¿Cómo piensa un poema?

Renacimiento publica la antología del granadino José Carlos Rosales.

¿Cómo piensa un poema?
Ángeles Mora

23 de febrero 2014 - 14:29

Un paisaje (antología poética 1984-2013). José Carlos Rosales. Selección y prólogo de Erika Martínez. Renacimiento. Sevilla, 2013.

Quizá es que estamos muy mal acostumbrados a leer poesía: casi inevitablemente (por la educación, por la tradición) la solemos leer de una manera en exceso expresiva: de tú a tú, de corazón a corazón, por decirlo así. Pues bien, hay libros que nos obligan a pensar de otra manera. Por ejemplo, la magnífica Antología poética de José Carlos Rosales titulada Un paisaje, con un no menos lúcido prólogo de Erika Martínez (que también ha publicado su espléndido poemario, Falso techo, en 2013), que ha hecho la selección de los poemas. El libro nos obliga a pensar y sentir (en realidad son términos indisociables) de una manera más viva y más objetiva.

Estos poemas nos obligan a pensar porque estos poemas piensan: son en efecto un paisaje, pero entendido como escenario, como el lugar en que somos actores obligados a representar justamente lo que somos, nuestro vivir diario y sucesivo.

Como muestra podríamos elegir el poema titulado precisamente Un paisaje (pag. 94), de El horizonte, que se sitúa como cierre de la década de los 90 y como apertura del 2000. Aunque hay que tener mucho cuidado con las fechas y los finales de cada parte de esta antología, que se encabalgan, se ensamblan, como para indicarnos su continuidad y sus diferencias. Pero veamos el poema: "Mira el sitio vacío / donde sólo hay arena / menuda que, agitándose / por un viento sin alma, / parece un ciervo herido / en busca de refugio / donde poner a salvo / la vida que se acaba. // Mira el sitio vacío: / arena y viento suplen / lo que alguna vez hubo. / Ni una sombra, ni un árbol, / sólo ruinas inmóviles / ofreciendo un paisaje / repetido y estéril. // Puede ser un desierto, / o el corazón tal vez".

Evidentemente si elegimos este poema es porque también se ha elegido para dar título a la antología. Pero fijémonos en los detalles más significativos: un espacio vacío donde sólo hay arena menuda a la que mueve un viento que no lo es apenas ("sin alma") y que se mueve además como un "ciervo herido" hacia la muerte. Imagen esta del "ciervo herido" (San Juan, Martí…) que resulta curiosamente carnal para un paisaje tan árido. Aunque la siguiente estrofa lo borra todo: "ni una sombra, ni un árbol, / sólo ruinas inmóviles", que evidencian un desierto o, lo que es sorprendente de nuevo, un corazón no menos herido que el ciervo. Y es que el vacío es más doloroso y evidente si alguna vez hubo o pudo haber un lleno. Por eso la última parte del libro se abre con una cita de Sylvia Plath: "…why am I cold? (¿Por qué tengo frío?)" es, pues, la última pregunta de este libro que no nos brinda concesiones y quizá podría extenderse a toda la obra poética del autor, con una excepción: Poemas a Milena. Pero no nos adelantemos.

En El buzo incorregible (1984-88), el primer libro de José Carlos Rosales, se nos presenta una vida como bajo el agua, como si se tratara de la visión de un naufragio sucesivo. O, como indica muy bien Erika Martínez, una deriva hacia la alegoría (que va a estar muy presente en la trayectoria poética del autor) de las estaciones o los meses que pasan: "Que quiebre lo que sueñas sin que nada lo evite / es cosa que sucede siempre en el mes de marzo. // Y hay veces que se llaman todos los meses marzo" (p. 29). En el libro siguiente, El precio de los días, no son los meses ni las estaciones las que adquieren esa deriva alegórica, sino que es el paso de los días el que cuenta como símbolo de un vacío total y monocorde, que se acentúa en la gelidez de La nieve blanca (1991-95), aunque esa misma nieve traiga también la luz, como nos dice el poema Las caricias. El horizonte (1993-2002) aparece como un horizonte huidizo, "el lugar que las cosas desean", para mostrarnos tal vez nuestra impotencia, aunque en El lugar que las cosas encuentran se nos señala un horizonte mucho más cercano y humilde: esas brasas que nadie distingue pero que arden dentro de nosotros, nuestra vida. En este libro es la memoria, o la fusión entre el ayer y el hoy, lo que realmente se desvanece hasta acabar en ese Un paisaje estéril y árido en el que se diluye un corazón herido y que da título a la antología. Por supuesto el fantasma de la esterilidad y el vacío se acentúa en el libro siguiente (El desierto, la arena, 2001-2005), donde se nos muestra obsesivamente el dolor de un mundo que es un hueco donde habitan la soledad y el miedo. El desierto, la arena, son los símbolos: nuestra historia, nuestro tiempo, arena fina que cruje bajo los pies.

Tras El desierto, la arena pareciera que la poesía de Rosales se aposentase de pronto en un oasis para dar un quiebro inesperado y feliz. Dejando que el amor ocupe el espacio vacío, el autor decide ser el actor que representa la historia de un amor como no hay otra igual. Y no recuerdo el bolero en vano. Poemas a Milena (2005-2011) es un libro luminoso: la vida lo llena todo aquí. Aquí se limpia la atmósfera de cualquier opacidad, tiniebla, angustia, se deja transparente. Aquí José Carlos Rosales decide colmar el escenario con el desorden del amor, vivir en los pronombres tú y yo, haciendo que la cotidianidad compartida alumbre estos versos y se demore en ellos, incluso desde el desayuno diario: Cálculo de variables durante el desayuno, Epigrama, Saliendo del cine, Un país, Último movimiento, son sólo algunos títulos que arranco de entre los poemas seleccionados por Erika Martínez, poemas con los que José Carlos Rosales inscribe su nombre dentro de la más escogida tradición de poetas del amor.

Pero, de nuevo, tras la aparición de "la vida más viva" en los Poemas a Milena, las muestras que al final se nos ofrecen de los dos libros inéditos nos vuelven a llevar al otro escenario, al que representa la angustia existencial o el vacío más fantasmático, casi de sonambulismo fatal, como en el poema Insomnio (de Y el aire de los mapas, 2006-2013, donde ningún mapa es posible); o bien los poemas nos ofrecen una vida absolutamente mecánica y ajena, un camino en el que el coche te lleva hacia ninguna parte (Si quisieras podrías levantarte y volar, 2008-2013).

No se trata, en fin, de pesimismo ni de optimismo, puesto que tales cuestiones quedan fuera de este Paisaje. Se trata más bien de una lucidez reflexiva magnífica sobre una temática siempre subyacente: a pesar de todo la vida "nos vive". Y por tanto la vivimos nosotros. El cómo la vivimos es lo que nos plantea el tiempo y el espacio que estos poemas nos enseñan a pensar.

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