Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Silvia Cosío | Artista
Sevilla/Silvia Cosío (1976), ganadora del último Premio BMW de pintura, dotado con 25.000 euros, por un retrato del poeta ruso Ósip Mandelstam, represaliado por Stalin, vive y trabaja en Cortegana (Huelva) y es autora del ensayo El esqueleto y el fantasma (Athenaica).
-¿Su retrato de Mandelstam contradice, de alguna manera, el título de su viuda Contra toda esperanza?
-Para el retrato me basé en una fotografía de 1914. Ósip Mandelstam era un joven poeta de veinticinco años, con la mirada limpia y sin las secuelas físicas que se aprecian en las fotos posteriores. En contraposición, todos los elementos que dispuse en la composición tratan de mostrar un anticipo del futuro, algo que tiene mucho que ver con su poesía, el futuro proyectado sobre el presente, que sugiere el destino de un hombre sentenciado de antemano. Curiosamente, el nombre de su viuda, Nadiezhda, significa esperanza, y sin esperanza es complicado vivir. Mi intención era mostrar que aun en el peor de los tiempos posibles existe ese resquicio mínimo de luz. La propia Nadiezhda se refiere a ello en sus memorias cuando discurre "sobre la Naturaleza del Milagro".
-Supongo que premios como el BMW fomentan la esperanza...
-Los apoyos públicos y privados a los artistas plásticos son tan escasos que un premio como el BMW es una alegría por partida doble. Ya lo es que exista un premio de este tipo, y para los que nos dedicamos a la pintura es extraordinario recibir una palmadita de confianza de vez en cuando.
-¿Dedica a pintar mucho más tiempo que a leer?
-No estoy segura. De todas formas, paso más tiempo eligiendo qué pintar y resolviendo cada composición que pintando propiamente.
-¿Pero la inspiración le viene leyendo o pintando?
-Mi método parte de la certeza previa de que tengo algo que contar -eso es lo esencial y lo más complicado- y ya después viene el trabajo, muchas dudas, algunas lecturas y las infravaloradas pero jugosísimas, creativamente hablando, banalidades del día a día.
-¿El retrato es la prueba del nueve del pintor como el soneto pueda serlo del poeta?
-Depende de cómo se encare... Creo que a la dificultad de la ejecución en sí -la recreación de una apariencia, más o menos realista, más o menos idealizada-, se suma en los últimos tiempos el hecho de que el retratista debe enfrentar todos los prejuicios rancios y trasnochados con los que se ha venido asociando el retrato en el arte contemporáneo.
-¿Su retrato de Mandelstam obedece más a una postura que una pose?
-A Mandelstam se le puede considerar el paradigma de una postura vital, la de alguien que no quiso callar; la de alguien que creía que la poesía es poder. Pero a mí me interesa también revisar la pose. Las poses clásicas, el retrato sentado, el retrato ecuestre, el retrato de grupo.
-También ha retratado a sabios antiguos como Elio Antonio de Nebrija y Arias Montano. ¿Por qué?
-La pintura de Nebrija fue un encargo. La dificultad con la que me encontré es que no existe un retrato fisionómico real del gramático; trabajé con la imagen recreada de la escultura que está en la fachada principal de la Biblioteca Nacional. Además, al tratarse de un gran formato el retrato introdujo otros elementos, algunos esenciales, otros más divertidos o personales. El caso de Arias Montano es distinto porque siempre me he sentido atraída por su historia, por lo que hizo y por cómo lo hizo. Especialmente por su retiro en la peña de Alájar.
-En no mucho tiempo ha vivido en Sevilla, Barcelona, Berlín y un pueblo de la sierra onubense. ¿Está buscando algo?
-Sevilla es la ciudad de mi formación. A Berlín llegué con la crisis del 2010 y como española era parte de los denostados PIGS. Al poco de trasladarme a Barcelona estalló el caos del procés y la ciudad se sentía bastante tensa. En la última mudanza y casi recién instalada en la sierra de Huelva se declaró el estado de alarma. Mi intención, a despecho del mundo, es encontrar un sitio tranquilo, a poder ser agradable, en el que pensar y trabajar con calma. Lo sigo buscando.
-¿Pero es igual pintar en Berlín que en un pueblo de la Sierra de Huelva?
-Cada sitio parece empujarnos de forma muy sutil a tener una actitud frente a las cosas. Es curioso, Berlín me predispuso a pintar menos. Allí reflexioné y escribí -costosamente- sobre la frágil dignidad de dedicarse a pintar. El proyecto lo rematé en Barcelona con El esqueleto y el fantasma. En la sierra estoy pintando bastante, con unas rutinas casi conventuales.
- Ya hizo una exposición de cincuenta retratos, muchos de ellos de escritores, ¿qué le lleva a captar a un escritor?
-Su actitud. Como dijo el poeta, carácter es destino.
-En sus cuadros no hay ni sombra de corrección política...
-Vivo en un pueblo, no estoy en las redes y lo que hago no depende de las modas, las decisiones institucionales o los altibajos de la opinión pública. De momento, creo, estoy a salvo de lo mediático, de las presiones y por tanto de la obligación de ser correcta.
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