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El placer de escuchar a Keith Jarret

The Köln Concert | Crítica de danza

Los bailarines bailan con total libertad la coreografía de Harrell. / Reto-Schmid

La ficha

*** ‘The Köln Concert’. Trajal Harrell / Zürichi Dance Ensemble. Coreografía, banda sonora y vestuario: Trajal Harrell. Intérpretes: New Kyd, Maria Ferreira Silva, Stephen Thompson, Thibault Lac, Songhay Toldon y Ondrej Vidlar. Música: Keith Jarrett, Joni Mitchell. Iluminación: Sylvain Rausa. Dramaturgia: Katinka Deecke. Lugar: Teatro Central. Fecha: Sábado 30 de noviembre. Aforo: Casi lleno.

Trajal Harrell se formó en Nueva York, entre lugares de culto como la Judson Memorial Church, en el Greenwich Village, donde se reunía la danza blanca posmoderna, y los clubs de Harlem en los que reinaba el voguing y la moda moría de muerte natural. Fue precisamente en la Judson Church donde presentó su célebre obra Paris is Burning.

Danzas como el voguing, en boga en unos años que él no conoció, junto a otras más recientes como el butoh japonés, han influido enormemente en las creaciones del coreógrafo americano, una de las cuales,The Köln Concert, llegó anoche al Teatro Central en una única función. 

La pieza no deja de ser una secuela más de la pasada pandemia, de esos días de soledad interminable en los que poner una buena música y bailar libremente por toda la casa era el mayor de los placeres, especialmente para los bailarines y bailarinas. 

Y eso es lo que ha hecho Harrell. Ha elegido dos de sus músicas favoritas, unas cuantas canciones de la fantástica cantante canadiense Joni Michel y el célebre álbum que el pianista de Jazz Keith Jarret grabó con improvisaciones en Colonia en 1975, y ha puesto a improvisar en el escenario a seis bailarines, muy diferentes entre sí, como si estuvieran solos. Movidos únicamente por el placer de escuchar a Jarret. El séptimo bailarín anunciado era él mismo, pero al parecer, un problema en una muñeca nos privó de disfrutar de sus dotes interpretativas. 

Así pues, los seis intérpretes, de puntillas y de forma completamente individual, simulan una y otra vez estar en una pasarela pasando modelos, y se entregan a una performance en el que cada uno, blanco, de color, drag, hombre, mujer o de género binario, se entrega con una total libertad -aunque conservando un estilo común-a las notas irrefrenables e inefables del piano de Keith Jarret. 

De vez en cuando, aparecen referencias al arte antiguo y uno de los bailarines, voluntariamente o no, nos remite a las imágenes conservadas de Nijinski, el gran genio de la danza de principios del siglo XX.

El espacio, abierto hasta la chácena, queda infrautilizado durante gran parte del breve espectáculo ya que casi todo el tiempo los bailarines bailan sentados en las siete banquetas para piano que están colocadas en primer término. Y es que, lo mejor de la pieza, lo que le da título y sentido, es sin duda la genial e imaginativa música de Jarret. 

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