La poesía de Alejandro Bellido: música para despertar a la bestia

Música para tigres | Crítica

El poeta y filólogo ha recibido el premio Rafael de Cózar de la Universidad de Sevilla por un poemario en el que predomina el hallazgo expresivo, el ingenio y la emoción

Raíces profundas

La historia como meta volante

El poeta y filólogo Alejandro Bellido
El poeta y filólogo Alejandro Bellido / DS
Gonzalo Gragera

19 de mayo 2024 - 06:30

La ficha

Música para tigres. Alejandro Bellido. Renacimiento. Sevilla, 2024. 76 páginas. 15,90 euros

El poema como el animal indómito que nos observa en la distancia. Y al mismo tiempo como la música que, en lugar de domesticar a la fiera, la anima a correr hacia nosotros, veloz y decidida. Puede ser esta una imagen –improvisada y por supuesto mejorable- del trabajo que reúne el poeta Alejandro Bellido en Música para tigres, poemario que ha obtenido el XXIX Premio Rafael de Cózar de la Universidad de Sevilla –en la modalidad de poesía- y que ha sido editado por Renacimiento.

La idea clave del libro aparece, sin rodeos, en el primer poema. Escribe Alejandro Bellido: “Somos los perdedores, / aquellos que caminan por la vida / con la cabeza y las orejas gachas / y el rabo entre las patas; somos perros / apaleados, ignorados, rotos, / pero albergamos dentro un feroz tigre / que ruge como un loco cuando puede”. Y continúa en los versos finales del poema: “(…) el rugido es tan fuerte / que necesita un cauce / para sentir que araña, / que muerde alguna cosa / y que la mata, / y sucede / y forma unas palabras como estas”.

La poesía es por tanto ese lenguaje que canaliza la emoción, bestia torrencial y devastadora, que nos conmueve o el discurso –quien dice discurso dice paisaje, memoria, gesto- que llevamos dentro. Alejandro Bellido decide abrir, con la ayuda del lenguaje y su poesía, la jaula que contiene a ese animal salvaje que merodea en el interior de cada uno. La imagen está bien pensada: la poesía es resultado del dominio -¿expresivo?- de la idea y de la emoción, que es algo que todos llevamos dentro.

Ya que Alejandro Bellido no ha tardado en desvelar su propuesta, nosotros no tardamos en valorarla con una palabra: espléndida. Música para tigres es un libro en el que el poeta onubense evoluciona. Da un paso más. Sin renunciar a un estilo que discurre por el camino de lo figurativo, de la sencillez expresiva, del tono coloquial, desenfadado. Un registro que no abunda en la generación de Bellido, lo que quizá le dé más valor al asunto. Más personalidad.

Son muchos los logros de este poemario. También los riesgos que se asumen y de los que sale el poeta bien parado. Por ejemplo: el ingenio, pero sin tropezar en la ocurrencia; la emoción, pero sin caer en los sentimentalismos; la imaginación y el hallazgo inesperado. Esto último lo apreciamos en el poema El recién nacido, en el que Alejandro Bellido asemeja el “útero materno” a la casa de la madre. Después de un día ajetreado, con sus rutinas y sus preocupaciones, uno desea volver a la casa en la que creció, que es también el vientre que le dio la vida. Transcribimos el cierre, elegante y acertado, dice así: “(…) cabizbajo, se apresura al destino / que le espera: un trabajo / con chicos a su cargo que tiene que ayudar. / Y tiene mucho miedo. / Quiere volver adentro y ovillarse, / temblar de frío y desconsuelo y al abrazo / de esas paredes protectoras, cálidas, / ser feliz como solo pueden serlo / aquellos que jamás vieron la vida”.

En esa técnica, entre la sorpresa, la reflexión y la mirada original, leemos el poema Lectura de Garcilaso, donde la poesía es el aserto machadiano, es decir, la palabra en el tiempo. Aunque paradójicamente la poesía, de este modo, no tenga tiempo y tampoco un lugar, un espacio determinado. “(…) aquel pastor que llora la muerte de su amada, / y que me deja ver / a un noble toledano de treinta y pocos años; / no es Garcilaso de la Vega el vate, / gloria de nuestras letras y estandarte / de nuestro idioma, / es solo un hombre solo, / derrotado, en su estudio / y que hace uso del disfraz del verso / para echar la amargura de la boca”. Y concluye Bellido: “(…) ese llanto, / que ha atravesado siglos, ha logrado / mediante una pantalla de teléfono / erizarme la piel con su desgracia”.

Siguiendo con Antonio Machado –acaso uno de los referentes de Alejandro Bellido-, recordamos aquel memorable verso que decía que el arte es largo y que, sobre todo, no importa. Lo recordamos al leer Inutilidad de la poesía, poema que desacraliza –o da la importancia justa- al edificio en el que veneramos esta cosa de escribir metáforas, ritmos, métricas. Un ejercicio sanísimo el de no tomarnos demasiado en serio. No recuerdo quién lo dijo: sólo los tontos se toman en serio.

En Música para tigres, su autor no disimula sus influencias, los maestros, las voces que han moldeado la voz del poeta. Son Javier Salvago, Víctor Botas, Carmen Jodra, entre otros. La sombra del primero se intuye entre los perfiles –es decir, los poemas- del conjunto. Por señalar uno nos quedamos con Gracias, Orange, donde la anécdota es pretexto para la escena amable, simpática y, aquí la destreza de Alejandro Bellido, de repente conmovedora. “Gracias al fallo que Orange tuvo en la fibra, / sin darnos cuenta, iban creciendo alimentados / por los recuerdos y las risas –como un árbol / del que fuesen brotando nuevas ramas y hojas / y más frutos- motivos / nuevos para querernos”.

Alejandro Bellido tiene esa capacidad de convertir en extraordinario lo circunstancial. Su poesía –aquí me recuerda a José Mateos o a Rodrigo Olay- aborda el hecho anodino o el tema consabido y lo dota de una cobertura poética excepcional –otro riesgo que se esquiva-. Un ejemplo es el poema Tus ojos. ¿Cuánto se ha escrito sobre los ojos de la persona querida? Qué fácil sería incurrir en el topicazo. Sin embargo nada de eso. “Dos estanques azules / en cuyo fondo nadan / los sueños del que mira”, escribe Bellido.

No aburrimos más a los lectores. Quien quiera seguir que le eche una lectura a Música para tigres –merecidísimo premio Rafael de Cózar de la Universidad de Sevilla- y a poemas como Tu cabello, Promesa, Regalo de San Valentín o el estupendo We never learn. Este último una coda cuyo cierre es una apertura a la emoción, serena y sin efectismos sensiblones. “Pues digno es tropezar si eliges tú la piedra; / pues digno es fracasar si lo haces con tu rostro”. Ni que decir tiene que con este libro Alejandro Bellido ni tropieza ni fracasa.

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