenta con mucha alharaca (cosa novísima, parece), el “relato”: una figura de la imaginación que comparten todos los miembros de una sociedad determinada y que les hace compaginar mitos y esperanzas, coordenadas y proyectos, con la capacidad añadida, más que de reproducir la realidad, de fabricarla por sí misma (el pueblo elegido por Dios, la democracia, la emancipación del proletariado, serían algunos de estos relatos). En otro tocho igual de impresionante, Homo Deus, Harari prolongaba dicha historia hasta el futuro, donde el enemigo a vencer, amén de todos aquellos que aterran a los presentadores de telediarios cada sobremesa (cambio climático, migraciones masivas, amenaza termonuclear, polarización de la opinión pública), era nada menos que la Inteligencia Artificial. Villano que figura también en el reparto de este su último volumen, Nexus, donde también retoma algunos de los argumentos y jeremiadas del primero de ellos: falta de coherencia no es desde luego lo que puede imputársele al autor israelí.
Esforzándonos en ser benévolos, diríamos que para esbozar un panorama, o una serie de razonamientos o pruebas como los que Harari trae en este Nexus suyo, no se necesita de casi 600 páginas. Parece colegirse, por el prólogo y algunas de las alertas que hace en ciertos capítulos, que su intención es moral, y ciertamente honorable: muy disgustado con la proliferación de fake news y con el descrédito general en que la posmodernidad ha sumido a las ciencias del hombre, por no hablar de las otras, el autor se libra a una cruzada apenas encubierta contra el populismo, el relativismo y el irracionalismo que habría aplaudido, quién lo niega, más de uno de los grandes clásicos de la Ilustración. Pero dicho objetivo, por muy loable que sea, le lleva a afirmaciones que mueven a la sospecha, cuando no al sonrojo, y más viniendo de alguien que se supone que ejerce la Historia con mayúscula en un foro universitario: su silencio inexplicable sobre las teorías cibernéticas, las tesis de Shannon y otros sobre la difusión de la información (inexplicable en alguien que dedica un libro entero expresamente a la historia de la información), su condena flagrante de muchos de los planteamientos del estructuralismo y sus epígonos so excusa de que abren la puerta a discusiones que no se pueden discutir, su ejecución sumaria de los postulados marxistas con frases del estilo de “ha quedado demostrado que las intenciones materialistas no pueden explicar del todo fenómenos como las Cruzadas, la Primera Guerra Mundial y la Guerra de Irak” (página 65) habrían sido tolerables en un periodista metido a erudito de los que suelen explotar las editoriales de gran tirada, pero a un profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén tenemos derecho a exigirle un poco más de solidez y compromiso con lo que escribe.
A un profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén debemos exigirle un poco más de solidez
Que básicamente consiste en: lo esencial en el caso del ser humano, lo que explica su éxito biológico en relación a otras especies (y en particular, sus otros primos del género homo), es su capacidad de relacionarse, esto es, de tejer redes; estas redes le sirven para emprender juntos obras de envergadura que no podrían haber llevado a cabo en solitario o en pequeños grupos, edificación de ciudades, monumentos de ingeniería, establecimiento de imperios; las redes se trenzan compartiendo información; la información, que no ha de ser entendida en el sentido que da la propia informática al término, consiste en un conjunto de datos que los hombres se transmiten entre sí no con el fin de alcanzar la verdad, sino de mantener la cohesión del grupo y fortalecer el orden establecido; si, por tanto, la información no tiene por destino la verdad, es absurdo ese planteamiento cándido de que la mala información se remedia con más información: el bulo, la mentira, la distorsión han de ser combatidos con armas más contundentes y enérgicas que la mera clase en el aula y el experimento en el laboratorio; la irrupción de la IA en dicho escenario no contribuye sino a empeorar las cosas, puesto que se trata de una herramienta que puede elevar dicha desinformación al infinito, beneficiando aún más el mantenimiento de un statu quo determinado, asociado a la injusticia.
En apoyo de estas tesis centrales, Harari mecha sus capítulos con abundantes anécdotas y ejemplos históricos, haciendo fluido, incluso razonable, un discurso que quizá merecería más ponderación y detenimiento en los detalles, y del que se eleva, pese a todo, un olor irremediable a plato precocinado. El populismo es una de las lacras de nuestro siglo, qué duda cabe: pero plantarle cara exige en primer lugar, me parece, renunciar a muchas facilidades y simplismos en las que el propio populismo cae.
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