"La bondad siempre acaba siendo más fuerte que el odio"

Joaquín Pérez Azaústre | Entrevista

El autor cordobés propone en 'Atocha 55' una recuperación histórica y emocional de los abogados laboralistas que padecieron el atentado terrorista en enero de 1977

Joaquín Pérez Azaustre (Córdoba, 1976) en su regreso a la novela.
Joaquín Pérez Azaustre (Córdoba, 1976) en su regreso a la novela. / Juan Carlos Vázquez
Salvador Gutiérrez Solís

13 de septiembre 2020 - 06:01

Más de cuarenta años después, el autor cordobés Joaquín Pérez Azaústre propone una recuperación histórica y emocional de los abogados laboralistas que padecieron un atentado terrorista en enero de 1977, en la novela Atocha 55. Una reinterpretación, sanadora e íntima, de un suceso que puso en jaque lo que hoy conocemos como la Transición.

El 24 de enero de 1977, todos los cimientos, aún débiles, que sustentaban a la joven Democracia española se tambalearon, después de que varios miembros de la ultraderecha acabaran con la vida de cinco abogados laboristas, en el despacho que compartían en la madrileña Atocha, 55, una dirección que ya forma parte de la historia -no solo negra- más reciente de nuestro país.

Lo primero que el lector siente al comenzar a leer la novela de Joaquín Pérez Azaústre, Atocha 55 -con la que obtuvo el V Premio de Novela Albert Jovell-, es un retroceso en el tiempo, como si nos adentráramos en una de las películas del José Luis Garci de finales de los 70 y principios de los ochenta, con aquellos despachos con ceniceros colmados de colillas, sillones de escay, fugas a Perpignan para ver las películas prohibidas, interminables discusiones políticas y primeros divorcios, anticipo de los nuevos modelos familiares. Ese es el decorado de una España en transformación, donde una nueva generación de profesionales formados en una universidad que combatió a la dictadura en la clandestinidad comienzan a ocupar puestos de representatividad.

Perfectamente presentado el decorado, a través de los más pequeños detalles y a través, también, de una exhaustiva descripción física y psicológica de los protagonistas, Azaústre le ofrece al lector una lectura diferente de la tragedia acaecida en la calle Atocha. Más que la recreación histórica, el relato pormenorizado, al autor cordobés le interesa analizar, incluso poetizar, sobre el interior de los sobrevivientes. Víctimas, al igual que los asesinados, ya que el atentado marcó para siempre sus vidas.

Pérez Azaústre, gracias a una prosa meticulosa y medida, exacta en su definición, aporta luz a un tiempo y a unos hechos que durante décadas han estado ocultos bajo las sombras de un olvido premeditado. Heridas que han seguido abiertas en la intimidad, en el dolor de los que quedaron, y que durante tanto tiempo sintieron que las muertes de sus compañeros no supusieron prácticamente nada. Atocha 55 viene a reivindicar las figuras de los que fueron asesinados y, sobre todo, de los que quedaron con vida. Una reivindicación tan justa como necesaria, ya que el futuro se construye con el alumbramiento del pasado.

-Reivindicación, memoria, reparación. ¿Qué encuentra el lector de Atocha 55?

-Todo eso está entre las intenciones. Como cuento al principio de la novela, yo era un estudiante en la Facultad de Derecho de Córdoba la primera vez que alguien me contó o que leí algo sobre el atentado contra los abogados laboralistas de Atocha el 24 de enero de 1977, durante el mes más duro de la Transición. Me pareció una historia de sufrimiento y dolor, pero también de plenitud, juventud y belleza. Mi propósito era que la novela fuera un túnel temporal para asomarnos a aquel despacho de abogados laboralistas en el número 55 de la calle Atocha, en Madrid. Cómo ejercían el derecho, sí, pero también sus formas de amar, dudar, gozar y experimentar, porque eran muy jóvenes. Plasmar sus esperanzas y sus miedos. Sus sueños y su lucha posterior por sobrevivir al recuerdo terrible de la violencia y la muerte tras el atentado. También la conciencia de que la bondad siempre acaba siendo más fuerte que el odio, y que la vida siempre merecerá la pena, porque es una novela sobre la curación de los sobrevivientes. Y desde el punto de vista político, Atocha 55 reivindica la memoria de la Transición como esencia de nuestra democracia.

"Es un libro sobre el proceso de sanación de los sobrevivientes y su relación con el recuerdo"

-Que existan otras narraciones, tanto literarias como cinematográficas, ¿le ha supeditado, ayudado, las ha ignorado?

-Atocha siempre se cita en las crónicas de la Transición, pero los tratamientos específicos son escasos: destaca 7 días de enero, la película de Juan Antonio Bardem, que la proyectó a los sobrevivientes antes del estreno, como cuento en la novela. La documentación ha sido difícil y apasionante. Luego tuve que controlar mi respeto por la historia y sus protagonistas, para escribir sobre ellos sin sentirme atenazado por su tragedia y su carácter de símbolo de la Transición. Porque para levantar una novela no puedes dejarte intimidar por tus personajes, aunque el dolor que narras sea real y conozcas a varios de ellos.

-Llama la atención el retrato del suceso, pero también el de un tiempo y un grupo de personas, dejando a los terroristas en un segundo plano.

-Sentía y siento por los asesinos la misma curiosidad que Goya en su cuadro Los fusilamientos del 3 de mayo. Los asesinos salen de espalda, porque el pintor no siente ningún interés por ellos. Los rostros de las víctimas, recordarlos y honrarlos, era el reto.

-¿Cómo ha sido su relación con los familiares y sobrevivientes? ¿Cuál ha sido su reacción tras leer la novela?

-Ha sido un proceso intenso. Además de mi amistad con el protagonista, Alejandro Ruiz-Huerta, el último del despacho de Atocha 55, estoy agradecido a José María Mohedano, Manuela Carmena, Cristina Almeida y Jaime Sartorius, entre otros, porque me hicieron conocer a las personas que había tras los personajes. Paca Sauquillo me emocionó cuando afirmó en una entrevista que era "el libro más político y sensible sobre Atocha y sobre cómo vivían los abogados laboralistas".

-¿Se ha sentido condicionado al escribir sobre un hecho real protagonizado por personas reales?

-Al principio fue difícil escribir no ya sobre personajes reales, sino sobre personas que viven, o que murieron y tienen familias que leerán la novela. Me preocupaba la verosimilitud. El enfoque era que pudiéramos entrar en ese despacho y conocerlos uno a uno, no como abogados o víctimas, sino como personas. No es tanto una novela sobre el atentado, sino sobre el proceso posterior de sanación de los sobrevivientes y su convivencia con el recuerdo.

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