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El poeta ante la barbarie

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La editorial Trapisonda publica 'Orfeo en el infierno del siglo XX', una selección de ensayos del poeta y narrador polaco Józef Wittlin.

El polaco Józef Wittlin es autor de uno de los libros clave de la Gran Guerra, 'La sal de la tierra'.
Pilar Vera

07 de marzo 2017 - 06:00

La ficha

'Orfeo en el siglo XXI'. Jósef Wittlin. Trad. Amelia Serraller Calvo. Prólogo de Juan Manuel Bonet. Trapisonda Editorial. Valencia, 2016. 300 páginas. 19 euros.

La diáspora de poblaciones "sospechosas" en media Europa durante el ascenso del nazismo no fue un fenómeno precisamente ajeno a la intelectualidad. Józef Wittlin, judío de la Galitzia polaca, fue uno de los hombres de letras que tuvieron que buscar asilo lejos de su lugar de origen. Y es esta condición y no otra, la de hombre de letras, la que se subraya en los textos que ahora recoge Trapisonda Editorial -en fluida traducción de Amelia Serraller-. En ellos, son frecuentes las referencias a Joyce, Homero, Shakespeare, Goethe o Gogol. Y, sobre todo, más allá del pasmo -¿cómo ha sido posible todo esto?, ¿cómo es posible todo esto?-, Wittlin se pregunta cuál es el papel del escritor, del poeta, en semejante escenario. Una cuestión a la que tendrá que responder, en primer lugar, durante la Gran Guerra: un conflicto en el que se situó en el lado de los poetas no elegíacos, no épicos: en el de los autores modernos, pacifistas, frente a los discursos que crujían a pasado -la bisectriz que dividía uno y otro bando la determinaba, claro está, el haber recorrido o no una trinchera-. Wittlin será sobre todo conocido, de hecho, por haber firmado uno de los títulos clave sobre el conflicto, La sal de la tierra. Su pacifismo, al igual que en el caso de Einstein, se pondrá sin embargo entre paréntesis ante el ascenso de los fascismos y durante la Segunda Guerra Mundial.

Wittlin dejará atrás Varsovia el día después de ir a ver al cine el Tiempos modernos de Chaplin, con el Titina, "como internacional simbólica para todos los débiles y desfavorecidos de este mundo que se acaba". Un trayecto que hará hasta Viena, esquivando Alemania, pensando que en cualquier momento puede quedarse "aislado": "En toda la Europa actual -dice- somos nuestros propios huérfanos". Visitará con premeditación de gozo los países de los que cree que se irá despidiendo, y recalará primero en París, tierra que considera santuario literario y refugio; menciona en el libro, por ejemplo, a la librería Shakespeare y Cía. y su cualidad de Meca para todos los chicos de la Generación Perdida."Francia -afirma- no sólo huele a naranja y limón, sino al aroma de la verdad que emana del pensamiento en cualquier estación del año". Wittlin terminará asentándose, no obstante, en Estados Unidos: "El Bronx es el hábitat natural de la felicidad judía", cuenta, señalando el antagonismo entre judíos rusos y polacos, "que se mantuvo durante ambas guerras mundiales y a lo largo de todos los progromos, revoluciones y exterminios". También da fe de la progresiva asimilación en el cambio de nombres judíos a sus aproximaciones fonéticas anglosajonas, así como el derrumbe y construcción de toda una mitología cultural.

Orfeo en el infierno del siglo XX, el texto que da título a esta compilación, abunda en esa cuestión de la razón de ser poética: "El Orfeo actual ni siquiera es capaz de domar a la bestia encerrada en la jaula del corazón humano -desarrolla Wittlin-. Ninguna canción desmantelaría las cámaras de gas, ni barrería de la superficie de la tierra a Dachau, Bergen-Belsen, Auschwitz, Majdane y Treblinka". En contraste con el Hades del Orfeo mítico, "el infierno de los orfeos actuales es la tierra, habitada por personas vivas". Hoy, el poeta tiene que desgañitarse incluso en tiempos de paz. "Se podría escribir la historia de la evolución en el sonido del mundo. ¡Tanto es lo que este cambia! Cada vez es más y más ruidoso". En nuestra época, el ruido como concepto, en sus muchas formas, ha terminado multiplicándose: "Es de noche y reina el silencio: escuchemos a Orfeo", propone Wittlin, que insiste en que las muchas barbaries sólo se pueden combatir "con el dominio, el temple y las buenas maneras".

Józef Wittlin recuerda, no sin resignación, que los pogromos contra los judíos parecen ser una "constante histórica" (casi habría que decir histérica): el Tercer Reich perseguía a los judíos -indica- "por la guerra perdida, por el Tratado de Versalles, por la revolución, la inflación, la crisis y el paro". ¿Eran judíos los responsables de todo eso? Qué ridículo se ve a medio siglo de distancia. Pero hoy también hay otros -siempre son otros- que tienen la culpa. Siempre hay alguien señalando a quien tiene la culpa.

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