Bailar la buena muerte

Polvo serán | Crítica

Alfredo Castro y Ángela Molina en una imagen del filme.
Alfredo Castro y Ángela Molina en una imagen del filme.

La ficha

**** 'Polvo serán'. Drama-musical, Esp-Ita-Sui, 2024, 106 min. Dirección: Carlos Marques-Marcet. Guion: Carlos Marques-Marcet, Clara Roquet, Coral Cruz. Fotografía: Gabriel Sandru. Música: María Arnal. Intérpretes: Ángela Molina, Alfredo Castro, Mónica Almirall. 

Siempre en el alambre del distanciamiento y la emoción, Polvo serán aborda la enfermedad terminal y la muerte, la muerte voluntaria, serena y por amor, dando un rodeo y desde una perspectiva insólita, cruzando géneros y tonos, amenazada siempre con desbaratarse en su tránsito de la pasión romántica al drama terminal, entre la comedia, el musical posmoderno y la catarsis familiar.

Y sale airoso Carlos Marques-Marcet (10.000 Km., Tierra firme, Los días que vendrán) gracias a una prodigiosa modulación elíptica entre unos y otros, desde la apertura de un telón que nos adelanta la condición teatral de nuestra pareja protagonista, director y actriz, a esa secuencia final de créditos donde los ritmos latinos de la salsa acompañan y liberan en el crematorio el proceso de conversión de sus cuerpos en cenizas.

Polvo serán mira con arrojo a la eutanasia y el derecho a la muerte digna y voluntaria sin mensajes políticos ni panfletos almodovarianos, aunque para llevarlo a la práctica tenga que viajar hasta las montañas y las clínicas suizas. Pero también lo hace al amor incondicional entre la pareja madura, extraordinarios Ángela Molina y un Alfredo Castro al que por fin disfrutamos en un registro cálido y empático, y cómo esta resuelve el embrollo familiar y cierra cuentas con el pasado desde la complicidad, el convencimiento, la decisión e incluso el humor a prueba de reprimendas, penas y moralinas filiales.

Y entre todo ello, deslumbrantes, los números musicales con música de María Arnal y coreografías de La Veronal se nos antojan los mejores de todo el cine reciente, innegablemente deudores del Dancer in the dark de Von Trier y Björk o del Anima de Paul Thomas Anderson para Thom Yorke, pero también cuadros plásticos de vuelo libre, posmodernidad bien entendida y sublime homenaje clásico (esas figuras, perspectivas, encuadres y travellings caleidoscópicos al más puro estilo Busby Berkeley), funcionando desde la raíz del drama no tanto como parones o apartes sino como escapes orgánicos para esa mujer en despedida. 

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