"Si uno le pierde el miedo al misterio, verá muchas más cosas"
Javier Sánchez Menéndez. Poeta y editor
El autor gaditano presentará en Costa Rica en septiembre 'Mediodía en Kensington Park', un libro traducido al italiano que se publicará próximamente también en inglés, alemán y árabe.
Cuando Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) habla de la amada en su obra no se refiere a una persona en concreto: es a la poesía a la que invoca. Mediodía en Kensington Park (La Isla de Siltolá), cuarta entrega de su proyecto Libros de Fábula, desprende esa pasión que es casi un sacerdocio -"la palabra", dice el autor, "es un mundo que hay que descubrir, y debes estar solo"- y que se despliega en un lenguaje sencillo y despojado. Es la expresión justa "la que conduce al poeta al camino de la esencia", apunta en su obra, un recorrido que trasciende un parque y una ciudad reales para aproximarse a lo intangible, a esos prodigios que sólo se detectan desde una sensibilidad privilegiada.
-Mediodía en Kensington Park le está dando muchas alegrías.
-Sí, en septiembre se presenta en la Feria del Libro de San José, en Costa Rica, la edición hispanoamericana que ha hecho Germinal. Además, Annamaria Tomasicchio ha traducido al italiano Mediodía..., que se publica en Raffaelli Editori y se presentará antes de fin de año en el Instituto Cervantes de Roma. En la actualidad también se está traduciendo a otros idiomas como el inglés, el francés, el alemán y el árabe. Puedo confesar que cuando me han pasado los primeros capítulos traducidos al árabe no me he enterado absolutamente de nada [ríe]. Y además el libro ha tenido ya cuatro reediciones...
-¿Vive esas buenas nuevas como un respaldo al camino recorrido?
-Yo siempre digo que intento escribir el mismo poema: no salgo de un círculo completamente cerrado y lo único que pretendo es depurar y depurar ese círculo. En Mediodía... se puede vislumbrar un resultado de ese proceso. Lo digo siendo consciente de que uno nunca llega al final, que a uno le queda mucho por trabajar, por leer. Tengo la certeza de que nos morimos sin encontrar el final del trayecto.
-Entre los estados de ánimo del poeta sobresale, quizás, cierto agotamiento. "Este cansancio es un estado civil como la soltería", llega a decir.
-Lo que ocurre es que nosotros somos tremendamente limitados, no podemos observar lo que hay a nuestro alrededor, y el cansancio es el resultado de esa contemplación que no puede ser total. Para mí, mirar las nubes, las estrellas, me parece algo completamente necesario, me llena tanto como leer un libro. Pero hay muchísimo que no vemos realmente, y observar intentando exprimir esa parte es algo agotador. Cuando presenté Motivos en Roma, en el 84, conocí a un señor de color que se llamaba Saúl, el ángel negro, que me regaló dos anillos. De ese señor aprendí que sólo vemos un 2% de lo que podríamos ver, que perdiéndole el miedo al misterio se comienzan a apreciar muchas cosas que nos pasaban desapercibidas. [Ese hombre aparece en el segundo volumen del Libro de los indolentes, que ha publicado ahora].
-En el libro desfilan escenarios de su niñez como Puerto Real o Moguer. En uno de los pasajes asegura: "Volvemos a la infancia. Ese parque infantil de donde nunca salgo". Es muy difícil desprenderse de esos primeros años, de los primeros impactos.
-A mí me marcan en mi vida una serie de acontecimientos de los que no puedo salir. Estuve 15 años fuera de circulación, quería olvidar esos momentos, pero al final lo que he hecho es indagar, profundizar en ellos. Nací en Puerto Real, allí tenía un caserón una tía mía, la famosa tía Juana que sale en todos los libros. Cuando yo tenía tres años organizó una boda sin que se enteraran mis padres, hizo una especie de ritual y nos casó a una niña y a mí. Aquello me impresionó, quizás por las galletas que me pegó mi padre. El escenario ha perdurado en mi obra, ese patio de naranjos; también esa mujer de riguroso negro, con un moño blanco, una señora que da miedo. El segundo acontecimiento fue en Moguer: yo compartía piso con un sacerdote que era restaurador de imágenes sacramentales. Cuando por la noche me levantaba a beber agua me tropezaba con esas imágenes, con brazos o con partes de las figuras... La azotea de esa casa es un símbolo junto con los anillos que me regaló Saúl o la casa de la tía Juana.
-Para usted, Londres, protagonista del libro, "sí tiene mar, un infinito espacio verde donde se toma el sol".
-Londres y Kensington Park son ubicaciones irreales, aunque yo estuviera allí, por temporadas, y, de hecho, tengo una anécdota relacionada con eso: en Trujillo conocí auna persona que descubrió que yo salía en una fotografía que había hecho en el parque. Yo sentía Kensington como el mar al que yo iba a alimentarme. El verde, el olor, el clima de Londres, esa humedad permanente en la que respiras la tierra... El libro de los indolentes está hecho en Camarinal, en Zahara de los Atunes, pero se trata de lo mismo, de buscar el misterio.
-En el texto enumera algunos maestros de los que aprendió: Luis Rosales, Claudio Rodríguez, Pepe Hierro y Nicanor Parra.
-Conocí a Luis Rosales antes de que publicara Oigo el silencio universal del miedo. Hablaba como escribía, era una persona encantadora. A Claudio Rodríguez lo trajimos a un congreso en La Rábida, dio una lectura borracho, y ha sido la mejor lectura de poemas que he oído en la vida. De Claudio Rodríguez cojo la luz, de Luis Rosales el tono, de Pepe Hierro la energía, porque era un hombre que te animaba. Y después está Parra: empecé a leerlo hace muchísimos años. Nicanor tiene mis libros, me llama su hermano, porque cuando recibió Faltan palabras en el diccionario dijo que era un verso suyo. He tenido la fortuna de hablar varias veces con él por teléfono. En todo caso, hablando de maestros, yo tengo que citar a Platón. Platón es el poeta de referencia.
-Se le ve un poco escéptico con los autores de ahora. "No defiendo que un grande habite entre los nuestros", asegura.
-No es con los autores de ahora. Me interesa mucho lo que hacen los jóvenes. Yo aprendo de ellos muchísimo.
-Eso se advierte en su faceta de editor, en el catálogo de La Isla de Siltolá.
-Mi duda, entre comillas, está en otros poetas que veo que no avanzan. En este país, desgraciadamente, no se lee, y hay poetas que se mofan de su no lectura. El otro día me hablaban de México: lo que se está haciendo allí, el respeto que hay allí por la literatura, es impresionante. No me quejo como editor, porque es un trabajo que hago con cabeza. Pero te encuentras a un amigo que te cuenta que este verano no ha leído nada y me parece triste. Si no leo me parece que he perdido el día.
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