Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Pastora Galván | Crítica
*** 'Pastora baila'. Baile: Pastora Galván. Cante: Miguel el Lavi, Miguel Soto 'Londro'. Guitarra: Paco Iglesias. Palmas: Juan Amaya 'El Pelón'. Lugar: Teatro Cajasol. Fecha: jueves, 27 de junio. Aforo: Lleno.
No llego a distinguir donde termina el homenaje y donde empieza la parodia. La bailaora interpreta al límite, con las revoluciones al máximo, de rampante histrionismo. No sé si los intérpretes saben lo que yo no sé. En todo caso, no han logrado trasmitírmelo. La cosa empieza con el consabido homenaje a Triana Pura. En el homenaje original, tomado de uno de los primeros espectáculos de Pastora Galván, ya había exceso, matizado por la admiración. Se trataba de exagerar algo que contenía el propio grupo que revivía las vivencias de una época dura y excesiva. Pero todos sabíamos que la joven Pastora Galván no era una vieja de Triana. Aunque se vistiera como ella. Aunque bailara, aparentemente, como ella. Cambiando, eso sí, el peso pastueño y naif del grupo por la agilidad juvenil. Fue uno de los números más celebrados de, creo, su segundo espectáculo. De repente, se inserta la sevillana, ¿con una intención paródica? No sé. Igual en la seguiriya, toda de negro, que es una exacerbación del ritmo. Aquí, francamente, me desconecto de la obra. Las alegrías no pretenden ser alegres, al menos no lo son para mí. Son un baile eléctrico, fundido. Quemado. Que remata con el manto de la pena. El tango lleno de flecos y el público interactivo que aplaude el más difícil todavía cuasi circense. La alboreá y el romance que se dicen a media voz, para que nadie se entere, quizá como contraste. Y el fin de fiesta: un loro de juguete, un juego infantil, que repite en tono metálico todo lo que le dicen. Como no somos niños, el sonido mecánico del muñeco resulta paródico. Cuando los niños usan la ironía, dejan de serlo, así que este no puede ser un juego infantil. Quizá tampoco sea un juego. Es otra cosa. No sé qué es. Quizá un juego de mayores, de inteligentes. El Londro cantó una malagueña clásica, directa, obvia, sentimental. Apelando a unos sentimientos que todos tenemos, inteligentes y comunes. O tuvimos en algún momento de nuestras vidas. La pérdida, la memoria, el deseo. Y Paco Iglesias evocó los sabores minerales de los toques levantinos.
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