La poética de Juan Suárez en fragmentos
EN EL COAS | HASTA EL 4 DE MARZO
El pintor y arquitecto, fiel a su compromiso con la geometría, reúne su obra reciente en el Colegio de Arquitectos de Sevilla, una rigurosa reflexión sobre la reconstrucción y la pérdida
Al pintor y arquitecto Juan Suárez (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1946) le interesa mucho un libro del Premio Nobel Peter Handke, Lento regreso, donde se habla de la vuelta a los orígenes y de la recuperación de los hallazgos del pasado. "Con el retorno a la obra se nos revelan aquellas cuestiones iniciales y potenciales que han estado siempre ahí, y ese itinerario es el que quiero recorrer y explorar: señalar los tiempos y los límites del arte, apuntar aspectos disciplinarios o no de la geometría, y subrayar por encima de todo la supervivencia de la pintura", asegura. Inquietudes todas ellas que están muy presentes en la exposición Fragmentos que presenta hasta el 4 de marzo en el Colegio de Arquitectos de Sevilla (COAS) y que es la continuación natural de las últimas presentaciones públicas de su trabajo: la retrospectiva del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, entre octubre de 2019 y febrero de 2020, y la posterior exposición en la galería Helga de Alvear en Madrid, Nada es grande ni pequeño.
Como afirmó el jueves en el acto inaugural Paco García Romero, que sustituyó por enfermedad a Juanma García Nieto, coordinador de esta muestra y vocal de actividades del COAS, "la obra de Juan Suárez busca una continua reflexión sobre la forma y la modernidad. Aquí además de hacer hincapié en ese espíritu geométrico introduce un juego en el que los colores, las texturas y el azar adquieren una profunda significación en cada trabajo, ya sea de forma individual o en series donde las formas atraen al espectador en una serie de variaciones casi musicales".
En Fragmentos el artista reflexiona también sobre la reconstrucción y la pérdida, ideas que acerca mediante la imagen de los mármoles de Elgin que se exhiben en el Museo Británico. "Esos mármoles proceden del Partenón pero allí en el British adquieren una unidad y una dimensión que los configura como un todo al margen de su origen, son una obra de arte expuesta en un museo además de una totalidad fragmentada. Es lo que nos ocurre también con las pinturas que sobrevivieron al incendio del Alcázar madrileño, con todo lo que fue la decoración del Salón de Reinos. Y lo mismo vale para la Venus de Milo: aunque sea una escultura a la que le falta un brazo podemos imaginarla completa, plena. Pero si sólo hubiéramos encontrado su brazo también sería una obra de arte, podríamos ponerlo en una vitrina y admirarlo".
Aquí también Juan Suárez lanza esa misma pregunta: los fragmentos que vemos, ¿son restos desechados o sumandos necesarios? En las obras de mayor tamaño, agrupadas en la planta principal del COAS, el artista enfrenta al espectador a una serie de planos superpuestos que distorsionan y recomponen los elementos geométricos: hay vacíos, hendiduras, módulos inclinados que provocan pequeñas sombras y una importante presencia del azar... "Estos cuadros están terminados pero podrían seguir creciendo, apropiándose de otras formas y usurpando el volumen. No están limitados a una superficie tersa", explica sobre unas creaciones que son una nueva vuelca de tuerca a su afamada serie NSEO (Norte, Sur, Este, Oeste), donde traslada las tres dimensiones espaciales de la arquitectura a la bidimensionalidad del objeto pictórico.
En la planta del sótano, en cambio, ha agrupado una serie de piezas más pequeñas, presididas por la serie Fragmentos I, II, III y IV, que podrían ser bocetos previos o maquetas de los cuadros grandes. Además de la diferencia de tamaño, las singulariza la presencia del color, ese flúor ácido siempre presente, intensamente pasional. Son obras, como ocurre con las de su admirado Ad Reinhardt, que reclaman tiempo de contemplación para ser disfrutadas y entendidas, que en estos tiempos vertiginosos son una invitación a la calma.
Suárez Ávila, sevillano de adopción desde que se instaló en la ciudad para estudiar la carrera de Arquitectura en la década de los 60, se reencontraba el jueves con numerosos amigos y coetáneos, muchos de ellos llegados ex profeso de otras provincias, como Córdoba y Cádiz. Entre los asistentes no faltaban la exalcaldesa Soledad Becerril, o Gerardo Delgado y José Ramón Sierra, parte del grupo de arquitectos y pintores que orbitaron en torno a la galería La Pasarela y, desde el lenguaje de la abstracción, introdujeron tendencias internacionales en Sevilla a comienzos de los 70.
"El éxito es relativo, para mí es la satisfacción personal de poder hacer lo mejor posible aquello en lo que crees, ser consecuente y defenderlo", resume. "Me gusta pensar en lo que hemos tratado de hacer los que nos hemos quedado aquí en Sevilla. Esto supuso mucha renuncia en su momento pero siempre hemos creído en el proyecto de construir algo que pudiera sobrepasar los límites de lo que estábamos recibiendo. Me siento muy agradecido a los gestores y galeristas que, como Rafael Ortiz, apostaron radicalmente por los esfuerzos culturales en esta ciudad frente a la huida masiva de quienes buscaron tiempos mejores o sucumbieron a los cantos de sirena, que en mi época eran Berlín, Nueva York o París. Yo no sería tampoco lo que soy si no hubiera tenido el acceso a la información que me proporcionó Carmen Laffón, una persona curiosa con interés por todo que, más allá de su inmensa obra artística, nos ha dejado una huella enorme por su capacidad de transmitirnos todo ese conocimiento: los informalistas, el Grupo de Cuenca, todos vinieron de su mano a Sevilla. Y qué decir de Alberto Marina en la Fundación Luis Cernuda, de mi recordado comisario y amigo Juan Bosco Díaz-Urmeneta o de Víctor Pérez Escolano, que no se ha vendido nunca: cuánto le debe esta ciudad a su paso por el Ayuntamiento y el Museo de Arte Contemporáneo".
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