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Phia Menard | Entrevista
Es la primera vez que Phia Menard desembarca en la ciudad de Sevilla. Y ya era hora, porque esta francesa fascinante, malabarista, bailarina, coreógrafa, directora de escena, creadora, en fin, de un universo artístico verdaderamente proteiforme, lleva recorriendo el mundo desde la creación de su compañía Non Nova en 1998.
Nacida y criada en una localidad obrera de la región del Loira, donde no había teatro ni escuela de danza, ni nada de nada, Phia, por entonces Philippe, empezó a practicar el malabarismo. "Tenía ya 18 años. Empecé como un juego, pero pronto descubrí que con la facilidad que tenía podía hacer también cosas virtuosas o artísticas. Era la primera vez que veía salir de mi cuerpo algo hermoso y supe que, aunque podría haber hecho política por ejemplo, me dedicaría al arte, al teatro", cuenta la artista en el Teatro Central, mientras los técnicos montaban la imponente estructura de Saison sèche, la obra que los espectadores podrán ver este viernes y el sábado en el espacio de la Cartuja.
En la actualidad Phia Menard es artista asociada, entre otros, del Centro Coreográfico de Rennes, cuenta con un equipo de 42 personas y tiene en gira nada menos que cinco espectáculos completamente diferentes. Su carrera, marcada por su interés en la influencia de los elementos –el hielo, el aire...– en la vida de las personas, ha estado jalonada por trabajos como Vortex, el imaginativo infantil L'après-midi d'un foehn o P.P.P., la pieza que le dio popularidad. Creada en 2008 (justo cuando estaba terminando su transición para convertirse en mujer), en P.P.P. se unían los malabares y el hielo en un ejercicio tan arriesgado que su madre le pedía continuamente que lo eliminara de su repertorio.
Pero de un modo u otro el riesgo está siempre presente en sus obras. En Saison sèche, el espacio en el que evolucionan las siete bailarinas, posteriormente convertidas en siete auténticas guerreras, es un impresionante salón de una blancura cegadora al inicio, con unas diminutas ventanas en lo más alto y un techo que baja como si quisiera aplastarlas. "Yo trabajo de una manera muy plástica, como si el escenario fuera una pintura, porque me encanta que el espectador olvide el mundo exterior, que se confíe a nosotras. Aquí las paredes blancas simbolizan la virginidad de la mujer, las ventanas altas nos hacen preguntarnos quién nos puede estar mirando, porque en este mundo el hombre es libre mientras que la mujer está siempre bajo vigilancia, y el techo que baja nos hace sentir la sumisión y el miedo. Para mí es importantísima la noción de movimiento porque el movimiento es la vida, algo que no podemos controlar siempre aunque intentamos canalizar sus consecuencias", afirma Menard, una artista capaz de simbolizar su pensamiento utilizando metáforas plásticas realmente sorprendentes.
Pero la finalidad de levantar esta impresionante estructura que representa la estructura patriarcal no es otra que la de destruirla. La única consigna que la coreógrafa dio a estas siete mujeres con las que nunca había trabajado anteriormente, fue: "Tenéis que destruir la casa del patriarcado". Y eso es lo que han hecho: analizar los estereotipos, los gestos impuestos a cada género para liberarse y reapropiarse de sus propios cuerpos mediante la pintura y la danza.
Saison séche forma parte de un ciclo cuya primera pieza fue Belle d’hier (2015). En ella, Phia Menard le pidió a cinco mujeres-lavanderas que lavaran por última vez la ropa del príncipe para romper un "mito heteropatriarcal" que se ha transmitido de generación en generación: el de que la mujer es una princesa que tiene que encontrar a su príncipe encantado para ser salvada.
Antes de sumergirse en estas fascinantes aventuras plásticas cuyo fin es siempre luchar contra las normas y las etiquetas, reivindicar una identidad libre que le permita salirse del género asignado aportando nuevos gestos y nuevos rituales poéticos, la directora suele realizar un exhaustivo trabajo de mesa con sus intérpretes. "El teatro es el lugar de la confianza y del consentimiento. Es importantísimo el tema del pacto. Tanto para las intérpretes como para los espectadores. Las primeras tienen que tener claro todos los riesgos que van a correr, aunque siempre haya un distanciamiento con sus personas reales. Y lo mismo sucede con el espectador. Éste paga una entrada y asume el riesgo de no saber lo que va a ver. Por eso me gusta pensar que puedo tratar de ser sincera con él y compartir la belleza, la violencia, la empatía..., ofrecerle cosas que no ha visto jamás, provocarle sensaciones que no había sentido antes. El teatro es el último de los actos vividos y compartidos en directo y, para mí, un buen espectáculo es sencillamente el que logra que el espectador, al salir del teatro, hable, discuta con su vecino sobre lo que ha visto y ha sentido. Yo quiero hablarle a la carne del espectador", dice con apasionamiento esta mujer que puede hablar con más propiedad que otras creadoras sobre el cuerpo, los sentimientos y los estereotipos masculinos y femeninos sencillamente porque vivió durante 40 años en el cuerpo de un hombre y lleva más de una década viviendo, muy felizmente, nos dice, como mujer.
Al final del espectáculo, un líquido viscoso y negro inundará el espacio del Teatro Central hasta dejarlo completamente destruido en una especie de ritual catártico a través del cual, al menos metafóricamente, se descompone una estructura que ha pesado sobre las mujeres desde los tiempos prehistóricos.
Activista en el arte y en la vida, Menard realiza, al margen de sus espectáculos, un importante trabajo con los jóvenes, siendo incluso madrina de la promoción de un instituto. "A pesar de que existen en el mundo cosas terribles, los jóvenes me llenan de esperanza –dice–. Ellos tienen hoy una tarea fundamental que es la de luchar por la conservación del planeta".
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