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Impedimenta amplía la presencia en su catálogo de Maryse Condé con ‘Victoire. La madre de mi madre’, un relato en clave personal que condensa de manera eficaz los rasgos esenciales de la autora

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La escritora Maryse Condé (1937-2024). / Impedimenta
Pablo Bujalance

26 de enero 2025 - 07:03

La Ficha

Victoire. La madre de mi madre. Maryse Condé. Traducción: Martha Asunción Alonso. Impedimenta. Madrid, 2025. 262 páginas. 22, 75 euros.

El fallecimiento de Maryse Condé en abril del año pasado a los 87 años privó a sus lectores de una posibilidad que habría hecho verdadera justicia en el mundo de la literatura contemporánea: la concesión del Premio Nobel. Sí recibió el Nobel Alternativo en 2018, el año en que la Academia Sueca retrasó la concesión al año siguiente; pero tal reconocimiento no dejó de significar una consolación insuficiente para una autora que, por la calidad abrumadora de su escritura, el legado de una obra valiente que ha abierto caminos inesperados a la creación literaria y, si también se trata de eso, todo lo que representa como mujer negra criada en una cultura colonial, merecía mucho más. La verdadera compensación y la mayor reparación tienen que ver, sin embargo, con la posibilidad de seguir leyendo a Condé después de su muerte para comprender cómo esos territorios colonizados han preservado la mejor tradición humanista que Occidente dio por terminada tan alegremente, la que convierte a cada ser humano, como sujeto individual y social, en centro de atención por encima de consignas, convenciones e instituciones. En lengua española, la posibilidad de leer a Condé ha venido dada en los últimos años de la mano de la editorial Impedimenta, que ha publicado ya numerosos títulos de la autora y que acaba de incorporar a su catálogo su novela Victoire. La madre de mi madre, de nuevo con la traducción esmerada y cómplice de Martha Asunción Alonso.

Publicada originalmente en 2010, Victoire ha sido relegada a menudo a cierta segunda fila en la consideración de la obra de Maryse Condé, en parte por su naturaleza de relato autobiográfico. Si en otras novelas la autora no renuncia a cierta épica, ni a una determinada injerencia de los contextos históricos, la narrativa aquí se hace más íntima, más hacia adentro, y demasiado a menudo tales signos se corresponden a nivel crítico con una ambición menor. Lo cierto es que, sin embargo, Victoire funciona, por una parte, como una pieza de orfebrería en la que los elementos esenciales de la literatura de Maryse Condé (entre ellos, precisamente, el modo en que tiende a revertir la épica en tonalidades líricas llenas de verdad y belleza, con un lenguaje directo pero elevado y poético en la misma proporción) se dan en una distancia más corta, más cálida, en la que se invita al lector a mirar más de cerca, a prestar atención más que nunca a los detalles; y, por otra, como una síntesis perfecta de su mirada al mundo, de su forma de comprender la Historia y su coraje al situar a la periferia en las coordenadas centrales del mapa: Maryse Condé fue mujer, negra, colonizada y escritora, y desde esa perspectiva crea, comprende y se atreve. Pocas voces han sido tan precisas a la hora de aclarar en qué se traduce vivir en un mundo como el nuestro bajo la doble condición de ser mujer y ser negra, tanto en siglos pasados como en el presente. Y en Victoire toda esta ilustración se da, si se quiere, de manera más clara, seguramente porque también lo hace de manera más natural. Victoire hará las delicias de los lectores experimentados de Condé, aunque de una manera distinta a como lo hacen La deseada o Corazón que ríe, corazón que llora; y, al mismo tiempo, constituye una puerta de entrada harto recomendable a su obra para quien no haya tenido el placer hasta el momento.

La novela presenta una síntesis perfecta de la mirada que Maryse Condé arroja al mundo y de su manera de comprenderlo

En Victoire, tal y como reza el subtítulo, Maryse Condé cuenta la historia de su abuela. Asistimos a un relato memorialístico que, sin embargo, termina poco antes del nacimiento de la autora. Las protagonistas son así sus antecedentes, especialmente su abuela materna, Victoire, nacida y crecida en Guadalupe bajo la hegemonía francesa y dedicada a la servidumbre, aunque con un don muy especial: el cuchareo. Victoire interpreta cierto papel de bruja al mezclar en sus fuegos aromas y sabores que hacen sucumbir al más pintado. Su cocina, al servicio de los blanc pays que imponen su ley en el territorio, es un crisol donde conviven negros, blancos y mulatos, pero la mayor contradicción se da en la misma Victoire: ella es mujer, de familia negra, objeto de colonización, pero de piel blanca. Estas contradicciones refuerzan el arraigo con el que la protagonista se afirma en la periferia de la Historia, en la latitud menos relevante, la más condenada a la explotación y el abuso; pero, al mismo tiempo, Victoire constituye para Condé un ejemplo preclaro de libertad conquistada en la mejor ejecución de su labor.

Al recuperar historias marcadas por el abuso desde la distancia de un siglo, Condé no duda en ofrecerlas como un dardo lanzado a su tiempo, como cuando indaga en las contradicciones entre la vida privada y la proyección pública de los colonizadores. Y es en esa contradicción donde más tienen que perder las mujeres: “Dernier Argilius pasó a la posteridad (…) como un ardiente defensor de los negros oprimidos, iletrados, recién liberados del yugo de la esclavitud. Cuando falleció (…) se declaró luto oficial en todo el país. Desde entonces, se han redactado infinidad de tesis, monografías y trabajos a propósito del individuo ejemplar, el mártir, que supuestamente fue. Y yo me pregunto: ¿qué hace falta para ser un hombre modélico? ¿Tan solo se debe tener en cuenta los escritos, discursos y aspavientos públicos? ¿Qué peso tienen la vida personal y el comportamiento en la intimidad? Denier Argilius se aprovechó de innumerables mujeres, arruinó la vida de al menos una de ellas y fue dejando tras de sí un reguero de hijos bastardos, condenados a crecer sin padre. ¿Acaso nada de eso importa?”

En este contexto, ni Victoire ni su hija Jeanne son inmunes a las contradicciones a la hora de buscar su lugar en el mundo. Pero, al contarnos su historia, Maryse Condé demuestra hasta qué punto las vidas convertidas en materia literaria se hacen más transparentes y veraces, es decir, en qué medida esas contradicciones tienen sentido. Hay algo en esta novela cercano a las Vidas minúsculas de Pierre Michon. Quizá el reconocimiento de que esas vidas narradas contribuyen a multiplicar la nuestra.  

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