Vocación y destino

El poeta y el tiempo | Crítica

Anagrama reedita los ensayos con los que empezamos a conocer la obra en prosa de la gran poeta rusa Marina Tsvietáieva, de la mano de la traductora Selma Ancira

Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892-Yelábuga, 1941) en 1925.
Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892-Yelábuga, 1941) en 1925.

La ficha

El poeta y el tiempo. Marina Tsvietáieva. Trad. Selma Ancira. Anagrama. Barcelona, 2024. 168 páginas. 10,90 euros

Nació a comienzos de la última década del siglo XIX, vivió las convulsiones de las postrimerías del zarismo y el gran corte de la Revolución de octubre, el caos de la guerra civil y la emigración –Berlín, Praga, París– antes de volver a la URSS, donde se suicidó meses después de la invasión alemana. Marina Tsvietáieva pasó terribles penalidades, perdió a una hija que murió de hambre en un hospicio mientras su marido combatía en el Ejército Blanco, no se adaptó a la vida del exilio y cuando en mala hora volvió a Rusia para reunirse con su familia, ahora a sueldo de la inteligencia soviética, fue hostigada por las autoridades –que detuvieron y fusilaron al marido y enviaron a su otra hija al Gulag– y rechazada por casi todos, pero no pudieron someterla. El fondo trágico de su itinerario se opone al vitalismo que desplegó en su obra, fruto de un carácter libérrimo y apasionado, nada complaciente, y de una independencia de criterio literalmente inexpugnable. Rebelde, transgresora, insolente e inconformista, se sentía amparada por su sólida formación, encadenaba las relaciones –con hombres o mujeres– sin temor a las opiniones ajenas y no ignoraba que escribía para la posteridad, que con razón le ha dado un lugar en la cumbre.

Los ensayos recogidos en el volumen, todos de su época parisina, son piezas mayores

La autora del Poema del fin, una de sus obras más celebradas, nacida de la ruptura con su amante Konstantín Rodzévich, véanse las cartas que le envió Tsvietáieva en la reciente edición de Renacimiento, a cargo de la misma traductora, Reyes García Burdeus, que ha reunido los poemas dedicados a Sofía Parnok, publicados por Pre-Textos, tiene también una importante producción en prosa que empezó a conocerse en España gracias a Selma Ancira. Este volumen en particular, desde hace mucho descatalogado y de nuevo disponible en Anagrama, marcó el punto de partida de una recuperación que también en Rusia había sido tardía, aunque hoy nadie duda en situar el nombre de Tsvietáieva –junto a los de Mandelstam o Ajmátova– entre los grandes de su generación y del siglo. Precedidos de la Respuesta a un cuestionario –al parecer enviado por Pasternak en 1926, es decir en los inicios del segundo exilio a Francia– y seguidos de una gavilla de reflexiones sobre Algunas cartas de Rainer Maria Rilke (1929), los tres ensayos recogidos en el libro, todos de su época parisina, son piezas mayores: Un poeta a propósito de la crítica (1926), El poeta y el tiempo (1932) y El arte a la luz de la conciencia (1932), muy reveladoras de la poética de Tsvietáieva y de su modo de entender la creación literaria.

Rilke fue para Tsvietáieva la encarnación del espíritu y el símbolo de la poesía por excelencia

“Las cosas que más amo en el mundo: la música, la naturaleza, la poesía, la soledad”, escribe en la mencionada Respuesta, expresando una sensibilidad estética en todo opuesta a los tonos civiles, por adjetivarlos piadosamente, que impregnaron a muchos de los escritores de su época. Comparece aquí la idea, grata a los simbolistas pero también a algunos de sus herederos, de la vocación entendida como una misión y un destino, que considera al poeta, en términos casi místicos, un intérprete del orden sagrado, ajeno a los oradores de la plaza pública pero no en absoluto a la vida misma. Entendemos con ella que la cultura, esa palabra tan devaluada que llega a hacerse fastidiosa, en un sentido que comprendería la “voz de todos los artesanos y maestros”, es el humus donde fermentan las pasiones genuinas y el vehículo para la comunión de los cuerpos y de las almas. Con su característica prosa entrecortada por guiones, contundente e intrincada, pero invariablemente rítmica –“oír correctamente – esa es mi preocupación”– y atravesada en el original, según nos dice la traductora, de una música incomparable, Tsvietáieva no deja de mostrar, en el memorable ensayo que da título a la recopilación, la angustia de quien desafía las convenciones vigentes, agravada en su caso por la precariedad y el desarraigo. Fiel a su idea de que “ser contemporáneo es crear el propio tiempo y no reflejarlo”, recurre al autor que fue para la ensayista –y sigue siendo para muchos de sus lectores– la encarnación del espíritu y el símbolo de la poesía por excelencia. “¿Es indicativo de nuesto tiempo Rilke?”, se pregunta, y ella misma señala la respuesta: “Rilke no es ni encargo ni demostración de nuestro tiempo – es su contrapeso”. Más aún: “Por Rilke nuestro tiempo le será perdonado a la tierra”.

Selma Ancira (Ciudad de México, 1956).
Selma Ancira (Ciudad de México, 1956).

Viva voz de vida

El nombre de Marina Tsvietáieva está muy unido en España al de su traductora la eslavista mexicana Selma Ancira, residente en Barcelona desde finales de los ochenta, que dio a conocer la primera edición de El poeta y el tiempo en 1990 –fue Sergio Pitol quien intercedió para su entrevista con Herralde, evocada en el epílogo de la nueva edición– y ya antes había traducido el formidable epistolario de la autora con Rilke y Pasternak, o sea las Cartas del verano de 1926, publicado en su día por el gran editor Arnaldo Orfila en Siglo XXI y acogido hoy al catálogo de Minúscula. En la misma Anagrama aparecieron los recuerdos de infancia reunidos en El diablo y después hemos ido conociendo, en las pulcras versiones de Ancira, otros títulos fundamentales de su obra en prosa que se suman a las varias ediciones de su poesía, entre ellos Viva voz de vida (1933), publicado por Minúscula y dedicado por Tsvietáieva a su mentor el poeta y crítico Maksimilián Voloshin, o los que figuran en el catálogo de Acantilado: Mi Pushkin (1937), los conmovedores Mi madre y la música (1935) y Mi padre y su museo (1933, 1936) y los lúcidos Diarios de la Revolución de 1917 (1919). También en versión de Ancira, podemos leer en Galaxia Gutenberg la antología Un espíritu prisionero, que recoge relatos, poemas y fragmentos de los diarios, y el volumen titulado Confesiones, donde Todorov, gran admirador de la prosista, reunió parte de los diarios y las cartas de Tsvietáieva en una especie de autobiografía póstuma.

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